EL DÍA POLÍTICO DEL ABRAZO EN FAMILIA II




(Pido excusas a los lectores, pero por alguna razón esta entrada se extravió o no se ha podido visualizar, por lo que me permito copiarla de nuevo, tal cual se publicó, con ligera variación en el título: II)

Es costumbre que en noviembre la Conferencia Episcopal Venezolana proponga una semana dedicada al abrazo en familia, con el domingo como día cumbre. Este año cae el 14 de Noviembre, un domingo curioso porque la primera lectura toma un giro escalofriante de juicio, la segunda acentúa el valor del trabajo y el Evangelio combina diversos elementos para destacar la fidelidad y esperanza en medio del torbellino de la vida. Y yo creo que es así: la familia es el epicentro de muchas cosas; alrededor de ella hay muchas cosas que le dependen. Así que me parece oportuno el título: el día político del abrazo en familia.


Ya este año destaca la familia en medio del desafío de organizar a la Iglesia bajo la premisa de la comunión. Y de la comunión se salta a la solidaridad. Para usar los términos usados por los obispos en Puebla (1979), la comunión hace posible la participación. Y, participando, es posible ser solidarios. O sea, no es un asunto sentimental.


Pero, de nuevo, es el día político del abrazo en familia. A alguno quizás le suene a ponerse la máscara para figurar un día más al año, como el día del padre, de la madre, fin de año... Pero no. No es el día diplomático, sino político del abrazo en familia. Y la política se debe escribir con mayúscula: Política. En algunos casos hasta con todas mayúsculas.


Porque la Política es el arte de aunar esfuerzos en medio del debate y diseñar proyectos que involucren a todos. Y para ello hay que descubrirse participante de la Política, con un lugar para la participación, no como quien pide permiso para opinar sino a pleno derecho: como ciudadano.


Obvio que el debete no consiste en arrigar el fuego a mi candelero. Así no se puede diseñar y menos proyectar un país. Algo de racionalidad hace falta. Pero dejemos para otro día el tema de la educación.


El hogar es el espacio donde se forma para la participación política y ciudadana. Y para ello hace falta un clima de respeto, de escucha, de acogida, con respeto por las diferencias, con capacidad de consenso y, sobre todo y más que nada, valores claros y evidentes reflejados en normas de común observancia. Lo cual introduce otro punto: la justicia, el perdón y la reconcialiación no como un cerrar los ojos a los errores sino un mantenerlos abiertos para crecer en humildad y aprender de ellos.


Dicho esto queda hablar de lo real después de mencionar el ideal. Y la realidad es que la familia, completa o incompleta, no está funcionando. Estamos minando el puente que nos conduce al futuro. Encontrarnos con la familia como tarea, con o sin divorcio, con madre o padre solteros o armoniosa como la de Nazareth, implica aceptar la realidad para integrarla.


El caos de país que tenemos se debe, en parte, a tener un padrote en vez de un presidente, que desea ser un Gómez redivivo, que premia la fidelidad y castiga la traición. Que todos los domingos se pone a echar cuentos, casi que cual llanero en hamaca, con sus hijos. Y les echa cuentos de caminos con chistes que los entretiene, además de lo que pretende mostrar como logros o proyectos. El venezolano que debe reconstruir la familia debe, antes que nada, aceptar la orfandar: nadie de adulto puede ser el padre que no tuvimos. Nadie nos va a defender sin aprovecharse de nuestra desolación. La solidaridad debe ser entre iguales. Y debemos apoyarnos únicamente en nuestros dos pies. Y eso es la democracia: si existen políticos es porque hay ciudadanos que han asumido la tarea de pararse sobre sus dos pies y caminar juntos. Claro que siempre está el desvalido: pero el desvalido es responsabilidad de los ciudadanos que impondrán a los políticos sistemas de protección.


Finalmente, en este panorama solo se mantenga la Iglesia. Puede ser. Pero también queda la pregunta si el ideal de Iglesia-comunión no es el de padres e hijos sino el de hermanos: algunos mayores y otros menores. No en vano Jesús dijo que "No llamen a nadie padre en la tierra, porque uno solo es su Padre: el que está en los cielos" (Mt. 23,9).

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