DEL PADRE CASTIGADOR AL HERMANO DIALOGANTE
La polarización en Venezuela ha traído consecuencias nefastas. No solo porque ha dividido al país prácticamente en dos bandos sino porque los ha incomunicado. La tragedia parte de allí. La tragedia y la errática solución. Porque se han concentrado los esfuerzos de resolución en salir del régimen presente, sea por la puerta equivocada o por la vía democrática. O sea, el asalto al poder. Pero ambas alternativas plantean como problema o una minoría violenta que se impone sobre el resto o una mayoría relativa que obliga a los otros a seguir cierto proyecto. Pero es que la misma palabra “oposición” es errática, porque la misma supone una relación dialéctica, en términos hegelianos, con el grupo contrario: la tensión y eliminación para la superación. Pero si analizamos los acontecimientos de diez años para acá, tal dialéctica no existe entre un bando que apoya al gobierno y otro que lo rechaza, sino la oposición se hace al gobierno. La relación es entre gobierno y oposición al gobierno. Y esa relación es excluyente, además de equivocada. Porque por autoritaria que sea la acción del gobierno siempre se apoya, en mayor o menor medida, de ciertos sectores de la población, que llegan a ser la bicoca del 50% de la población activamente votante. Y a ese 50% se le excluye de esa búsqueda de la alternancia política. Está silente o se considera como una continuidad con respecto al gobierno. Tal identificación puede hacer blanco de la frustración de oposición, pero no tiene que ser estrictamente real. O sea que la atención está centrada en el gobierno y en el gobernante principal, el presidente.
Para plantearlo en términos psicológicos, el problema con la figura paterna (figura de autoridad, ausente o déspota en la mayoría de los hogares venezolanos) hace que se concentre toda la acción en “papá-Estado”, para que reconozca nuestra existencia como hijos: vivimos en dependencia de que la historia con nuestro papá biológico se reivindique, quizás como el bando del oficialismo siente que se reivindica. Así que para quien resiente su indiferencia la forma de castigarlo es sustituirlo. Es la venganza sobre el padre. Pero tanto la estrategia como el trasfondo psicológico están equivocados. Y tal visión de la política será aristocrática o plutocrática, pero no democrática.
A quien hay que rescatar del anonimato es a la gente detrás de Chávez. El diálogo es con ellos, porque ellos son los “sin poder” que participan del poder de forma vicaria, pero no real. Los que están en el poder no tienen intención de dialogar. La dialéctica, en el sentido de diálogo, debe ser pueblo-pueblo, o sea horizontal y fraternal. Así que psicológicamente hay que aceptar simplemente que se debe dejar de buscar papás sustitutos: sino lo hubo en la infancia no lo va a ver en la adultez. Hay que asumir la mayoría de edad y establecer relaciones horizontales de hermano-hermano. Así que, si es importante manifestar la inconformidad, es de mayor importancia dialogar con los contrarios. Dialogar no es imponer. Quizás ni convencer. Pero sí sembrar dudas. Que la gente vea lo que está errado y se problematice, no que se cambie de bando. Que sienta la inconformidad de las justificaciones del gobierno.
Y aquí se abre el tercer punto: para entender un argumento hace falta el contexto apropiado. Y el contexto de escasez y fracaso en las medidas puede ser el adecuado, no solo para enterrar una manera equivocada de hacer política, sino una forma trasnochada y primitiva de ser de izquierda. Hay que evitar manipular las circunstancias, pero sí hay que aprovecharlas como inductoras para el aprendizaje y cambio. Pero los políticos de toda la vida deben entender que sobre ellos pesa un sanbenito. La gente no cree en sus palabras porque las acciones en otros tiempos crearon el contexto adecuado para la desconfianza, sea porque crearon expectativas que no cumplieron, sea porque los recuerdan como asaltantes del poder. Los nuevos rostros son una necesidad creada por los políticos de antaño. Y los que se empeñen en mantenerse en la arena debe dar señales claras de que es la arena de la lucha política y no la del circo.
Alfonso Maldonado
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