LA ESPERANZA ATONTADA

No sé por cual razón se confunde la esperanza con la inmovilidad. Yo espero, dicen, porque no hago nada, pues no depende de mí. Una versión narcotizada que invita a confiar en fuerzas sobrenaturales o, en su versión new age, en el poder de la mente positiva. Afortunadamente el sentido común funciona con exactitud relojera cuando hace falta, de tal manera que la prudencia gobierna muchos de nuestros actos en situaciones límites: ¿se imaginan una película en que la pareja protagonista es arrastrada en un bote hacia la mortal catarata y enfrenta con una pasividad estatuaria su fin porque, en definitiva, todo va a salir bien?
Generalmente una visión tan idiota de la esperanza puede conseguir adeptos entre ingenuas personas religiosas. Para quienes siguen a Jesucristo habría que recordar que, así como existe la esperanza, también existe la realidad del mal y del pecado. Si bien es cierto que el destino del mundo no se escapa de las manos de Dios, los episodios intermedios están sujetos a las opciones y libertad humana, tanto en su dimensión personal como social, con eternas consecuencias. Así pues la propuesta de Dios supone el que el ser humano esté dispuesto a responder y a participar. El pecado no es un fatídico determinante externo a la persona sino una trágica posibilidad en su corazón. Pero el pecado no se presenta desnudando sus terribles consecuencias desde el inicio sino engañando con sus seductores encantos.
La tarea del cristiano, o de toda persona de buena voluntad, no es la de hacerse con el poder para evitar el mal, sino llamar a la conciencia y denunciar el error. La tarea de la resistencia/propuesta no puede ser pasiva, sino activa. Y debe ser activa en cuanto es activada por la esperanza. Y debe ser activa y articulada, y por lo tanto organizada. Y organizada en objetivos.
De entre tantos campos donde esto es aplicable, la cultura ofrece uno de especial importancia: la memoria siempre es subversiva, no porque la haya secuestrado la izquierda, sino porque denuncia las quimeras del presente que buscan embobar a la gente. La cultura debe ser el recuerdo incómodo para quienes quieren copar todo el escenario con su amasijo de espejuelos como si fuera el tesoro de la verdad/libertad. Cuanto menos homogéneo sea el panorama para quienes detentan el poder, tanto mejor. Y no porque no haya articulación alguna.

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