¿A QUIÉN BENEFICIA EL GUIÓN DEL GOLPE DE ESTADO?
De la revuelta policial se pasó a la versión del Golpe de Estado. La autoría del guión no es tan importante, porque aunque sería digno de Oliver Stone, sin embargo forma parte de los clichés, géneros conocidos o hasta sketch.
Para el observador curioso, y no solo de CNN o Globovisión sino también de Telesur, el origen de todo, además de la parte legal, está en el manejo político de la situación. No creo que haya sido adrede, pero los efectos hubiesen sido fácilmente predecibles por cualquier estudiante de primer semestre de sociología. Si se quería imponer la Ley, no tenía que haberse arriesgado el presidente a salir “con los pies por delante”, sino en cualquier estilo, desde el mínimamente legal al abiertamente autoritario, haberla impuesto desde su despacho. Es que las películas de Clint Eastwood hacen mal cuando se consumen en proporciones mayores a las que pueden digerirse. Y los policías, especialmente los cabecillas, ya deben saber que no toda protesta reporta beneficios. Como siempre, en estas democracias participativas hay que dialogar y razonar con todos y no simplemente con la comparsa que va a decir “sí” o la porción de pueblo incondicional. Y el obstáculo a vencer no derrotar al enemigo sino cierta inmadurez latinoamericana que nos hace no solo continente joven sino adolescente, que no entiende de acomodos y renuncias, que signifiquen mejoras a mediano plazo. Ni el gobierno supo acomodar para ganar ni, quizás, los policías proponer sin ofrecer nada a cambio. O sea, se trata, desde el extranjero, de una crisis de gobernabilidad, evitable con una dosis mínima de sentido común y hasta de referencias a autores renacimentistas.
Pero, una vez desatada la crisis ¿a quién beneficia la matriz de opinión del golpe de estado? A muchos. No es que no pudiese haber infiltrados en dosis ínfimas o que radicales no se estuviesen frotando las manos, pero los beneficiarios son otros. La tesis comienza a manejarse desde el exterior. Alán García consigue deslindarse de cualquier sospecha de apoyo y se adelanta a Chávez en convocar a UNASUR, y esto en vísperas de las elecciones regionales de Perú. Detrás de Alán García, siguen los demás gobiernos, con particular cautela de los que pueden ser considerados de derecha. En Venezuela se busca refrescar la memoria de aquel 14 de Abril, para fortalecer la vinculación líder-pueblo en términos epopéyicos y resucitar de terapia intensiva la tesis de la vigencia de la amenaza imperialista. Y en Ecuador, no solo el Presidente puede imponer con fuerza resentida su autoridad sobre los policías, sino lanzar el velo de la sospecha sobre personalidades que, opuestas a él, pongan en riesgo la aceptación de su proyecto y figura entre la gente, como Lucio Gutierrez.
En fin, que los pobres son siempre la carne de cañón, en Ecuador y fuera de Ecuador. Y esto sin justificar el abuso de la fuerza y las posibilidades de que la tragedia hubiese sido peor para el Presidente y pueblo ecuatoriano. No me imagino a unos policías encabezando un golpe de estado. No se ve un líder que hubiese convocado a las masas o cuarteles. Y no se me ocurre pensar en la policía como un grupo acostumbrado a las mieles del poder sino conformado por personas sencillas del pueblo raso.
La democracia en Ecuador estuvo en peligro, pero por razones distintas a las de un golpe de estado: porque estuvo a punto de no funcionar intrínsecamente como sistema de gobierno.
Para el observador curioso, y no solo de CNN o Globovisión sino también de Telesur, el origen de todo, además de la parte legal, está en el manejo político de la situación. No creo que haya sido adrede, pero los efectos hubiesen sido fácilmente predecibles por cualquier estudiante de primer semestre de sociología. Si se quería imponer la Ley, no tenía que haberse arriesgado el presidente a salir “con los pies por delante”, sino en cualquier estilo, desde el mínimamente legal al abiertamente autoritario, haberla impuesto desde su despacho. Es que las películas de Clint Eastwood hacen mal cuando se consumen en proporciones mayores a las que pueden digerirse. Y los policías, especialmente los cabecillas, ya deben saber que no toda protesta reporta beneficios. Como siempre, en estas democracias participativas hay que dialogar y razonar con todos y no simplemente con la comparsa que va a decir “sí” o la porción de pueblo incondicional. Y el obstáculo a vencer no derrotar al enemigo sino cierta inmadurez latinoamericana que nos hace no solo continente joven sino adolescente, que no entiende de acomodos y renuncias, que signifiquen mejoras a mediano plazo. Ni el gobierno supo acomodar para ganar ni, quizás, los policías proponer sin ofrecer nada a cambio. O sea, se trata, desde el extranjero, de una crisis de gobernabilidad, evitable con una dosis mínima de sentido común y hasta de referencias a autores renacimentistas.
Pero, una vez desatada la crisis ¿a quién beneficia la matriz de opinión del golpe de estado? A muchos. No es que no pudiese haber infiltrados en dosis ínfimas o que radicales no se estuviesen frotando las manos, pero los beneficiarios son otros. La tesis comienza a manejarse desde el exterior. Alán García consigue deslindarse de cualquier sospecha de apoyo y se adelanta a Chávez en convocar a UNASUR, y esto en vísperas de las elecciones regionales de Perú. Detrás de Alán García, siguen los demás gobiernos, con particular cautela de los que pueden ser considerados de derecha. En Venezuela se busca refrescar la memoria de aquel 14 de Abril, para fortalecer la vinculación líder-pueblo en términos epopéyicos y resucitar de terapia intensiva la tesis de la vigencia de la amenaza imperialista. Y en Ecuador, no solo el Presidente puede imponer con fuerza resentida su autoridad sobre los policías, sino lanzar el velo de la sospecha sobre personalidades que, opuestas a él, pongan en riesgo la aceptación de su proyecto y figura entre la gente, como Lucio Gutierrez.
En fin, que los pobres son siempre la carne de cañón, en Ecuador y fuera de Ecuador. Y esto sin justificar el abuso de la fuerza y las posibilidades de que la tragedia hubiese sido peor para el Presidente y pueblo ecuatoriano. No me imagino a unos policías encabezando un golpe de estado. No se ve un líder que hubiese convocado a las masas o cuarteles. Y no se me ocurre pensar en la policía como un grupo acostumbrado a las mieles del poder sino conformado por personas sencillas del pueblo raso.
La democracia en Ecuador estuvo en peligro, pero por razones distintas a las de un golpe de estado: porque estuvo a punto de no funcionar intrínsecamente como sistema de gobierno.
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