CUANDO LOS MICROPROCESADORES CUENTAN MÁS QUE LAS NEURONAS

No solo las advertencias sino los cuidados, por equipos portátiles, de escritorios, teléfonos inteligentes y demás aparatos, que se toman ante virus, gusanos, troyanos… El mundo de la informática es un mundo delicado. Ningún operador de computadoras mínimamente precavido navega sin la consabida compañía de un antivirus de confianza, ni se le ocurre abrir correos o archivos sospechosos. Los datos que puedan perderse y el tiempo de la reparación, sino hay que formatear desde cero, hacen que la cautela sea una virtud del internauta y la computación.
Pero las advertencias para evitar contaminaciones son menores si se trata de la propia salud, sobre todo si es mental. No sé por qué pensamos que en computación es imposible imaginar un software sin un hardware, pero sí que la mente puede navegar por la vida sin un cerebro… o sea, un cerebro, cerebelo, cráneo, bulbo raquídeo, médula espinal, cuello, cuerpo…
Las experiencias que hacemos, nos imaginamos, quedan en el limbo de la inmaterialidad, como videoteca. La vida, es la ilusión, sigue adelante a pesar de. O sea, para la computadora más perfecta, que es el cerebro humano, para ella no tenemos ni filtros ni antivirus: cualquier archivo puede abrirse sin preocupaciones ulteriores.
Y es que el cerebro, en esa capacidad tan sublime de conectarnos con lo trascendente de la vida humana, con lo espiritual inmaterial, no solo procesa información o dispara impulsos nerviosos. Almacena información, que está relacionada con nuestras experiencias, con lo vivido, lo aprendido, lo sufrido, lo gozado. Y este almacenamiento ocurre de manera que se integra haciendo que yo sea yo: mi historia me hace, pero yo voy haciendo historia. Más la integración es como piezas que van calzando… si algo no calza, si no se consigue ensamblar… ahí está el corto circuito. Lo de poca importancia se desecha por el olvido, pero lo que tiene importancia no consigue ser eliminado. No se puede cauterizar las neuronas que guardan el recuerdo porque, de alguna manera, el recuerdo subsiste, y a veces no solo como recuerdo sino como recordatorio.
Si el recuerdo con su potencialidad de recordatorio o desintegración subyacen, la posibilidad de escoger mis futuros recuerdos es algo que puedo hacer en el ahora. El sentido común que me indica de no escoger experiencias traumáticas o dolorosas, que sean insanas o contrarias a la moral, y, por el contrario, decidirme por lo que me haga bien y sea bueno, dentro de las posibilidades de elección que hay en el ser humano, es primordial. O sea, no abrir archivos que contengan virus.
Porque los recuerdos no es simple información consignada en el libro de historia. El recuerdo es recuerdo de lo que pasó con su carga emocional: no solo imágenes, o sonidos, o pensamientos sino imágenes, sonidos y pensamientos con emociones, buenas o malas, agradables o no, beneficiosas o dañinas. Y la emoción es más que una sensación: es una reacción fisiológica tan real como si se reaccionase ante un estímulo presente. Tan químico como que nos referimos a neurotrasmisores, hormonas y demás. Tan biológico como las variaciones en las reverberaciones cerebrales, como la activación o no de las diversas áreas, como la inhibición o no del MAO en los amantes del riesgo, el peligro, el juego de los ludópatas, por no referirnos a los juegos sexuales de carácter patológico.
La base de las emociones se encuentra en el hipotálamo, estructura del sistema nervioso a la que se conoce como cerebro reptil, parentesco de nuestros antepasados. Lo envuelve la sustancia blanca y la sustancia gris, que forma la corteza cerebral con sus diferentes áreas, sede de aspectos varios como la racionalidad. Entre el cerebro reptil y el medio ambiente externo, más importante que el cráneo es la envoltura de la racionalidad. No para reprimir emociones sino para darles carácter humana, para seleccionarlas, para evitar hacer experiencias dañinas.
En un reality show de la TV, un hombre le preguntada a una joven, sin experiencia sexual previa, cómo podía estar segura de no ser lesbiana si nunca había estado con una mujer. En la sociedad de las experiencias todo es experimentable. Pero un considerable número de experiencias negativas que se vayan acumulando puede ser la diferencia entre la cordura y la locura. No sé que pasó en el resto del programa. Espero que el silencio de la chica no haya sido por falta de argumentos.
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