EL PRIMER DÍA DE LA SEMANA LLOVÍA ALREDEDOR DEL SEPULCRO

Con saltos e interrupciones avanzo en la lectura del tema que me propongo como tesis de postgrado: la Resurrección de Jesús. No es una lectura continua sino fragmentada por las diversas circunstancias del día. Pero al final avanzo.
Sin embargo, en el día de hoy conciencié dos situaciones: la enorme tragedia que van dejando las lluvias en el país y la gravedad de una persona muy querida. Digo que “conciencié” porque dejé reposar en mi conciencia. Me detuve ante ello. Fui a visitar a esta amiga y, de paso, vi las imágenes que tantos otros ya han visto. Y me pregunté qué tiene que ver todo esto con la Resurrección de Jesús. Pero también me pregunté que tiene que ver la Resurrección de Jesús con todo esto. Y caí en cuenta, con esa conciencia que siente y no solo piensa, que si no tuviera nada que ver, “vana sería nuestra fe” (1 Cor 15,14). Si hubiese un salto, un hiato entre el sufrimiento de tantas personas y la Resurrección, esta última se vaciaría de contenido, sería un manifiesto al ateísmo. Porque la Resurrección no es simplemente esperanza de vida eterna o “mente positiva” que no se enrolla porque todo va a salir bien. La Resurrección es algo más: es Viernes Santo prolongado que toca la madrugada del Domingo. No puede haber Domingo de Resurrección si no se vive el Viernes Santo en solidaridad con el Crucificado (porque se puede vivir al estilo de los agresores, los que blasfeman, insultan, se mofan, hacen sus componendas de poder, abusan del recurso de las armas… y están en el Calvario o estuvieron presentes en el Proceso a Jesús, con cercanía física pero sin solidaridad con Él). Pero el requisito del Domingo de Resurrección es la capacidad de estar parado frente a la cruz, quizás hasta con la impotente como para hacer algo, y poder decir con el centurión “Verdaderamente este era Hijo de Dios” (Mc. 15,39). Se puede huir, se pueden cerrar los ojos, pero no: viernes santo es vivirlo con los ojos abiertos, seguido de su prolongación en el silencio del Sábado Santo.
Creer hoy en día en la Resurrección consiste en no ser indiferentes ni dar la espalda a quienes viven la realidad de la Pasión. Creer en la Resurrección implica no dejarse derrotar por las fuerzas del mal, del pecado o la naturaleza. Creer en la Resurrección consiste en perseverar en el Viernes prolongado, aunque el esfuerzo parezca inútil, porque después sigue la Resurrección. Los indiferentes y las “mentes que piensan en positivo” rehúyen el paso previo, que es estar presentes y lúcidos el Viernes de la Agonía.
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