LA DESPEDIDA DE RENÉ

con ansias en amores inflamada,
(¡oh dichosa ventura!)
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.
A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
(¡oh dichosa ventura!)
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz ni guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquésta me guïaba
más cierta que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche que me guiaste!,
¡oh noche amable más que el alborada!,
¡oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!
En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.
El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el amado,
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
En la madrugada del 14 de Diciembre, pero de 1591, moría en Úbeda, España, San Juan de la Cruz, ese gran místico y poeta español. Es el autor de estas líneas que narran un encuentro amoroso, en medio de la noche, como lo describe el libro de la Biblia llamado el Cantar de los Cantares, entre la amada y el Amado. Bien pudiera describir la aventura de dos jóvenes, pero esta poesía amorosa describe para este Santo la búsqueda y encuentro del alma con Dios, su Amado.
San Juan de la Cruz es famoso en la Iglesia como maestro espiritual, que guiaba y orientaba a sacerdotes, monjas, casados y solteros a ese encuentro certero con Dios en esta vida. Pero San Juan de la Cruz también sabía que ese encuentro solo era definitivo una vez que se muere.
Todos recordamos a René como la mujer que batalló, unida a su esposo, hijos y familia, contra una dura y larga enfermedad. Pero también hay que recordarla, además de otras cosas, por su preocupación por vivir con fidelidad su vida espiritual, en medio de cualquier dificultad. Su descubrimiento de Cristo, a quien quería transmitir a los demás como una realidad constantemente nueva y renovadora, alguien a quien se podía siempre conocer más y mejor. San Juan de la Cruz lo comparaba, en este sentido, con una oscura mina llena de riquezas, que se recorre con la lámpara en la mano y, cuando creías que la habías recorrido toda, nos sorprendía con un nuevo túnel lleno de otros maravillosos tesoros. Y ese Jesús, a quien René sabía que se podía conocer a través de la Palabra compartida y la oración, que le daba el sentido sagrado y respetable a todo lo que se refiera a la Iglesia, tenía una presencia distinta y única en la Comunión, en Jesús Sacramentado; en Jesús presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Alguna vez ella me dijo: “Si supiéramos quien está en el Santísimo Sacramento, que no es una cosa sagrada más…” Como lo diría San Juan de la Cruz, comparando a Dios como una fuente que llena de Agua de Vida Eterna a toda la Creación: “ Aquesta viva fuente que deseo/ en este Pan de Vida yo la veo,/ aunque es de noche” (La Fonte 11).
Así pues, más allá de la mirada de las demás personas, en medio de la Noche de la enfermedad, René se puso en camino partiendo del Amor de Dios. Le guiaba la ardiente Fe en su corazón, “más cierto que la luz del mediodía”. Estaba atenta a la Palabra de Dios comunicada a través de la Iglesia. Y entonces su lucha fue a la vez por su salud física, pero también por su acercamiento al Señor.
¿Y qué diremos, entonces, de todo el esfuerzo, toda esa batalla que libró también la familia? ¿De la compañía? ¿de buscar alternativas cuando las terapias normales confesaban su impotencia? ¿Qué ha quedado de haber buscado respuestas hasta los confines de la tierra? Puede quedar la sensación que nada, que todo se redujo a la nada. Pero no es así. Toda la familia se movilizó y cada quien, de distintas formas, hizo lo mejor que pudo. Me lo dijo una enfermera: “Que bonito como la familia toda está pendiente de todo y buscan atenderla en todo”. Hubo un proceso, un camino. Pero nadie se rindió. Se organizaron como familia y organizaron sus vidas para salirle al paso de este desafío. Quizás con equivocaciones humanas propias de aprender sobre la marcha, pero sin embargo la amaron. Dice el Cantar de los Cantares:
“Fuerte es el amor como la muerte
implacable como el sheol la pasión,
sus ardores son rayos de una hoguera,
una llama divina.
Las aguas caudalosas no podrán
Extinguir el amor,
Ni los ríos anegarlo”
(Ct. 8,5-7)
El Amor no se deja vencer por la muerte, porque “el Amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, porque Dios es Amor” (1 Jn. 4, 7). El Amor sacó a Jesús del sepulcro y lo hizo vencedor de la muerte. Si hemos amado, es porque Dios ha estado con nosotros. Y si hemos amado, el amor tiene calidad de Vida Eterna. El amor perdurará eternamente, aunque la ciencia y la tecnología hayan fallado. La lucha por la salud física no consiguió los resultados que esperábamos, pero no así la búsqueda del Señor.
El alma de René está entre las manos de Jesús y la Virgen, como en esos cuadros orientales, los iconos ¿Y como enfrentamos nosotros el desafío de seguir adelante? Con la fortaleza más evidente que han demostrado en todos estos meses: amándose como familia, sabiendo estar juntos, organizando su vida de acuerdo a sus propias responsabilidades sin descuidar esa capacidad de estar juntos ante cualquier dificultad, en respeto y coordinación ¿Es difícil? Sí, pero es posible si nos apoyamos en las fuerzas de Dios. Si dependiera de nosotros solos, nada conseguiríamos. Inclusive el dolor nos atenazaría. Dice la carta a los Romanos:
Quién nos separará del amor del Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, o la persecución, o el hambre, o la desnudez, o el peligro, o la espada? ... Al contrario, en todas estas cosas estamos saliendo completamente victoriosos mediante el que nos amó. Porque estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni gobiernos, ni cosas aquí ahora, ni cosas por venir, ni poderes, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra creación podrá separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús nuestro Señor. (Rm. 8,35-39)
Y tenemos el auxilio de María, nuestra Madre. Por ello ¡qué hermoso cuando la Iglesia se dirige a la Madre de Dios diciendo: “atráenos, Virgen María, y caminaremos en pos de ti”.
Atráenos, Madre, sobre todo cuando sintamos que flaqueamos. No te canses de atraernos. Atráenos, Virgen María…
Aunque queda la nuestra, la búsqueda espiritual de René se completó. Como en el caso de San Juan de la Cruz, también fue un 14 de Diciembre.
Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el amado,
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
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