BAUTISMO DEL SEÑOR SEGÚN EL EVANGELIO DE MATEO
Una de las maneras de acercarse al Evangelio de Mateo consiste en entrever, en la forma como se describe a Jesús, al nuevo Moisés, Liberador, que viene a instaurar la nueva Alianza prometida a los profetas (cfr. Jr. 31,31).
El Evangelio de Mateo se considera escrito en la región de Antioquia de Siria, teniendo como destinatarios a cristianos de proveniencia judía. La fecha de redacción está alrededor de los años 80. Como todo Evangelio, su finalidad no es recrear sino confirmar en la fe a los oyentes. Así que, además de los recuerdos sobre Jesús, hay que estar pendiente de esta intención: en primer lugar para los cristianos de finales del siglo I, en segundo lugar para nosotros.
El Evangelio de hoy recuerda, en sintonía con la celebración litúrgica, el Bautismo del Señor. La obra del Espíritu Santo incluye en comprender el sentido profundo del gesto hecho por Jesús.
Con todo no es clara la razón por la que Jesús se hace bautizar. En el fondo no necesita ser bautizado. Puede considerarse como un gesto profético que valida, por un lado, la acción del Bautista, pero, por otro lado, la manera como Jesús da inicio a su vida pública, de entrega amorosa, de muerte y resurrección. Él lleva sobre sí los pecados como el Cordero de Dios (cfr. Jn.1,36), expresión que sigue una teología sacrificial.
El agua del Jordán no solo recuerda la fuerza vivificante (el agua que permitía sembrar el jardín del Edén, de Gn. 2,10) y poder de muerte del agua (como el caso del diluvio, sin ser el único, Gn. 7,5ss), según el Antiguo Testamento. Pero el bautismo por inmersión en el Jordán y los cielos rasgados puede recordar, sin ánimo de realizar una exégesis exhaustiva, de las aguas del Mar Rojo (cfr. Ex.14) y del río Jordán divididas (cfr. Jos.3,14ss): es el ingreso a la Tierra Prometida. Jesús no solo es el nuevo Moisés, sino el Josué (la forma hebrea o aramea anterior al Exilio es Josué, Yehoshua, luego fue abreviada a Yeshua y en la zona de galilea, Yeshu, por lo que es el mismo nombre ), que introduce en la Tierra Prometida. No una posesión terrena sino “cielos abiertos”, nuevo profeta, con las palabras del Padre y el Espíritu Santo, como paloma. “Este es mi hijo, en quien me complazco”.
Jesús es el “camino, la verdad y la vida” (Jn.14,6). Los cielos se han abierto, que puede interpretarse como la llegada del profeta (cfr. Is. 63,19), la nueva creación (cfr. Gn.1,2) o la comunicación entre cielos y tierra (cfr. Jn. 1,51). Bautizarse es bautizarse en el bautismo de Jesús. Cruzar el río Jordán para participar en la consagración y misión de Jesús. No existe una liberación del pecado que no nos ponga en la secuela de Jesús. Solo así entraremos en la Tierra Prometida del Cielo que no termina.
Los primeros cristianos sabían que el recuerdo del Bautismo del Señor hablaba, al mismo tiempo de su propio bautismo y del compromiso de cada día. En medio de dificultades y hasta persecuciones, en una fidelidad evangelizadora.
El Evangelio de Mateo se considera escrito en la región de Antioquia de Siria, teniendo como destinatarios a cristianos de proveniencia judía. La fecha de redacción está alrededor de los años 80. Como todo Evangelio, su finalidad no es recrear sino confirmar en la fe a los oyentes. Así que, además de los recuerdos sobre Jesús, hay que estar pendiente de esta intención: en primer lugar para los cristianos de finales del siglo I, en segundo lugar para nosotros.
El Evangelio de hoy recuerda, en sintonía con la celebración litúrgica, el Bautismo del Señor. La obra del Espíritu Santo incluye en comprender el sentido profundo del gesto hecho por Jesús.
Con todo no es clara la razón por la que Jesús se hace bautizar. En el fondo no necesita ser bautizado. Puede considerarse como un gesto profético que valida, por un lado, la acción del Bautista, pero, por otro lado, la manera como Jesús da inicio a su vida pública, de entrega amorosa, de muerte y resurrección. Él lleva sobre sí los pecados como el Cordero de Dios (cfr. Jn.1,36), expresión que sigue una teología sacrificial.
El agua del Jordán no solo recuerda la fuerza vivificante (el agua que permitía sembrar el jardín del Edén, de Gn. 2,10) y poder de muerte del agua (como el caso del diluvio, sin ser el único, Gn. 7,5ss), según el Antiguo Testamento. Pero el bautismo por inmersión en el Jordán y los cielos rasgados puede recordar, sin ánimo de realizar una exégesis exhaustiva, de las aguas del Mar Rojo (cfr. Ex.14) y del río Jordán divididas (cfr. Jos.3,14ss): es el ingreso a la Tierra Prometida. Jesús no solo es el nuevo Moisés, sino el Josué (la forma hebrea o aramea anterior al Exilio es Josué, Yehoshua, luego fue abreviada a Yeshua y en la zona de galilea, Yeshu, por lo que es el mismo nombre ), que introduce en la Tierra Prometida. No una posesión terrena sino “cielos abiertos”, nuevo profeta, con las palabras del Padre y el Espíritu Santo, como paloma. “Este es mi hijo, en quien me complazco”.
Jesús es el “camino, la verdad y la vida” (Jn.14,6). Los cielos se han abierto, que puede interpretarse como la llegada del profeta (cfr. Is. 63,19), la nueva creación (cfr. Gn.1,2) o la comunicación entre cielos y tierra (cfr. Jn. 1,51). Bautizarse es bautizarse en el bautismo de Jesús. Cruzar el río Jordán para participar en la consagración y misión de Jesús. No existe una liberación del pecado que no nos ponga en la secuela de Jesús. Solo así entraremos en la Tierra Prometida del Cielo que no termina.
Los primeros cristianos sabían que el recuerdo del Bautismo del Señor hablaba, al mismo tiempo de su propio bautismo y del compromiso de cada día. En medio de dificultades y hasta persecuciones, en una fidelidad evangelizadora.
Nota: sobre el nombre de Jesús, ver en Armand PUIG, Jesús, una biografía, p. 142s
El icono oriental representa el bautismo del Señor en el Jordán en posición mortuoria, por lo que lo relaciona con la muerte de Jesús. Como indica Rm. 6, los cristianos consideraban el bautismo una participacíón en la muerte y resurrección del Señor.
Comentarios
Publicar un comentario