LA CULTURA DEL NO PENSAR
Los años noventa supusieron un gran cambio tras la caída del muro de Berlín y el derrumbe del llamado socialismo real. Alguno teorizó que, con el supuesto fin de las ideologías, se decretaba también el fin de la historia. Desde finales de los años noventa, como reacción al mundo de la guerra fría y al fracaso de la razón del modernismo para conseguir la felicidad, se teorizó el surgimiento de una nueva era, el postmodernismo. De aquella guiada por la razón y que cuestionaba de raíz cualquier búsqueda espiritual, la que proponía hacer cualquier sacrificio en aras del progreso, se pasa a un paradigma donde el presente, la experiencia y la felicidad se reivindican para el presente, no para un mañana incierto. La ciencia y la tecnología, bajo el símbolo prometeico, conducen a nuevos infiernos donde hasta lo ecológico se tambalea. Así pues, lo postmoderno, sin referencias a la razón, que reivindica la experiencia con toda la paleta emocional, dionisíaca, se establece en criterio, inclusive moral. La realidad se desvirtúa o, mejor dicho, se hace virtual. Es la simultaneidad de los mass media la que me permite estar en todos sitios a la vez, banalizando la realidad. Las referencias fallan para quedar en lo experimentado con las conclusiones que se puedan sacar.
Este paradigma, válido si respeta los límites para las artes y arquitectura, como estilo de vida o cultura total no lo es. Tiene costos altísimos e ingenuidades nocivas. No solo por las consecuencias inmediatas: no todo se puede probar sin comprometer la integridad física. Sean deportes extremos o sustancias químicas. Pero es que tampoco el ser humano aguanta cualquier cosa a nivel mental: yo no puedo hacer cualquier experiencia y salir inmune. No puedo ir a un frente de batalla, no puedo mezclarme con narcoterroristas, no puedo unirme a grupos xenófobos… Porque mentalmente algo queda grabado… Y es que la historia está ligada a la memoria personal y colectiva, que no es un archivo que tenemos sino que está incluida en lo que somos, nuestra identidad.
Es cierto que los ejemplos anteriores son exagerados pero se puede descender a aspectos más cotidianos: además de las drogas está la adicción por el tabaco, el alcohol o el sexo, probando todas las variedades posturas y personas, con el solo criterio de a qué saben. Los vacíos se llenan de forma consumista. Los pobres ni los enfermos caben, y la vida no nacida, en caso de accidente, también es eliminable. No es que eso está tan solo monstruosamente mal, sino que además la dignidad del actor queda comprometida, deformada, y esto no por una culpa exterior sino una marca interior: el monstruo soy yo. Yo sé que yo soy aquel que ha tenido esta experiencia. Aún cuando mis neurotransmisores, hormonas y otros componentes de mi bioquímica reaccionan y obnubilan la mínima objetividad para iniciar el ciclo. Así puedo quedar ensartado en experiencias dañinas y destructoras para mí mismo. Esto sin considerar el debilitamiento de los lazos sociales, la unión familiar y cohesión social.
No obstante lo curioso es que toda esta espontaneidad de la sociedad que invita a vivir el momento presente, a hacer la experiencia de lo inmediato, a vivir sin compromisos la hartura de las necesidades físicas, afectivas y pseudo-espirituales, a consumir personas para no establecer relaciones interpersonales, está sociedad está diseñada, con frialdad de cálculo, por gente que se ha quemado, para mal, las neuronas. Todo lo que está implicado como preparación para condicionar determinada conducta, desde el punto de vista ideológico, político, psicológico, sociológico, campañas publicitarias… y dinero, mucho dinero.
Al final de lo que se trata es de no pensar, que otros manejan los hilos de tus emociones y pasiones para hacer lo que ellos quieren. Es la dictadura de… como decirlo… de la libertad… la libertad devaluada a una jaula para cobayas programada por mentes que no han renunciado a la razón.
Estoy de acuerdo contigo, si bien es cierto que tenemos muchas cualidades naturales como habitantes de este planeta y las cuales compartimos con el resto de los seres vivos también es cierto que tenemos sentimientos y lo más importante el discernimiento para saber lo que esta bien y lo que esta mal. Igualmente, hay dos puntos bien importantes, los cuales también tocaste, como son la responsabilidad y la no culpa: “…está ligada a la de evitar hacer experiencias dañinas que afecten el desempeño sexual, tanto desde el punto de vista biológico, psicológico como humano como la integridad personal y autoestima…”
ResponderEliminar¡Me encanta! te felicito Alfonso. Voy haciendo tiempo para poder leer los demás temas