LA SENTENCIA DEL ABORTO

Hay momentos en los que Occidente se encubre de un velado totalitarismo. No porque la democracia formal deje de funcionar, ya que no es cierto, o por la pérdida de valores fundamentales, cosa a tomar en cuenta. Sino cuando, quizás por la pérdida de referencias trascendentes, deifica puntos de vista comunes para la sociedad, en un momento dado, considerándolos como inmutables, cuando son pasajeros. Pueden ser modas, pero también ideologías, sin que esto último tenga la típica connotación política-partidista. Los seres humanos nos situamos ante el mundo dotados de un arsenal de interpretaciones, sin que necesariamente sean del todo ciertas. No basta compararse con la Edad Media para sentirse superiores.

Pues bien, la introducción sirve para tocar el punto delicado del aborto. No solo por la banalización de la vida, cosa ya preocupante, sino por lo sospechosamente parcial. Decir que es un buen negocio es decir algo que debería ser obvio para el más incauto: cualquier comportamiento, y más el que supone no solo ejecución sino que mueve una cadena de consumo que implica a pocos proveedores de “servicios” y “tecnología” y a muchos clientes, debe ser un muy buen negocio. Esto independientemente de la valoración ética. Pero tampoco ese es el abordaje que se pretende a través de estas líneas.

Lo parcial consiste en que el problema del aborto se enfoca como dilema entre lo lícito y libertad reduciéndolo a la esfera íntima femenina, su conciencia. Es decir, todo el peso de lo que se puede o no hacer, que marcará definitivamente la vida de un ser humano (me refiero a la mujer), queda reducido, aislado, apartado y confinado a ella, tomando como punto de partida y de llegada su sola individualidad. Y es aquí donde se gesta la más cobarde y falaz hipocresía: se elude la responsabilidad de todos y se consigna a una sola, cuando la maternidad es un bien que debe ser tutelado por todos, así como el aborto es una decisión que salpica a todos.

Habría que añadir que la tradición occidental ha identificado “tutela” con la ley que protege la vida y criminaliza al aborto, desde el ámbito legal. O, recientemente, que protege la libertad individual y permite la decisión soberana de abortar. No es que no sea importante, sin embargo, el criterio que sirve de eje y que anima a esa tradición es la individualidad. El marco legal, proteja la vida o permita el aborto, es algo que tiene que ver con el individuo y la sociedad ofrece simplemente el marco legal para que lo puedo hacer o no legalmente. Cierto que la Ley luego viene articulada en otras instancias para que sea real, pero siempre en función del individuo.

La parcialidad que se apuntaba con anterioridad no tiene que ver la superación del mismo con la imposición del Estado sobre los derechos del individuo. Una parcialidad hacia el Estado sería tan parcial como disminuida al individuo. Y una victoria pro-vida, aún siendo importante por las vidas que se salven, sería una victoria de faz pírrica: una vida debilitada que no logra convencer. Una vida agonizante ante la cultura de la muerte.

La superación se dará cuando no se entienda a la mujer de manera aislada del resto de la sociedad. La mujer en gravidez no puede ser un ser sobre el que pesa la decisión de vida o muerte, mientras los demás se ocupan de cuestiones más prestigiosas o entretenidas. La sociedad debe estar implicada, de distintas formas y en diversos niveles de interacción, lo cual sería un dato de sanidad con suficientes antecedentes antropológicos ¿qué sociedad, por las razones que sean, no ha defendido la maternidad en relación con la vida en gestación? En un momento tan delicado no puede dejarse sola a la mujer como para que se desgracie la vida. Porque el aborto, además de ser un acto desgraciado, es un acto que desgracia. Son datos reportados de manera suficiente por la psicología, con justificación suficiente como para la intervención terapéutica para superar las secuelas emocionales.

Habría que entender que esa mujer cuyos derechos son inalienables (y no me refiero a los derechos reproductivos sino en general) está en relación con la sociedad. Pero no en relación de oposición, sino de colaboración. Y será posible cuando se acepte la evidencia de que aquella que está en gravidez es un ser que está, en cierto sentido, disminuido, necesitado, dependiente. Lo comprenden las sociedades primitivas, lo comprende la automática solidaridad que aparece en el mundo femenino ante la gestante, lo comprenden las legislaciones que ofrecen normativa especial pre y post natal. Puede que el orgullo y el halo de suficiencia creen resistencias ideológicas que se niegue a aceptarlo: las posturas feministas, temores de machismo y tradicionalismo en el hombre, o en la ciencia el pundonor de no tener compromisos filosóficos o confesionales. Pero la mujer, psíquica y biológicamente, es un ser en una situación que requiere de especial de atención. Mente y cuerpo se preparan para una estadía de unas 40 semanas, y que requiere esfuerzos y modificaciones que desafían el asombro de los eruditos. Hay cambios hormonales que implican todo. Necesita de un entorno adecuado para brindarle apoyo afectivo, al principio, y para, al final, poder desenvolverse en la rutina cotidiana, a pesar de las limitaciones que disminuyen su autonomía .

Y esto es verdad no solo en la mujer que enfrenta el embarazo con todo su entusiasmo interno y apoyo externo, sino también para aquella que le falta una o ambas cosas. Podría pormenorizarse los casos en los cuales una mujer decide abortar, pero en muchos de ellos, seguramente que en su inmensa mayoría, el apoyo exterior ha fallado: adolescente, madre soltera, la que ha sido violada, la de gestación complicada, esa con embarazos de alto riesgo… en todos los casos se deja a la mujer sola… porque es más cómodo para la sociedad y quizás para la familia. Se le ha dejado asustada, sumida en la angustia, en el trauma, con dilemas sobre el porvenir, sin esperanzas de apoyo, problemas económicos, el rechazo social, sin orientación profesional… todo, todo queda en el corazón y en las manos de una persona que, por la sabiduría de la naturaleza, está atravesando, por decir lo menos, importantes cambios hormonales que afectan la estructura psíquica y biológica.

No sé cuanto tiempo tardaremos en frenar el absurdo del aborto. Creo que se podría comenzar creando grupos de apoyo que ayudaran a las mujeres en gravidez a considerar razones para favorecer la vida y no soimplemente para considerar la muerte. A veces harán falta estrategias, recursos, campañas publicitarias. En otras lo único que hará falta es el corazón atento, que sepa escuchar y comprender el drama de una mujer embarazada en situaciones especiales… Esto puede bastar para que opte por la vida de aquel que va creciendo en su seno. Es cuestión de estar no solo de manera ocasional sino permanente, en lo fácil y en lo difícil. Y de que cambie el modelo de sociedad.




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