LA CUARESMA: EL CAMINO ESCONDIDO DE LOS SÍMBOLOS

Con el miércoles de ceniza comienzan los días de preparación para la Semana Santa. En los países de tradición católica, se sabe que este tiempo litúrgico recibe el nombre de Cuaresma: cuarenta días (sin contar los domingos), que remite al simbolismo bíblico de cuarenta días o años: cuarenta días diluvió, cuarenta años permaneció el pueblo en el desierto, cuarenta días permaneció Elías y Jesús en el desierto.

La celebración del miércoles de ceniza, que utiliza el simbolismo luctuoso y penitencial de la ceniza, como era propio del pueblo de Israel, marca dicho inicio… mas no marca su comprensión. El evangelio es tomado del sermón de la montaña, dándole el sentido cristiano a las obras de piedad judía: la oración, el ayuno y la limosna.

Muchas de las celebraciones en el catolicismo se hacen de manera repetitiva, automática y sin comprensión. Tal conocimiento si existiese, según piensa la gente de buena fe, es propio de quienes tienen el control sobre el Misterio. Su observancia se impone sin cuestionamientos y toda pregunta resultaría provocadora, irreverente e insolente por la gente común.

Pero esta forma de pensar, más o menos extendida o rechazada, no solo es equivocada, sino dañina. Preguntarse con reverencia es distinto de la duda cínica que invita a la profanación.

Por otro lado, esa resistencia a la pregunta, que debería nacer de la misma fe y amor que busca comprender dentro de los parámetros de la misma fe, es terreno fértil para las creencias abiertas a la superstición (se cumple con el rito por respeto a una especie de poder numinoso, mágico), así como para las deserciones y las increencias. Por ejemplo ¿qué tiene que ver nuestras celebraciones y el mensaje evangélico?

En el mejor sentido del término, la Liturgia (las celebraciones comunitarias que la Iglesia oficia con solemnidad) son teología celebrada. El término teología lo uso en sentido medieval: ciencia de Dios, no como construcción aproximada a partir de ciertos postulados que deben pasar por el consenso de la Fe de la Iglesia, sino como conocimiento místico con bases en la Revelación (aunque tenga una instancia especulativa). De ahí el axioma latino, que reza “lex credendi, lex orandi”, que refleja esta realidad: la norma de lo que hay que creer, es norma de lo que se debe orar.

¿Cómo se pasó de la lex credendi (la norma de la fe) a la lex orandi (la norma de lo que se celebra)? Con lentitud.

El cristianismo creció bajo la sombra del judaísmo. Los primeros cristianos frecuentaban la sinagoga, como los cristianos de Jerusalén subían al Templo para asistir a la oración. En la medida en que nacían comunidades en suelo pagano, las cosas van cambiando y, a partir del año 74, con la expulsión de los cristianos de la sinagoga, la situación ya era totalmente otra. Las celebraciones se fueron poco a poco organizando mejor, teniendo como desafío aspectos propios del cristianismo, tales como el bautismo o la eucaristía, que no contaba con paralelos en el judaísmo. La celebración de la cena de Pascua o del sábado servía de referencias remotas para recordar la Cena del Señor. Pero el punto de partida fundamental ya no era la liberación de Egipto sino la muerte/resurrección de Jesús. El Antiguo Testamento servía de telón de fondo, de preparación, facilitaba la comprensión. Pero no suprimía su originalidad.

La predicación y la profundización en el contexto de las primeras herejías supusieron un lenguaje teológico cercano a la mentalidad griega. Y esto se tradujo al mundo de los símbolos propios de la Liturgia (celebración), sin abandonar la referencia bíblica. Cuando a partir del siglo III la Iglesia tuvo edificios apropiados para reunir a las comunidades (basílicas y no ya los patios de las casas), se dio un mayor esmero por el lenguaje litúrgico. Así que momentos fundamentales fueron enriqueciéndose para realzar su celebración. Además del caso de la Eucaristía, también tenemos tanto el bautismo como la penitencia, que sirvieron de antecedentes para la cuaresma.

El penitente de pecados graves, considerados como públicos (la apostasía, el adulterio, el asesinato, aunque se le añaden a la lista otros más) era amonestado y separado de la comunidad. No podía participar de las celebraciones y debía dar muestras de auténtico arrepentimiento. Posteriormente el obispo lo admitía dentro del grupo de los penitentes, quienes iniciaban un camino de conversión, que también tenía sus pasos rituales. La recta final estaba estipulada por la Cuaresma, para obtener el perdón y la reincorporación a la Iglesia (que eran comunidades de no muchas personas presididas por el obispo), la noche del sábado santo.

Otro tanto ocurría con los catecúmenos. En la primera Iglesia lo habitual, con excepciones como cuando se convertía toda la familia, era que los adultos pidiesen ser bautizados. Generalmente provenían de familias paganas y la preparación para el bautismo, que implicaba la catequesis y la participación gradual en las celebraciones de la comunidad (como en la Eucaristía –misa), se llama y se llamaba catecumenado. El catecumenado duraba entre uno y dos años y, en la última etapa, una serie de ritos que hoy están condensados en el ritual bautismal, se realizaban a lo largo de la cuaresma. El bautismo se celebraba la Noche Pascual (el Sábado santo).

Para el católico de hoy la vivencia de la Cuaresma adquiere dos dimensiones: bautismo y penitencia. El redescubrimiento del sentido bautismal del creyente que se ha traicionado con el pecado. Como si la Iglesia toda decide hacer el camino de reencuentro con el Señor. No se trata de una observancia ritual sino sacramental en el sentido original: mistagógico. Pedagogía para encontrarse con el Misterio salvador de Dios.

En la Liturgia confluyen elementos nuevos y antiguos, sin exclusión. El núcleo nos remite a la historia de Jesús celebrada luego por la Iglesia. Esa historia y esa celebración nos la apropiamos. La hacemos nuestra por asimilación y se enriquece en expresión. Una expresión que sabe tenerla por donación. Lo original es recibirla, pues la iniciativa es de Dios salvador.

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