SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA: LOS QUE LUCHAN POR LA VIDA…
“Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos”
Alí Primera, cantautor venezolano
Ábside que conmemora la escena de la Transfiguración, en el templo situado en la cumbre del monte Tabor, en la zona de Galilea, en Tierra Santa |
Comienzo la reflexión de esta semana con una frase que ha sido expropiada a su autor por cierta corriente ideológica venezolana, con la que no es seguro que, de estar vivo, él se hubiese identificado, pese a estar identificado con las reivindicaciones populares. Lo hago para introducir el comentario a las lecturas dominicales, que abren la semana por la vida. La Conferencia Episcopal Venezolana, como tantas otras, hace coincidir esta preocupación con la Solemnidad de la Encarnación del Señor, del 25 de Marzo, también conocida como la Anunciación del Señor. Espero hacer una adecuado uso de la frase, no para legitimar una parcialidad política o religiosa, sino para subrayar una opción por la vida.
El Papa Juan Pablo II argumentaba en la encíclica Evangelium vitae que el Evangelio del Señor es el Evangelio de la Vida. No son dos distintos sino uno solo, que trae salvación. La expresión se ha utilizado también en el continente para justificar la opción por los pobres como opción por la vida. El mismo Gustavo Gutiérrez titula a uno de sus libros como “El Dios de la Vida”. Parte de aquella anécdota del viaje del Papa por Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia en Enero-Febrero del año 1985. Un matrimonio peruano, en Lima, le dijo:
Santo Padre: tenemos hambre, sufrimos miseria, nos falta el trabajo, estamos enfermos. Con el corazón roto por el dolor, vemos como nuestras esposas gestan en la tuberculosis, nuestros niños mueren, nuestros hijos crecen débiles y sin futuro… Pero, a pesar de todo esto, creemos en el Dios de la vida.
El Papa respondió: “He aquí un hombre y una mujer de fe”.
Inmediatamente después de la confesión de Pedro (cfr. Mt. 16,16), Jesús comienza a hablar sobre su próximo fracaso en Jerusalén y de la necesidad de tomar la cruz, negarse y seguirle. Los discípulos no entienden y hasta se le oponen, con Pedro a la cabeza. Esto hace que Jesús le trate de enemigo. Y posteriormente narra la escena de la Transfiguración, que se proclama en toda la Iglesia este 20 de Marzo.. Lucas la ambienta ya cuando se ha determinado emprender el camino hacia Jerusalén. En ambos casos Jesús toma a Pedro, Santiago y Juan (las Columnas, que llamará San Pablo) y sube al monte para orar. No se dice cuál, pero la tradición lo ha identificado con el Tabor: un monte en medio del amplio valle que se abre desde el de Yizreel hacia el Jordán. En la cumbre se transfigura: muestra su gloria; y aparecen Moisés y Elías, uno representando a la Torah (la Ley consignada en el Pentateuco) y el otro a los profetas. Toda la historia de Israel, orgullo para cualquier judío piadoso, encuentra a Jesús como centro. Pedro propone quedarse allí en tres chozas, cuando una nube teofánica, como aquella que guiaba al pueblo por el desierto, se posa sobre ellos simbolizando la presencia de Dios. Y la voz dice: “Este es mi Hijo, amado, mi predilecto. Escuchadlo”. Los discípulos se postran y, cuando ha pasado todo, Jesús los levanta de su temor reverencial. De manera misteriosa el relato termina con la petición de Jesús de guardar silencio hasta que “el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos”.
El tiempo de Cuaresma es tiempo de conversión que prepara para la Pascua. En la lejanía se ve el contorno de la cruz. Para Occidente, la meta de la vida espiritual consiste en el progresivo alejamiento del pecado. Para el cristianismo oriental la meta está centrada en la transformación interior. Pensando en frío, una cosa no contradice la otra. Pero la manera occidental, al destacar el tema del pecado, puede, sin intención, resaltar culpas y neurosis que no conducen a la auténtica responsabilización de la vida. Oriente, en cambio, acentúa la comunión transformante en el amor como auténtica meta, imposible de alcanzar para el que no cuenta con la acción gratuita de Dios. Es el sentido que las pinturas orientales, llamadas iconos, dan a este pasaje y que resalta la lectura de San Pablo a Timoneo (cfr. 1 Tm. 1,8b-10). Ambas visiones se complementan: alejarse del pecado para transformarse en Dios.
Pero se puede destacar otros aspectos: la transfiguración rompe con la secuencia entre los anuncios de la pasión y el calvario. En una transfiguración intraterrena, no solo pendiente del más allá. Es una transfiguración de cara a la Pasión, y esta no asumida como destino fatídico sino encarada como construcción del Reino pese a sus dramáticas consecuencias. Es una experiencia que trae el más allá al más acá, mostrando el sentido del dolor por causa de la justicia, pero también mostrando la precariedad del éxito del mal. Es historia que se enfrenta con la promesa de la tierra que se nos mostrará, según el relato del Génesis, alcanzable para la fe.
Y esa tierra que se nos mostrará es la tierra donde se respeta la vida y los vivientes. El Evangelio de la vida se enfrenta con la cultura de la muerte, que ha hecho de la muerte un acontecimiento integrado a lo cotidiano, a veces no solo aceptado sino intencionalmente buscado. Desde las favelas de Brasil y barrios de Caracas, pasando por toda clase de mafias y maras, con la sofisticación de abortos y eutanasias, sumado a la exquisitez de las reproducciones asistidas y manipulaciones experimentales, con el caos ecológico y planetario… la vida padece y necesita ser defendida por quienes opten por dejarse transfigurar y asumir la cruz, no como pasividad ante la derrota sino como certeza de triunfo aún en la agonía.
Quienes mueren por la vida no pueden llamarse muertos… y los que viven por la muerte no pueden llamarse vivos.
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