SEMANA POR LA VIDA: EL EVANGELIO DE LA SAMARITANA

“El Evangelio del amor de Dios al hombre, el Evangelio de la dignidad de la persona y el Evangelio de la vida son el único e indivisible Evangelio” (JUAN PABLO II, Evangelium vitae, 2, 1995)


Con la misa de este domingo 27 de Marzo de Cuaresma se concluye la celebración de la semana por la vida. Durante una semana diversos países han buscado concientizar y orar por la defensa de la vida, como lo han propuesto distintas Conferencias de Obispos, ya que se encuentra amenazada por la mentalidad moderna.

El texto del libro Éxodo nos remite a la estadía del pueblo en el desierto, luego que el Señor lo liberara de la esclavitud de Egipto a través de Moisés. El pueblo desconfía del Señor, duda sobre él y teme que vaya a morir de sed en el desierto. En definitiva, no cree que Dios sea el Dios de la vida. Considera que sus caminos pueden conducir a la muerte. Que Dios es capaz de abandonar a su pueblo para que camine errante sin un destino hasta su desaparición. El signo del agua no solo sale al paso de una necesidad inmediata, sino da muestra de quien es Dios, de lo cercano que es, de su preocupación por la vida y que el ser humano puede confiarse de Él.

Esa misma llamada a la fe, que supone la escucha de la Palabra y la confianza que genera esperanza y amor, está presente en la segunda lectura.

Más la atención de este domingo está centrada en el Evangelio, en el pasaje de la samaritana que hemos escuchado. Es un pasaje muy hermoso. Jesús se va mostrando poco a poco a una mujer, en un lugar público (el pozo de Jacob), cosa mal vista según las costumbres del tiempo. Pero además se trata de una samaritana: entre los samaritanos y los judíos el desprecio era mutuo. Unos cien años antes los judíos habían destruido su templo en Garizín y, como represalia, estos habían profanado el Templo de Jerusalén, obligando a suspender la fiesta más importante de los judíos, la Pascua.

Jesús está cansado y los discípulos van a buscar comida. Jesús se queda junto al pozo de Jacob. Es el mediodía, tanto desde el punto de vista de la hora temporal como en referencia a la hora de la salvación para la samaritana. La luz de Dios lo llena todo. La mujer llega para sacar agua y Jesús le pide de beber. San Agustín diría que necesita del agua de su alma. La mujer se extraña, por lo que el Señor le dice que, de conocer el don de Dios y quien le pide de beber, sería ella quien le suplicaría por agua. En efecto, la samaritana no conoce experiencialmente la vida que trae Jesús. Sigue pensando que se refiere al agua natural. Pero ante la duda, pregunta si él es más que su padre Jacob. Es una pregunta pretenciosa. Jacob no es cualquier personaje en la Biblia: sus hijos son los que dan origen a los nombres de las 12 tribus y él mismo recibe por sobrenombre Israel, porque, según la etimología del Génesis, ha vencido a Dios en batalla espiritual (aunque más bien Dios se ha dejado vencer por la oración perseverante y confiada de Jacob, y en esta supuesta derrota el corazón de Jacob es transformado).

Jesús le ofrece un agua de la que nunca más va a tener sed: más bien se transforma en fuente de agua para sí y para los demás. La mujer no duda: es cansón buscar agua todos los días, en aquellos tiempos en los que el agua no llegaba a las casas. La mujer quiere de esa agua. Y Jesús da el paso siguiente.

Busca a tu marido, le dice. La mujer pretende, con una salida femenina, eludir la pregunta: “No tengo marido”. “Tienes razón: ya has tenido siete y el actual no es marido tuyo”. El paso para el agua viva que quita cualquier sed pasa por la verdad de lo que se es. El Señor la ha guiado hasta allí. No hace como tantos de nosotros, que pretende tener una relación de intimidad con el Señor maquillando el propio pecado o embelleciendo los propios defectos. Los grandes santos, maestros de oración, enseñan que el conocimiento propio es paso previo y obligatorio para una relación estrecha entre Dios y nosotros.

A la mujer le sirve para considerar a Jesús como un profeta. En ese momento la conversación trata sobre temas religiosos: el lugar justo para darle culto a Dios. Es un tema crucial para judíos o samaritanos: o en el templo de Jerusalén o en el templo de Garizín. La pregunta planteada en términos de cual es el lugar sagrado para honrar a Dios con los sacrificios de animales. Jesús desplaza el lugar de culto del edificio físico al corazón del ser humano. Es imposible agradar a Dios si no se le ofrece culto en espíritu y verdad, porque Dios es espíritu. Jesús, para estupefacto de la samaritana, afirma ser el Mesías usando la fórmula sagrada: Yo soy.

Esta realidad, de adorar al Padre en espíritu y verdad, hace que Jesús sea el nuevo templo donde la humanidad puede relacionarse y entrar en contacto y comunión con el Padre. Cualquiera que busque adorar a Dios en espíritu y verdad está llamado a entrar en comunión con Jesús, está siendo asimilado a él y, por esa realidad íntima de la gracia, está tendiendo a valorar el bautismo o a bautizarse, para ser cuerpo místico de Cristo, es decir, ser Iglesia. A su vez, la Iglesia, formada por todos los bautizados, no puede contentarse solo con ser cuerpo de Cristo, sino que debe manifestar a Jesús en sus opciones y forma de actuar.

Ante los problemas que ponen en riesgo la vida, por las nuevas técnicas de la biomedicina y las leyes que las apoyan, la Iglesia debe actuar haciendo presente a Jesús para que también hoy broten fuentes de agua que sacien la sed de Dios en la humanidad. Pues Dios no es una idea que se pueda manipular, es una realidad que debe ser reconocida y adorada. Las acciones tecnológicas que no respetan la vida deforman el corazón del ser humano y ofuscan la capacidad de reconocer la presencia de Dios. El corazón de Dios es ofendido no solo por los abortos provocados médicamente sino inclusive por las nuevas formas de anticoncepción cuya eficacia es abortiva, pues impide el embarazo, pero no la fecundación. Ofenden a Dios las técnicas que no ayudan sino suplantan el acto procreativo de los padres por una especie fabricación en laboratorio que, aunque no se diga, desecha como material inservible la vida humana fecundada y enferma o aquella no apreciada. Ofende a Dios acortar la vida suministrando medicamentos que tengan como finalidad provocar directamente la muerte del paciente, pero también aquellos actos médicos que posponen artificialmente la hora de la muerte contra el bien del paciente, solo y exclusivamente para demostrar la prepotencia del ciencia sobre la existencia o por afán de lucro.

Reconocer nuestra realidad, como sociedad, es condición para que Dios no se nos haga esquivo. Una sociedad que no respete al ser humano, imagen de Dios, no puede ser el lugar donde Dios se haga presente y se le pueda adorar en espíritu y verdad. Se eclipsa su presencia, en palabras de Juan Pablo II.

…perdiendo el sentido de Dios, se tiene a perder también el sentido del hombre,  de su dignidad y de su vida. A su vez, la violación sistemática de la ley moral, especialmente en el gran campo del respeto en la vida humana y su dignidad, produce una especie de progresiva ofuscación de la capacidad de percibir la presencia vivificante y salvadora de Dios… (EV 21)


Realmente se trata de un terrible círculo vicioso, lo que el Papa alerta.



Comentarios

Entradas populares