BENEDICTO ¿EL USURPADOR?

Tal es la identificación subconsciente que parece hacer una buena proporción de la población. Como si en el fondo se tratase de la negación de una muerte para cambiarla por la simple desaparición del plató por obra de un sustituto.
Es obvio que esta fantasía es inverosímil para la razón, pero quizás no para el subconsciente. Quizás, como se decía, este no se ha dado cuenta o se niega a aceptarlo. Y así que la fe tampoco. Y el subconsciente, ante las experiencias dolorosas de cualquier tipo, busca siempre causantes y culpables: ¿acaso por el aprendizaje recibido en la infancia en complicidad con los mecanismos de defensa?
A Juan Pablo II lo conocimos con una juventud pujante, deportista, ocurrente, valiente. Lo vimos recorriendo el mundo. Lo vimos convaleciente en una clínica después del atentado. Y lo vimos envejecer, como a los abuelos en las casas. Y aún así aún podíamos encontrar aquellos íconos que lo hicieron popular al inicio de su Pontificado y entrar en contacto con lo que en ese momento nos hizo sentir.
A Benedicto algunos lo conocen más como el Cardenal Ratzinger… los que lo conocen. Para el resto de la población, más los jóvenes, al balcón se presentó un anciano el día de su elección, sin mayor corpulencia, ya con el ocaso de su vida a sus espaldas. Sin el carisma epidérmico y la vitalidad del anterior y con paso y habla tímidas, arrugas y ojeras. De paso, se podría suponer que tenga pocas posibilidades de emular la hazaña de 26 años de Pontificado de su predecesor. Así que no tiene mucho tiempo para hacerse simpático.
A Benedicto algunos lo conocen más como el Cardenal Ratzinger… los que lo conocen. Para el resto de la población, más los jóvenes, al balcón se presentó un anciano el día de su elección, sin mayor corpulencia, ya con el ocaso de su vida a sus espaldas. Sin el carisma epidérmico y la vitalidad del anterior y con paso y habla tímidas, arrugas y ojeras. De paso, se podría suponer que tenga pocas posibilidades de emular la hazaña de 26 años de Pontificado de su predecesor. Así que no tiene mucho tiempo para hacerse simpático.
Pero pedir repeticiones y clones es una mala conseja. Las comparaciones, aunque inevitables, no permiten captar la novedad del Espíritu. No tiene sentido medir a Benedicto con Juan Pablo II, sino medirlo con lo que él mismo puede dar, con el auxilio del Espíritu Santo ¿no lo desearíamos también que otros lo hicieran con nosotros?
Es cierto que el actual Papa, Ratzinger, es un cordial y frugal profesor alemán de teología. Su aspiración fueron siempre las aulas y la investigación teológica. Su casita, sencilla entre vecinos bonachones, estaba cercana a su Universidad de Ratisbona. Su bebida favorita la Fanta, la línea con sabor a naranja de la Coca-Cola. Sus mascotas: los gatos. La sencillez de su vida y anhelos contrastaba con el hecho de ser uno de los mejores teólogos alemanes, referencia para los obispos, conocido por otras grandes lumbreras católicas y protestantes, que inclusive vivió momentos de cercanía con quienes más adelante tendrían posiciones intelectuales distantes de él. Perito del concilio Vaticano II, gran parte de la renovación posterior de la Iglesia se debe a la lucidez de personas como él. Su talla intelectual la han tenido pocos en el Pontificado a lo largo de 20 siglos, incluidos los Papas del siglo XX, y sobresale entre los intelectuales contemporáneos, sea cual sea su posición religiosa o ideológica, desde sus tiempos de profesor.
Llamado primero al Episcopado, no dudó que la verdad investigada debía de ser la verdad predicada: su lema era “Cooperatores veritatis”, cooperadores de la verdad, para resaltar la relación entre Teología y Pastoral, entre la fe estudiada y la fe vivida y predicada (actualmente ese sigue siendo su lema como Pontífice). Y, finalmente, los últimos años antes de su pontificado le tocó dirigir la controversial Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, conocida por llamar la atención a aquellos teólogos que escriben sobre la fe de manera confusa o desvariada, por lo que tiene mala prensa en un mundo donde la libertad de opinión no conoce el límite del relativismo.
El 19 de Abril del 2005 comenzó su periplo como Papa, ya con el nombre de Benedicto XVI. Su atención ha estado dirigida hacia la reevangelizción de Europa. Punto flaco a los pocos meses: el impasse diplomático de la cita del emperador bizantino Manuel II Paleologo, sobre la yihad (la guerra santa musulmana) en Ratisbona, meses antes de su visita a Turquía, superado luego con valentía. El diálogo con los protestantes y judíos ha estado siempre presente (“nuestros hermanos mayores”, ha dicho de estos últimos), ha habido una progresiva mayor apertura hacia los países musulmanes, para impulsar la libertad de actuación de la Iglesia es esos lugares. La diplomacia de las nunciaturas ha buscado hilar fino para propiciar acercamientos como en el caso chino o para salvar en Pakistán a Asia Bibi, cristiana sentenciada a muerte por su fe y por negar a convertirse al islamismo.
En cuanto a la vida al interno de la Iglesia, destaca su plan de acción delineado en su primera Encíclica. El título lo dice todo: Dios es caridad. Ciertas normas dentro de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que presidía en el anterior Pontificado, fueron modificadas para propiciar mayor trasparencia y respeto hacia las personas investigadas. De aspectos pastorales, como la juventud, o aspectos ligados a la vida de piedad tradicional (con la importancia teológica debida), que caracterizaron a Juan Pablo II, Benedicto propuso y se llevó a cabo el año santo paulino (en conmemoración de su nacimiento), el Documento Verbum Domini (sobre el papel de la Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia) y la Asamblea de Aparecida (donde la Biblia fue entronizada en la sala plenaria en el momento mismo de la inauguración) han resaltado el papel central y medular de la Palabra de Dios para la teología, la misión y la identidad y futuro de la Iglesia. Entre lo que caracteriza la escogencia de nuevos obispos destaca la preparación académica, referente en varios de ellos también a la Biblia. Igualmente ha destacado el nexo íntimo entre la caridad divina (la primera parte de su primera encíclica) y la acción social (la segunda parte de la primera y el amplio desarrollo temático en la tercera encíclica), haciendo el pase a través de la encíclica sobre la Esperanza, que recuerda ciertos esquemas de escuelas teológicas... La claridad mental de este miembro asociado extranjero de la Académie des Sciences Morales et Politiques, conocida como Academia Francesa, le permite decir cosas profundas con sencillez de lenguaje. No rehúye preguntas, aunque las interpretaciones mediáticas creen luego un gran revuelo.
Cuando se le ha presentado la necesidad, su claridad y amor a la Iglesia no le han hecho dudar: la condenación de la pedofilia y pederastia con el deber de poner la denuncia ante las autoridades civiles. Los obispos que han estado envueltos en procedimientos equivocados han pedido su retiro (siendo aceptado). Y no esquivó el reunirse y condolerse con las víctimas. En el caso del P Maciel, su honestidad le hizo actuar justamente con alguien que llegaba al final de sus días: apartarlo de cualquier responsabilidad y darle un sitio para que pudiese llevar una vida de penitencia en sus últimos años antes de su muerte. Y procedió a reformular la gran obra de los Legionarios de Cristo. Cuando un buen grupo de anglicanos, pidió volver a la Iglesia, creo procedimientos lo menos traumáticos posibles, sorprendiéndolos por el respeto.
Creo que este Papa no es Juan Pablo II. Es Benedicto. Ojalá sepamos valorar su altura moral y la estatura intelectual antes de que forme parte del patrimonio y recuerdos de la Iglesia. Dios puso ahí a este Papa, quien dijo a los jóvenes que no se dejen llevar por el espejismo del consumismo y reconoció que los regímenes totalitarios no le permitieron vivir su juventud. Ojalá aprendamos a reconocer y valorar la acción de Jesús en su Iglesia. Aunque no sea la persona rozagante, de piel firme y sin arrugas que se esperaba, ojalá sepamos aprovechar este momento Providencial.
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