LA PASCUA DE LOS VIVOS, CUMBRE DEL TRIDUO PASCUAL
El triduo pascual concluye el domingo de resurrección, con el que inicia el tiempo Pascual. El momento cumbre lo constituye la llamada Vigilia Pascual: la celebración del sábado en la noche, llamado tradicionalmente como sábado de gloria. Consta de cuatro partes: el lucernario, que es la bendición del fuego nuevo, que representa el triunfo de Jesús sobre las tinieblas; la larga serie de lecturas que culminan con el Evangelio de la Resurrección; la espectacular liturgia bautismal, donde se bendice el agua y, antiguamente, se bautizaban los catecúmenos; y, finalmente, la primera misa de Pascua. En la noche (o madrugada) la Iglesia acude al sepulcro como María Magdalena y las otras mujeres…
Pero los símbolos de la Iglesia hacen emerger algo más profundo. La realidad celebrada hunde sus raíces en el evento de la Resurrección, con el cambio de suerte para el crucificado. La historia confluye en el siglo I ante la realidad absurda del Dios hecho hombre, muerto ignominiosamente en la peor muerte de su tiempo y resucitado. Quienes se escondían o huían regresan para dar testimonio. Los poderes ocultos, ni los del césar ni los de los sumos sacerdotes pueden defenestrar el triunfo de Cristo: el Padre ha elevado a su Hijo sobre todo confirmando el camino enseñado por Él.
Pero la historia, que confluye en las inmediaciones de la Jerusalén, no es simple evocación del pasado o recuerdo nostálgico. Es memorial que se hace presente, en el aquí y ahora, y su luz hace retroceder la inconsistencia de las sombras actuales. La comunidad celebra la presencia del Resucitado en medio de ella. Y no lo hace de manera escapista. Es un plus para enfrentar el presente con sus sombras, desde una honda comunión con Dios, desde la fidelidad de un comportamiento que no calcula pragmáticamente los mejores dividendos… pero que socaba la estructura del mal.
Mantener la memoria de Cristo, muerto y resucitado, es vital para el creyente de hoy en día y para la Iglesia. Sin repeticiones anacrónicas ni analfabetas, con búsquedas dramáticas, con revisión porque el creyente no es la hipóstasis de la Verdad, sino que es Jesús. El amor asumido con criterio y determinación, con arraigo y profundidad, sin edulcorantes ni sensibilerías, es la respuesta, y no puede ser una respuesta superficial, ante los desafíos actuales, en los países, a nivel planetario y a nivel ecológico. Es no dejarse arrastrar y menos retroceder por las falsas evidencias que usan quienes apuestan por la no-vida… por la muerte y la desesperanza.
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