ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA:

REFLEXIONES TEOLÓGICAS SOBRE EL PAPEL DE LA PSICOLOGÍA EN LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA

En reconocimiento a la Dra. Ana J. Cesarino



Las siguientes líneas no pretenden ser una disquisición teológica de lo que dicen los libros. Tampoco surgen de mi pericia como psicólogo, pues no lo soy. Simplemente pretenden tocar, desde una fe caminante, una relación que debería ser práctica, entre la psicología y la espiritualidad.



Y menciono a la Dra. Ana J. Cesarino, mi hermana, quien por su calidad humana podría haber inspirado un artículo sobre la manera de combinar la psicología con la maternidad. Maternidad con consultorio o algo así, podía haberse titulado.



Pero no. Va a ser sobre psicología y espiritualidad. No muy teórico el trato del tema, por cierto. Mucho tiene que ver con mis conversaciones con ella.



En los ya lejanos años noventa me tocó dar una introducción a la psicología. Para ello me empollé un par de libros con otros andamiajes bibliográficos. Me enfrenté entonces con las brumosas cortinas del tiempo para que mi memoria dejase libre lo que había aprendido cuando estudiante. Y de aquellas clases todavía hay alguno por ahí, algo despistado, que afirma con algazara lo bien que estuvieron.



Por aquel tiempo también hice año y medio de un curso teórico-vivencial sobre cierto tipo de psicoterapia.



Mas no fue sino hasta mediados de los noventa cuando se inició con mayor formalidad la alternativa de apoyar espiritualmente a algunas personas creyentes que habían hecho importantes avances desde la psicoterapia.



Y es que toda persona que se tome la vida en serio, si es creyente, incluye la vida espiritual. No podría dejar de hacerlo.



Pero las relaciones entre psicología y espiritualidad no siempre han sido cordiales. A pesar del abierto apoyo del papa Pío XII hacia el año 1947 a la psicoterapia, siempre que respetase la dignidad de la persona y procurase su bien, ha habido desconfianza mutua.



Ciertas escuelas psicológicas en las primeras décadas del siglo XX pretendieron reducir la fe a un subproducto del ambiente o del inconsciente. En casos eran causa o síntoma de trastornos. El futuro prometido correspondía al hombre emancipado de los dioses.



Algunas posturas, más que espirituales, espiritualistas, consideraban una abominación el que la ciencia cuestionara la fe (aunque lo que cuestionaba era la salud de los creyentes). Y así suponían que, en lugar de una reverente conversión, la diosa razón estaba a punto de volver a ser entronizada en Notre Dame.



Esto, en parte, es historia. Obvio que desde entonces han aparecido otras posturas psicológicas. Y que los creyentes, incluidos sacerdotes, han descollado en neurología, psiquiatría y psicología. Pero, desde el punto de vista práctico y ligado a la gente que camina por la misma acera que uno, en esta esquina del planeta, hay cuestiones que permanecen sin resolverse. Sea por indiferencia o por la táctica del avestruz, muy eficaz para salvar el cuello a costa de arriesgar las plumas.



Y, desde el punto de vista espiritual, a las anteriores objeciones hoy en día surgen nuevos fundamentalismos. Una inflación milagrerista, que raya en lo mágico, con nociones de fe infantil a lo “mente positiva”, que pretende resolver todo.



Así que, por debajo, lo que se pretende es que lo humano sea absorbido por lo divino. Lo cual tiene poco de cristiano, pues el paradigma de la Encarnación, que marca las realidades de la fe, maneja la unión sin confusión pero con comunicación entre lo humano y lo divino. Y no solo en el Hijo de Dios, sino también en nosotros.



De tal forma que los “rollos” humanos hay que enfrentarlos humanamente, aunque se rece. Y no porque Dios no se haga presente, sino porque Dios se hace presente en lo humano. Si por el camino sobreviene el milagro ¡bendito sea Dios!



Pero no ver lo humano, sobre todo cuando está presionando la psiquis como si fuera un tumor, puede ser una forma de evasión del tamaño de una catedral. Y la conversión que amerita humildad para ver y reconocer el pecado, esa misma es la que hace falta para ver aquellas cosas que dañan de paso nuestra salud mental. Pues ser cristiano no puede ser sinónimo de indecisión irresponsable, sino de apropiación de la vida que Dios nos da. Abandonarse en Dios es una actitud que no está reñida con la toma de decisiones. Sino sería imposible hablar de pecado y de moral cristiana.



La psicoterapia llevada por manos responsables y respetuosas es una valiosa alternativa. Solo puede ser despreciada quizás por aquellos que creen que la fe es repetición rutinaria de actos sin crecimiento. Como los sacrificios de los antiguos hawaianos, según los comics y las películas de bajo presupuesto de los sesenta, para que el dios volcán no vomite una bola de fuego ¡por favor!



Lo cierto es que el cristiano de hoy en día debe tener sentido de la urgencia de la misión. No se puede esperar de otros la salvación sobrenatural ni tampoco la intramundana. Se necesita de solidez interior, no para explayarse mórbidamente en el butacón de la casa, con las babuchas y el telemando en la mano, delante de un televisor de plasma, sino para participar en la tarea de construir un mundo mejor.



Lo decía el papa Pablo VI: “No habrá continente nuevo sin hombres nuevos”.



Dejemos de mirar a los lados para ver quien se tira al ruedo. No es tiempo ni de ruedo ni de rodeos, sino de hacer historia tomados de la mano de Dios.


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