MARÍA, STELLA MARIS: ESTRELLA DEL MAR
Decía santa Teresa que “de devociones a bovas nos líbre Dios” ( Vida 13,16, con “v” lo escribió en su castellano). Y sería lamentable que la relación con María, Madre de Dios y de la Iglesia, quedara confinada a “una devoción” más. Y de paso la hiciéramos “bova”.
El misterio de María es un misterio que brilla con luz refleja, pero con tanta perfección que nos ensimisma en ella. Más la fuente es su Hijo, que al asociarla a Él la asocia a la Trinidad. En esta asociación la Virgen se presenta como modelo de la Iglesia, como expresión de lo que se quiere llegar a ser, aunque no se alcance. Indica el punto de partida y el de término.
Pero el misterio de María es, sobre todo, relacional. Cualquier intento por descubrir su puesto y grandeza en el plan de salvación del Señor fracasaría si no se vive desde la relación con Ella… con la conciencia previa de su relación con nosotros.
Puede que las precisiones teológicas tengan su importancia, pero es desde la relación. Es decir, la relación con María supera las contingencias de la vida, que para muchos es motivo para invocarla. Es cierto que normalmente se hace para encomendarle un trabajo, un examen o un problema de salud. Pero conviene entender que, aunque estén incluidas, sin embargo son superadas por su amor siempre disponible a nosotros… y, por sobre todo, por su amor a Jesús. La apertura a Dios se da en el descubrimiento de su amor incondicional, reflejo del amor trinitario. La contingencia sirve de circunstancia, pero no se limita a la colección circunstancial.
En ese amor que hace referencia a un amor que supera lo terreno, como es el amor de Dios, es la clave para comprender, y comprender como relación, el misterio de María. Todo queda superado y, a la vez, dignificado por ese amor. Rescatar el momento presente es posible, cuando se reviste de eternidad por el amor trinitario.
Pero el proyecto del Amor “sufre violencia” (cfr. Mt. 11,12s). No es la pasividad de quien espera el último aliento para ver al Señor. Ningún santo canonizado lo es porque se haya dedicado a hibernar en el amor esperando la vida eterna. La conciencia de pueblo peregrino, la importancia de la historia en el plan de Dios y las posibilidades de sucumbir a la tentación o a la confusión, nos hacen invocar a la Virgen.
Una de esas formas de invocarla es llamándola “stella maris”, estrella del mar. El nombre de por sí es muy bonito, que remite a la navegación nocturna y la importancia de las estrellas (y de cielos despejados) para la orientación: la estrella polar que señala el norte. No perder el norte.
Sin pasearnos por la Palabra de Dios y la tradición, quisiera destacar un aspecto más: el faro y el convento carmelitano de la ciudad de Haifa, en Israel. Hace varios siglos atrás se edificó esa especie de monasterio-fortaleza, que tiene el principal santuario de la Virgen del Carmen en el mundo, pues es su lugar de origen. Y desde varios siglos atrás, frente al monasterio, está el faro del “stella maris”. Los navegantes entraban en la bahía de Haifa con la orientación del faro, si era de noche, y con la devoción a María. Y la metáfora no puede ser más sublime: María es el faro que en la noche de la fe nos sigue llevando a buen puerto, el encuentro con Jesús. Y la vida, con su hermosura, es, sin embargo, desafiante y peligrosa, con sus acantilados donde, la experiencia lo dice, podemos terminar estrellándonos. Es el sentido de la imagen que inicia este artículo.
Que María, estrella del mar, nos recuerde que no es cuestión de renunciar a la navegación, sino de descubrir las señales de Dios guardando, como Iglesia, las palabras del Señor en nuestro corazón (cfr. Lc. 2,19.51; Jn. 2,5).
Imangen antigua, quizás de una postal, del convento carmelitano del Stella Maris, en Haifa (Israel) |
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