MODAS DESRAZONADAS DEL RACIONALISMO MODERNO



Lo más novedoso no siempre es lo mejor. La moda de lo último en tecnología no necesariamente funciona para el pensamiento. Porque el pensamiento se va aquilatando con el tiempo y por el peso de la experiencia de la humanidad. Confundimos la velocidad del fórmula 1 con el vértigo de vivir y del saber vivir.

En este camino en que vamos desechando por obsoleto todo lo que tenga más de 30 años, vivimos a merced de los grandes gurúes. En el sentido moderno, será la publicidad con sus propuestas de felicidad a la carta. En los países que se debaten entre el siglo XX y el XIX, el político iluminado hace las veces. En todo hay ciertamente mucha desconfianza. Y mucha necesidad de sentirse seguros… al abrigo.

Ya la experiencia de la II Guerra mundial, con la obcecada obediencia al líder máximo, reveló la capacidad de error en la maniobra. Porque son actitudes religiosas ante propuestas políticas, con ritos y todo. Conecta con los oscurantismos de variado cuño que han salpicado la historia, y que nos resulta tan indignante para los creyentes. El puesto concedido fanáticamente a los dioses ha sido asaltado por los héroes… algunos de cartón piedra, como las escenografías de los westerns.

Lo curioso es que el proceso de descreencia, de ese ir de la fe al escepticismo y ateísmo, fue un camino marcadamente racional. Repito: para los creyentes el camino se dio por una incapacidad de razonar desde la fe con los no creyentes. O por lo menos de argumentar, pues argumentos hay. Así que un solo lado hizo suyas las armas de la razón, mientras el otro respondía con pietismo o fideísmo. Pero ese camino muy racional se mantiene ahora irracionalmente. Es decir, se mantiene en la medida en que el no creyente, en sentido general, reúsa pensar. Así se construye una mitología de la duda. Este seudorracionalismo arreligioso, en sentido general, se niega a razonar desde el hoy para justificar, con argumentos distintos a los de la historia, el por qué no creer. Y, por lo tanto, es sordo al diálogo, porque el diálogo se construye con razones elaboradas con palabras, y no simplemente con acciones de calle.

En el fondo es la misma estructura mental del fanatismo religioso la que crea un fideísmo arreligioso. Y en este fideísmo no se escucha al creyente, pero tampoco se actualizan las razones para el no creyente. Y se escamotean los problemas prácticos con campañas publicitarias y la presión política.

Temas de moral pública y hasta bioética, sin dejar a un lado el problema sobre qué es el ser humano, necesitan de la colaboración del no creyente. Por la simple necesidad de contrastar razones: el creyente puede tener seguridad de sus convicciones, pero no de sus precisiones conceptuales. Así que, además de la admisión de manifestaciones y simbolismos por razones meramente sociológicas, hace falta ponerse al día con las auténticas discrepancias.

Y esto conlleva a conclusiones muy simples, si aceptamos el reto de volver a ser pensantes: hay argumentos actuales que han enterrado posturas de antaño; pero hay posturas de antaño que siguen con un vigor actual.

No todo lo nuevo es bueno. No todo lo viejo es obsoleto. Pensar es aprender ver al mundo en el pasado y en su presente, comprenderlo, valorarlo… y quedándose con aquello que siga siendo vigente. El auténtico pensamiento siempre es joven, porque la experiencia sobrecogedora de vivir y de pensar desde este estar vivo, apunta un desbordante asombro que sobrepasa las palabras y los moldes lingüísticos… aunque necesite de ellas como necesita la mano del dedo para señalar la dirección justa hacia donde mirar.

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