LA MEMORIA SUBVERSIVA DE JESÚS DE NAZARETH
Es curioso que en estos tiempos de revolución la referencia siga siendo a Jesucristo. Y me pregunto si será una equivocación o una intuición.
Las raíces cristianas del pueblo se manifiestan en ese dato: a pesar de las diversas mezclas en las que se liga el cristianismo con cultos ajenos a Él, la centralidad de la figura de Jesús se mantiene.
Pero esto no es solo cierto en el sentido más tradicional de la identidad latinoamericana: parte del reciente auge del fundamentalismo bíblico bajo la forma de ciertos grupúsculos, se basa en la intención e intuición de rescatar la figura de Jesús, como referencia y juicio para la vida.
Si todavía en el racionalismo ilustrado aparecía la figura filantrópica de Jesús, los comunistas en la versión engeliana (no marxista) también lo valoran como pionero y precursor de la lucha por la sociedad perfecta.
Con tanto antecedente no resulta extraño que sirva de “meta-argumento” a la hora de justificar ciertas revoluciones. Por encima de cualquier razonamiento, más allá del panteón de los héroes y los genios de la historia de las izquierdas, emerge el hijo del carpintero condenado por el poder romano.
Así pues, en esta especie de mundo platónico de los arquetipos, el judío de Nazareth parece anudar los valores ideales que, devolviéndonos hasta la teoría junguiana del inconsciente colectivo y la semiótica de las antropologías culturales, está presente y grabado en lo más recóndito del imaginario popular. Se debe dar el salto, para los pruritos de la razón, de lo religioso al materialismo histórico con su pregonada dialéctica. Hay que meter a Jesús allí, con la precaución para no descerebrarse.
Mas la reducción de Jesús a revoltoso y revolucionario tiene sus encantos. De mitos y leyendas también se vive. Y se muere, como el Che Guevara.
Al delimitar y reconocer la importancia de Jesús el nazareno surge una pregunta anterior al mismo Mahoma: ¿Quién es realmente ese Jesús?
No hace falta ser muy agudo para entender que Jesús no puede ser al mismo tiempo tantas cosas… o no de la forma como lo presentan. Por mucho que se pretenda ridiculizar las objeciones, éstas permanecen monolíticas como una cuña clavada en la conciencia de objetores y espectadores.
Únicamente son superables por vía del acercamiento crítico a quienes mejor hablan de Jesús: los Evangelios. Por supuesto que saldrá alguno por ahí planteando que son adulteraciones de la realidad histórica de Jesús. Pero estos “eruditos” tendrán un problema: la única manera de conocer a Jesús es por esta vía y la confesión de la Iglesia mártir de los primeros siglos. O este dato es digno de confianza o nos quedamos sin piso para referirnos a Jesús.
Porque la iluminación que me permitiera en los inicios del siglo XXI decir quien era realmente Jesús, por cuenta propia, contra dos mil años de historia luce fútil. Por lo que hay que indagar y escudriñar en los mismos datos de los Evangelios sin acallar de antemano ninguno de ellos a pesar de la problemática en la que parezcan envueltos. Solo así nos acercaremos a una comprensión lo más cercana a una justa perspectiva.
Y, a este punto, el “meta-argumento” de las revoluciones post-modernas (que parecen extraídas de la literatura neoclásica) coincide con el terreno propio de los estudiosos de la Biblia y la teología, en el sentido serio y amplio. Quiero decir, quien se tome en serio la referencia a Jesús como fundamento último para la vida personal y de los pueblos, no puede dejar de preguntarse quién es este Jesús. No es que tal pregunta quede consignada al hermetismo de un grupo de expertos. Es que esa es una pregunta abierta que necesita también de la contribución de quienes han experimentado a Jesús en sus vidas y de aquellos que conocen de fondo cuánto Él, a partir de la referencia bíblica, justifica y cuestiona lo que hacemos y creemos.
Entre aquellos que, perteneciendo a distintas confesiones, han estudiado y estudian con método a Jesús de Nazareth no hay total coincidencia. Eso lo sabemos. Pero tampoco total divergencia ni contradicción. Y ni lo uno ni lo otro justifican la complicidad por hacer de Jesús un títere de las ideas de cualquier proyecto político.
Usar a Jesús para fines políticos es muy peligroso. Porque realmente Él está con los pobres y su memoria es subversiva para los que detentan el poder.
Las raíces cristianas del pueblo se manifiestan en ese dato: a pesar de las diversas mezclas en las que se liga el cristianismo con cultos ajenos a Él, la centralidad de la figura de Jesús se mantiene.
Pero esto no es solo cierto en el sentido más tradicional de la identidad latinoamericana: parte del reciente auge del fundamentalismo bíblico bajo la forma de ciertos grupúsculos, se basa en la intención e intuición de rescatar la figura de Jesús, como referencia y juicio para la vida.
Si todavía en el racionalismo ilustrado aparecía la figura filantrópica de Jesús, los comunistas en la versión engeliana (no marxista) también lo valoran como pionero y precursor de la lucha por la sociedad perfecta.
Con tanto antecedente no resulta extraño que sirva de “meta-argumento” a la hora de justificar ciertas revoluciones. Por encima de cualquier razonamiento, más allá del panteón de los héroes y los genios de la historia de las izquierdas, emerge el hijo del carpintero condenado por el poder romano.
Así pues, en esta especie de mundo platónico de los arquetipos, el judío de Nazareth parece anudar los valores ideales que, devolviéndonos hasta la teoría junguiana del inconsciente colectivo y la semiótica de las antropologías culturales, está presente y grabado en lo más recóndito del imaginario popular. Se debe dar el salto, para los pruritos de la razón, de lo religioso al materialismo histórico con su pregonada dialéctica. Hay que meter a Jesús allí, con la precaución para no descerebrarse.
Mas la reducción de Jesús a revoltoso y revolucionario tiene sus encantos. De mitos y leyendas también se vive. Y se muere, como el Che Guevara.
Al delimitar y reconocer la importancia de Jesús el nazareno surge una pregunta anterior al mismo Mahoma: ¿Quién es realmente ese Jesús?
No hace falta ser muy agudo para entender que Jesús no puede ser al mismo tiempo tantas cosas… o no de la forma como lo presentan. Por mucho que se pretenda ridiculizar las objeciones, éstas permanecen monolíticas como una cuña clavada en la conciencia de objetores y espectadores.
Únicamente son superables por vía del acercamiento crítico a quienes mejor hablan de Jesús: los Evangelios. Por supuesto que saldrá alguno por ahí planteando que son adulteraciones de la realidad histórica de Jesús. Pero estos “eruditos” tendrán un problema: la única manera de conocer a Jesús es por esta vía y la confesión de la Iglesia mártir de los primeros siglos. O este dato es digno de confianza o nos quedamos sin piso para referirnos a Jesús.
Porque la iluminación que me permitiera en los inicios del siglo XXI decir quien era realmente Jesús, por cuenta propia, contra dos mil años de historia luce fútil. Por lo que hay que indagar y escudriñar en los mismos datos de los Evangelios sin acallar de antemano ninguno de ellos a pesar de la problemática en la que parezcan envueltos. Solo así nos acercaremos a una comprensión lo más cercana a una justa perspectiva.
Y, a este punto, el “meta-argumento” de las revoluciones post-modernas (que parecen extraídas de la literatura neoclásica) coincide con el terreno propio de los estudiosos de la Biblia y la teología, en el sentido serio y amplio. Quiero decir, quien se tome en serio la referencia a Jesús como fundamento último para la vida personal y de los pueblos, no puede dejar de preguntarse quién es este Jesús. No es que tal pregunta quede consignada al hermetismo de un grupo de expertos. Es que esa es una pregunta abierta que necesita también de la contribución de quienes han experimentado a Jesús en sus vidas y de aquellos que conocen de fondo cuánto Él, a partir de la referencia bíblica, justifica y cuestiona lo que hacemos y creemos.
Entre aquellos que, perteneciendo a distintas confesiones, han estudiado y estudian con método a Jesús de Nazareth no hay total coincidencia. Eso lo sabemos. Pero tampoco total divergencia ni contradicción. Y ni lo uno ni lo otro justifican la complicidad por hacer de Jesús un títere de las ideas de cualquier proyecto político.
Usar a Jesús para fines políticos es muy peligroso. Porque realmente Él está con los pobres y su memoria es subversiva para los que detentan el poder.
Alfonso: Es cierto lo que dices en relación a que muchos se amparan en la figura de Jesús de Nazaret para justificar sus "revoluciones", sin embargo aquí en España, incluso con el movimiento de los indignados, no se apela a Jesucristo ( por lo menos a nivel del discurso de los líderes) para legitimar una protesta. Es como si una tremenda noche oscursa se hubiera posada en el horizonte de este continente. Por lo menos, así lo percibo yo. Ahora, ello puede ser también una oportunidad para ir a la fuente y recuperar esa memoria de Jesús, la que nace del testimonio del Evangelio. Un abrazo desde aquí y feliz fiesta del Carmen.
ResponderEliminarLa memoria de Jesús de Nazareth hay que recuperarla en Europa no tanto en los no creyentes como en los creyentes, en esa gama amplia que tiene la inercia de participar en el tradicionalismo católico, pero sin la mordiente del Evangelio. Hay que proponer y producir cultura, y no solo consumir lo que los no creyentes ofrecen y ofertan
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