EL VIENTO DE LOS RADICALES
En estos tiempos en los que los violentos aires del comunismo se agitan sobre Venezuela, estrechando el cerco de las libertades a través de leyes y estrategias, aunadas a las declaraciones de aquellos que dudan si el camino de la Revolución es el armado o el democrático, aquí van algunas reflexiones.
El comunismo que se predica en la actualidad no es el mismo de aquel utópico de los franceses, tan fustigados por Marx y que los hizo huir en desbandada. Es el comunismo marxista cuya fase preparatoria es el socialismo. Este último sí tiene muchas acepciones externas de significado todavía en la actualidad y no solo la tradicional dictadura del proletariado.
En el caso venezolano, el socialismo inspirador, por mucho que se le diga cristiano y bolivariano, es el marxista. No solo porque es la única forma de entender las declaraciones de los grandes voceros del oficialismo, cuya formación ha sido esa, sino porque desde ella (y desde Lenin) es que se entiende la duda sobre si el camino es o no el democrático. Sino véase por el auge sofocante del control legal interno y por el estrechamiento de lazos con todos los regímenes mundiales nefastos para sus propios pueblos.
Pareciera claro que en este contexto se busca, por lo menos, disuadir a la voluntad popular en cuanto a la participación electoral y al ofrecer resistencia. O sea, el efecto que se busca es doble: disuadir y desalentar la participación, a la manera de escaramuza, y, por otro, crear la incertidumbre de una amenaza real. La pregunta obvia es: solo es disuasivo o tiene probabilidad de tornarse real. En el fondo no hay forma de saberlo. Lo que sí sabe es que, dentro del grupo oficialista, hay quienes no tendrían inconvenientes en asumir como estrategia el desconocimiento de resultados electorales adversos, con la excusa de salvar la Revolución y tutelar al pueblo, aunque este escoja otra opción de forma mayoritaria; pero hay también quienes no estarían ganados para tal escenario.
La verdadera amenaza proviene, claro está, de los llamados grupos radicales. Radicales que son más bien primitivos. Con carencia de argumentos, fallas de formación, desconocimiento real de las problemáticas, abuso de un catecismo revolucionario sin procesos de reflexión serios, disimulo en las intenciones… pero, con lo más contundente y, según ellos, convincente argumento: el monopolio de las armas en sus manos. Para ellos la vida es simplemente un campo de batalla (por ignorancia o manipulación interesada), puesto que todo tiene que encajar de antemano en la dialéctica marxista, en la que se está de un bando u otro bando, sin matices ni peros. Y para esta forma tan simplista y arcaica de asomarse a la vida, donde ni siquiera existe la libido de Freud, el panorama tiene pocas premisas y una conclusión inmediata: la represión como acceso al poder y forma de preservarlo. Porque la dialéctica marxista cree en la evolución necesaria de la historia por las leyes materialistas de la dialéctica. Y estas leyes son las de la confrontación violenta para ascender a la siguiente fase.
Cuando subsiste tal nivel de primitivismo en el pensamiento ¿qué hacer? Puesto que en el siglo XIX era un pensamiento de avanzada porque todos creían en la dialéctica del idealismo hegeliano y, por lógica inversión, parecía cuerda la lógica del materialismo marxista. Pero no 131 años después de la publicación de der Kapital, la obra póstuma del prusiano. Porque hoy en día, por decir lo menos, la estructura material se concibe como sistemas y energías atómicas (con sistemas sub-atómicos), de forma que lo material es tan poco sólido que los rayos x la traspasan. Y la psicología tiene tantos departamentos como escuelas, desde la ortodoxia más científica hasta postulados nada descabellados pero que surgen como constructos teóricos a partir de la observación. La misma economía está anclada en la subjetividad del ser humano, y no solo en plusvalías o manos invisibles. Se sabe mucho sobre la sociedad por vía de la historia, que nos hace estar lejos de cierto optimismo evolutivo. El fracaso de las experiencias administrativas del llamado socialismo real en Estados altamente disciplinados es una evidencia. La conciencia común que los experimentos colectivistas lejos de salvar la justicia la denigran junto con los derechos a niveles de estercoleros. Y esto sin tocar los problemas de las nuevas tecnologías, inimaginables para el alemán. Además del impacto ecológico de muchas actividades humanas, donde los regímenes comunistas de antes y de ahora resultan ineptos. O sea, la pregunta sobre el qué hacer no es solo para no sucumbir ante un régimen ateo que no respeta la dignidad humana, sino que empuja a los pueblos hacia precipicios solo por la testarudez de quien considera que gobernar es usar una parte del cuerpo para sentarse en una silla que representa el poder, y no tomar en cuenta una multitud de variables en las que estaría en juego la felicidad (real) de los pueblos.
¿Qué hacer?
Desde el punto de vista teórico, como mínimo habría que evitar confundir la justicia con el estatismo. No puede plantearse el problema de la justicia (ni el de la libertad) como si fueran consideraciones propias únicamente de ideologías marxistas. La justicia es un imperativo que Dios nos pone de manera práctica, sin despreciar lo teórico. Hay que hablar de la justicia en términos no marxistas, pero sin que tenga menos mordiente y consecuencias para la vida social, tanto desde el punto de vista moral como legal.
Y hay que hablar de la solidaridad. Y esta como principio de cohesión social, no solo como caridad dominguera. Quienes se plantean como creyentes el futuro del país no pueden hacerlo por conveniencias pretéritas. No se trata de pensar en el propio derecho o interés, por legítimo pudiera ser (para no considerar los que a toda costa quieren salvar o volver a antiguos privilegios), sino del bien común, aunque a veces suene abstracto. De esta forma no sonará vacía el nombre de “Venezuela”, cuando se dice que hay que luchar por ella, en este puje por salir adelante todos, y no algunos, o los más “vivos”.
Pero desde el punto de vista del creyente hay otro aspecto: la fuerza dinamizadora del amor. Ser creyente es abrirnos constantemente a un Amor superior ontológicamente pero tan presente como el aire que respiramos. Y este abrirnos supone un esfuerzo, un dejar atrás la llamada “segunda naturaleza” de Pascal, que lo conforman los hábitos desatinados que circulan a contravía de la búsqueda de la bondad. Esta apertura, a veces conseguida con fórceps, que despreciarían los teóricos de la “real politik”, mantiene la vigilia de un mundo mejor aún en las peores noches de la historia de la humanidad. Porque “la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres”, como diría san Pablo.
En la noche de la humanidad la vigilia purifica nuestros deseos, para desear según Dios y no según la naturaleza humana caída y marcada por el pecado. Solo así alumbrará el mundo nuevo. Vigilia militante que sabe que hay que ser actor en el escenario de la historia… y no simplemente espectador. Porque en cierto momento los espectadores son cómplices disfrazados de las catástrofes humanas. Y no tenemos chance de sentarnos para ver como termina el tercero y cuarto acto.
Comentarios
Publicar un comentario