EL PUGIL DE LAS BARBAS BLANCAS



Un  hombre de barbas blancas hace maromas con su cuerda, saltando a la sombra de cualquier semáforo. En unos tres años que llevo viéndolo ha perdido algo de agilidad.
Su edad no es tanta, si por ella nos referimos a los años. Pero pesa lo suficiente sobre sus talones como para que los malabares que hace con probada disciplina le sean cada vez más pesados. No improvisa. Es un veterano. No muestra ni dagas o fuego, o acrobacias sensacionalistas. Simplemente alguien de más de 55 años rebotando sobre el pavimento mientras hace desaparecer la cuerda que instantes anteriores había exhibido.
La mínima atención del espectador descubre al púgil escondido tras la venerable figura. “¿Ud. como que le metió al boxeo?”, le dije en cierta ocasión. Y la sonrisa de quien es reconocido se asoma de entre la piel cuarteada apartando las canas. “Ajá, por los setenta, selección nacional”, dice directamente y sin disimulo.
Para quien transita ahora por la barquisimetana avenida Los Leones cruce de la Lara y años antes en la salida hacia Críspulo Benítez, la estampa no es extraña. Extraño es que se gane así la vida. La destreza va y viene, haciendo girar la cuerda, cambiando de ritmo, hacia adelante, hacia atrás. Rutinas más cortas cada vez. Y buscando la aprobación del público automotor para mendigar unas moneditas.
Yo me pregunto ¿cómo llegó este hombre hasta allí? ¿cuál es su historia? Parece haber eludido los vicios conservar la destreza.
Y me sigo preguntando si eso hace Venezuela con la gloria de quienes fueron sus deportistas. Un hombre sin futuro que un día vistió los colores nacionales. Que puso toda su ilusión en una disciplina olímpica. Que consiguió glorias y derrotas. No sé que tan bueno haya sido o no, pero estuvo ahí, para representarnos, para recibir golpes mientras una multitud lo aupaba. Se batió en nombre de una entidad, así lo entendieron los que lo acompañaban… y en algún momento se salió del camino.
La gente siguió de largo, coreando otros nombres. Quién sabe qué traspiés dio para llegar hasta donde llegó, por buena o mala racha. Ya sus oídos no sienten el baño de la multitud. En su mente sigue rememorando glorias pasadas, cuando era centro y héroe. Se siente desvanecer en la amnesia de la gente de otras generaciones.
Y me vuelvo a preguntar: ¿Esto hace Venezuela con sus deportistas? ¿Alguien le acompañó o asesoró para que su fin no fueran las calles? ¿Existe alguna retribución para quienes ofrendaron su juventud con mística religiosidad por el deporte? ¿Es que utilizamos a la gente para sentirnos grandes y luego las tiramos a su suerte?
No es cosa de socialismo o capitalismo. Es cosa de dignidad y sentido común. Para ciertas cosas no hace falta ver lo que hacen otros países. Simplemente hay que hacerlas aquí, porque nos nace.


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