UN MUNDO SIN TROY DAVIS
Hoy el mundo está un poco más solo que antes. Estamos más
desasistidos. Quienes no tenemos poder, ese poder que tanto ambicionan algunos,
debemos invocar más allá de la piel el coraje que brota de la conciencia.
Un hombre negro, de color para ser eufemistas… o “negro” para
estar a la altura de las circunstancias, ha sido legalmente asesinado en el
estado de Georgia, del admirado país del norte.
No solo unos cuantos aficionados a las matemáticas con la
suficiente preparación profesional crearon el mayor declive económico de varias
décadas, dejando desguarnecidas y en la calle a familias enteres. Ahora, como
símbolo y presagio, un “negro”, como la conciencia de muchos, ha reunido todos
los requisitos necesarios para transitar por el corredor de la muerte y morir
lúcidamente por inyección letal.
El problema, el mínimo problema, casi imperceptible… es
grosor de vicios que debió tener el proceso, tanto como para decir que mataron
a un hombre bueno. Si la conciencia tuviera color y el blanco representara la
pureza e inocencia, se diría que era un “negro” de conciencia blanca… por lo
menos limpia.
Pero los colores de la conciencia son otros y, si hemos
hablado de “negro”, es para decir más bien “sucia”. Y esta negra conciencia,
porque no creo que pueda ser blanca, no se había ensuciado con el asesinato de
ningún policía.
El sistema de blanca conciencia, y de blancos intereses, si
se manchó.
Con la ironía propia de Michael Moore, él decía que eran más
peligrosos, en términos absolutos, los anglosajones americanos que los
afroamericanos.
Como se dio el proceso, en todo este tiempo, no está en mis
manos reconstruirlo. Ni siquiera sé que tan relevante sea.
Más peso puede tener las miles de peticiones en todo el mundo
clamaban clemencia. Desde las más anónimas hasta tan públicas como el propio
papa Benedicto o el expresidente Jimmy Carter. Hasta un exdirector del FBI daba
su apoyo.
Y mayor peso el que fuese también el fiscal el que pidiese la
revisión de la sentencia; el que siete de los nueve testigos se retractaran.
Pero el proceso siguió adelante, con sus pausas que lo hacían
más macabro. Escaló tribunal tras tribunal, del de reconsideraciones hasta la
Corte Suprema de Justicia, sin que los nueve miembros tardasen más de cuatro
horas en confirmar la ejecución.
En agosto del año pasado un agricultor de nombre Franklin Brito, en
Venezuela, fue sentenciado a una muerte por indiferencia y desatención. Lo suyo
fue una huelga de hambre, que el tiempo y la desidia se encargó de
sentenciarlo. No hubo un juez que firmase orden alguna, simplemente se aisló
para que la naturaleza fuera derrotando la débil complexión de quien pedía
justicia para la propiedad de sus tierras. En Venezuela esto se puede explicar:
el tipo de funcionario, de sistema, el que una muerte solo es una muerte más y,
para los más eruditos (que se cuentan con los dedos de la mano), la promesa
teórica de sociedad perfecta incluye estos sacrificios. Y esto sin tomar en
cuenta cuántos criminales están hoy en día revestidos de poder político.
Pero cuesta trabajo pasar el trago de tamaña injusticia en el
país del norte, con leyes refinadas en el tiempo y sistema lubricado para
perfecto funcionamiento en multitud casos. Con su sistema de apelaciones de lo
más refinado. Con la capacidad de fallar la custodia del Elián González,
llamado “el balserito”, a favor del padre comunista que lo retornara a la isla
natal.
No se trató de casos polémicos como la eutanasia de Terri
Schiavo, donde había diversidad de posturas, no siempre justificables aunque
ceñidas a lo legal.
Se trató de una historia de reconsideración tal que hasta
adversarios y acusadores imploraban la reconsideración del caso por vicios de
tal magnitud que condenaban a un inocente.
Durante aquel juicio Troy Davis dijo al hijo y hermano del
policía asesinado: “Siento mucho lo que ha pasado; siento mucho lo que están
sintiendo; pero yo no lo maté; simplemente no tenía conmigo ningún arma”.
Troy Davis se negó comer su última cena. Se negó a que le
administraran algún calmante. Simplemente reafirmó su inocencia y pidió que,
tras su muerte, no cesen las investigaciones que prueben su palabra.
Troy ya no está con nosotros. En caso de haber sido culpable
queda la pregunta de por qué matarlo. Una sociedad civilizada no puede resolver
problemas con acciones de la barbarie.
Sin embargo, hasta hay dudas razonables sobre su
culpabilidad. Se presumiría su inocencia, por lo anteriormente argumentado. Así
que puede ser, es lo más seguro, que un inocente ya no esté con nosotros y un
sistema haya enlutado a una familia entera.
Ya no es él, somos nosotros. Nosotros y nuestra aspiración a
la justicia. Nosotros y nuestro deseo de contar con sistemas perfectos de
justicia. Ahora los señalados somos nosotros, los que apoyamos a los sistemas
es su obstinación en no corregirse.
El mundo hoy es un lugar más solo, porque la justicia es más
efímera… incluso en aquellas regiones donde se puede invocar la justicia sin
ser acallado.
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