La batalla naval de Lepanto


NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO


Muchas veces banalizamos la historia desde nuestras categorías. Proyectamos en el pasado lo que consideramos correcto y lo que debería haber pasado, con nuestra manera de resolver conflictos, etc. En el fondo somos hijos de la era atómica, aquella que surge de la II Guerra mundial y de la Guerra fría. Pensamos de manera civilizada y, además de acuerdos y tratados, hay leyes e instituciones de justicia internacionales. Solo que eso no siempre fue así.
Hubo un tiempo en el que hacer la guerra y expandir dominios era algo natural. Con los intereses que queramos: económicos, de poder, geopolíticos, de vanidad y ebullición de conflictos y complejos, sin menospreciar las categorías culturales.
En ese tiempo, además, la fe era importante. O sea, el elemento religioso. Por más que nos parezca trágico que, por ejemplo, Polonia haya estado corriendo sus fronteras entre Alemania y Rusia a lo largo de la historia y según las circunstancias, no era tan trágico como que lo hiciese Turquía hacia Europa.
Polonia seguía, bien que mal, estando en países cristianos. Lo cual, además del elemento religioso, hay que añadirle el de las convicciones comunes por lo que una sociedad consigue moverse. Al tener criterios de valoración más o menos comunes, se supone que las instituciones tienden a respetar dicho criterios y las personas dialogan y resuelven conflictos de la misma forma. Complicado sería que, cuando yo diga “justicia”, el otro entienda “venganza”, o que hablar de “mujer” equivaliese a harén y ser inferior… por no considerar diferencias de otros tipos.
Así que la batalla que se libró en 1571 (y pudo librarse aún con mayor éxito, como relata magistralmente Arturo Uslar Pietri en La visita en el tiempo), no era un asunto de convertir al contrario o pasarlo por las armas si no lo hacía: estaba en juego la existencia misma de Europa, como unidad cultural con sus raíces greco-latinas además de cristianas. Tan sencillo como que la historia hubiese sido otra, pero que la actualidad también sería diferente: pensemos desde las organizaciones de derechos humanos los diversos problemas que ha habido en los estados islamistas (donde se acercan o coincide la Ley civil con la ley del Corán en sentido fundamentalista), lo complicado que sería (aún más) el tema de la homosexualidad, la pena de muerte, la promoción de la mujer, la sexualidad (ablaciones), la muerte por adulterio (solo en la mujer) o la muerte de quien se cambia de religión.
Es fácil, desde nuestros prejuicios acusar al cristianismo: esos complejos son nuestros, no de la historia, y deben resolverse hasta con el recurso a la psicoterapia. Pero no era así entonces: de hecho para la batalla naval participaron también convertidos al protestantismo (como el luteranismo), porque estaba en juego mucho más.
No nos agradan las guerras, estoy de acuerdo. Solo que han ocurrido y no siempre se podrán evitar, por desastrosas que sean. Hoy podemos resolver las cosas mediante el diálogo, pero no siempre fue así.
La batalla de Lepanto se vio como una gesta religiosa: el Papa se encomendó a la Virgen invitando a la Iglesia a rezar la oración medieval del Rosario. En los barcos hubo confesiones y sacramentos entre los católicos, y se prohibieron hasta los juegos de envite y azar entre soldados y marineros, para no pecar.
Y al final la flota turca fue derrotada. Se vio como una acción providencial. No por la muerte de infieles, sino porque la Europa cristiana, el legado de Cristo, lo que es la Fe vivida confesionalmente de muchas maneras, se salvaba.
Es curioso que una empresa militar vivida con tanto celo religioso haya sido una de las primeras acciones ecuménicas de la historia con las iglesias separadas.

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