LA GLOBALIZACIÓN DE LA INDIGNACIÓN
Los indignados vuelven a saltar a la calle ¿movimiento
espontáneo o provocado? Las especulaciones podrían multiplicarse, tanto como
para inflar el fenómeno o desprestigiarlo. Lo cierto es que con la quiebra de
la burbuja económica, ha conllevado al cuestionamiento de la clase dirigente y
puede que a un ruptura ideológica y cultural ¿A dónde conducirá todo esto?
Creo que es difícil de predecir. Lo que se asoma es el
resquebrajamiento entre quienes detentan el poder político y las bases. Una
incomunicación bien particular que puede conducir a organizar nuevos liderazgos
y nuevas propuestas.
El problema, sin embargo, también es matemático. Y en estas
matemáticas los números se dividen sin decimales y con residuos ¿Cómo repartir
lo que no hay? ¿Cómo hacer aparecer empleos si la economía está contracturada?
¿Cómo incentivar el consumo? ¿cómo obligar a países y a sociedades a cumplir
una hoja de vuelo?
Y ante esta situación la pregunta que sigue es la de cómo se
reparten los sacrificios y cómo se reparten las responsabilidades. Los
sacrificios, porque algunos, los más, deben pagar los platos rotos de quienes
defraudaron desde la economía y la política. Pero las responsabilidades, porque
algunos de quienes debían producir bienestar y muchos de los que debían
supervisar el sistema, no lo hicieron ¿Acaso solo se ocuparon de sus peleas
domésticas para detentar el poder y gozar de sus mieles?
Pero los movimientos de masa, si no hay dirigentes que encabecen
y ayuden a pensar, puede transformarse en movimiento de pauperantes, que
confundan los objetivos políticos con la expresión de frustraciones y anarquía,
al mejor estilo medieval. Diferencias existen entre lo que son protestas y
manifestaciones de un lado y el vandalismo y la ambición por botín de guerra por
el otro.
Las corrientes siguen una dirección. Las masas son
instintivas. Dotar de lucidez es vital, para saber hasta donde se puede
alcanzar con las protestas, y cuando hay que condescender. Y no para salvarles
el pellejo a la clase política.
No todo lo que se desea es realizable. Y menos en economía.
Un mínimo de conocimiento puede ayudar para evitar engaños y manipulaciones,
así como entreguismos e inmovilismos.
Más debemos añadir que no estamos en la época borbónica en la
que una nobleza vivía como reyes mientras el pueblo aceptaba su condición de vasallaje.
Tampoco estamos enfrente del estado burgués anterior a Marx, en que el obrero
se dejaba contratar por salarios de hambre y la torpeza humana la disfrazaban
de “voluntad divina” a la que someterse.
No es fácil prever lo que vaya a pasar. Sólo que debe ser una
síntesis entre superación de lo inmediato y ascenso a otro modelo que reduzca
el neoliberalismo y el marxismo a la condición de piezas de museo. El asunto de
desarrollo sustentable y economía social de mercado es pertinente. La participación
privada y la llamada sociedad civil no es negociable ni tutelable por el
Estado. El Estado debe asumir papeles modestos en burocracia y protagonismo. Lo
ecológico no puede minusvalorarse tampoco.
En esta coyuntura, se me ocurre para concluir, la Iglesia
debe buscar estar presente, Y lo ha estado con el documento llamado “La verdad
en la caridad” (Veritas in caritatis), de Benedicto XVI. Ya advertía el Papa
que las sociedades se juegan su estabilidad cuando no logran mantener la
cohesión. Pero la Iglesia debe involucrarse más a fondo, sin pensar en que es
un asunto que con que los “curas” hablen ya se ha cumplido.
Las lecciones de la historia, cuando la Iglesia no supo
participar porque no contaba con el andamiaje intelectual, dan muestra que es
importante estar presente en la coyuntura: en el siglo XVIII no se supo entrar
en diálogo con las propuestas de Voltaire, Rousseau y Montesquieu, por lo que
la Revolución francesa tomó, más adelante, un giro anticlerical.
En este momento es posible acompañar la búsqueda de la
humanidad, que aparece como signo de los tiempos que interpela a los hombres,
sin que se tengan respuestas técnicas o propuestas ideológicas.
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