MANIQUEÍSMO POLÍTICO




Dos de los bastiones del actual régimen en Venezuela son el amplio sector popular y la juventud.

El amplio sector popular que ha sido excluido durante años y que, además, carece de criterios mínimos que le ayuden a leer la realidad, por las ruinas del sistema educativo.
La juventud, porque ha nacido durante este régimen, no conoce otra cosa y solo oye hablar de la versión histórica e interesada que este cuenta. Lo que se ha llamado historiografía pragmática.

En aquellos años sesenta y setenta un profesor universitario o un investigador del IVIC podía comprar un modesto vehículo con su segundo sueldo. Un obrero especializado, como un operador de grúa, ganaba mucho más que un profesor universitario. Y en los barrios de Caracas la gente tenía en su casa equipos de sonido, vehículos y electrodomésticos mejores que los que había en la mía. Esta bonanza, sin embargo, se asentaba sobre una burbuja: la renta petrolera. Y esto creaba contradicciones funestas: un consumismo exacerbado, un exceso de importaciones en contra de la producción nacional, la evidente corrupción… pero el poder adquisitivo era realmente alto. Había problemas con el sistema educativo y de salud, pero no como el presente. Había exceso de burocracia, pero no como la actual. El urbanismo informal era una contradicción insultante, sea por parte de la política del gobierno como de quienes se conformaban con gastar lo que tenían sin aspirar a otra vivienda. Y, por último, un país organizado de esta forma no podía prosperar largamente.

¿Cómo llamar a este sistema? Capitalismo de Estado. Con sus nacionalizaciones, empresas estatales y todo lo demás. Todo colgado del alza o baja de los precios petroleros y con la cantaleta del Dr. Arturo Uslar Pietri de sembrar el petróleo.

Unos treinta años después se reinventa la historia para decir que lo que pasó no pasó y que vivir mejor es algo posible solo en socialismo. Se expropia y se confisca todo lo que se encuentra. Se dan migajas a los sectores populares (en relación de los números reales), se distorsiona la realidad a través de los mass media, la educación es un caos, los hospitales también… Pero el socialismo es la religión estatal del mañana ¿Su secreto? La renta petrolera.

¡Extraña coincidencia entre el Capitalismo de Estado y el Socialismo del siglo XXI! Ambos con la misma fortaleza (el petróleo) y ambos con idéntica debilidad (son inviables). El primero con libertad de empresa; el segundo con concentración totalitaria y hegemónica.

Pero mencionábamos como título de este artículo “maniqueísmo político”. El maniqueísmo fue una corriente filosófica del tiempo de san Agustín (s. IV), en la que él participó y, después de su conversión, combatió. Afirmaba la existencia de 2 principios, uno bueno y otro malo, y cada uno era responsable de una cosa u otra. Todo lo material se derivaba del principio malo o demiurgo, y lo espiritual se derivaba del principio bueno o Dios. Entre ellos no era posible ni mezcla ni redención. Si  algo estuviese mezclado debía separarse, como el alma del cuerpo tras la muerte.

La acusación de maniqueísmo, fuera del contexto de la historia, ha servido para señalar posturas en las que se asegura la bondad total de propia posición y la maldad (demoníaca) de la contraria, validando su exterminio. De manera propagandística, ocurrió durante la guerra fría entre los bloques occidentales y de Europa del Este, que tristemente justificó las políticas de seguridad nacional en América Latina. Hay que reconocer, sin embargo, que tan maniquea era la posición de los Estados como la de los insurgentes.

En la Venezuela actual, aprovechando la desmemoria de las nuevas generaciones y la ignorancia de las masas, el Régimen argumenta de manera maniquea: todos los errores del capitalismo no son posibles en el socialismo, que representa la vida y el futuro. De fondo, se pretende avalar las leyes del materialismo histórico: el guión dice que después del capitalismo viene el socialismo. Y la farsa la financia el petróleo ¿y si no existiese el petróleo?

No todo lo pasado fue malo, o tan malo como se dice. De hecho fue una oportunidad perdida. Tampoco todo lo presente es del todo malo, aún cuando existan desacuerdos. La población de escasos recursos es políticamente más activa que años atrás, y eso es bueno. Ojalá que los empresarios y grupos de poder se acuerden  que viven en un país que hay que construir.

Y el problema no es si favorecer a los sectores populares o empresarios: el problema es reconstruir el tejido social y el país. Y para ello hace falta el concurso de todos los sectores. Por ejemplo, poco interesa, creo yo, para una política de pleno empleo, quien sea el patrono, si el privado o el Estado; lo importante es emplear y en cantidad suficiente y, por lo tanto, el privado en su área y el Estado en la suya (nada más pensemos en la necesidad de policías, fiscales de tránsito  y bomberos). La necesidad de tener una sociedad productiva: poco importa si para ello concurre el Estado y el privado, solo que en áreas diferencias por asunto de eficacia. Si lo importante es la eficacia, otras consideraciones quedan fuera como de la graduar masivamente médicos por reivindicación social, sino proteger la salud de los enfermos, especialmente los más necesitados ¿cuál es el papel del Estado, proteger a los enfermos graduando solo a los mejores médicos, o promover médicos aunque sean nefastos con los enfermos?

Ante las urgencias (y urgencias acumuladas), las respuestas deben ser eficaces y no ideológicas, donde todos participen de manera distinta: el Estado como Estado y el privado como privado, cada quien haciendo lo que mejor sepa. Y el Estado controlando (no coartando) la actividad privada (para que no se desvíe) y el ciudadano  supervisando al Estado, para que no se extralimite.

La gesta de los próximos años debe ser la de reconstruir un país y, para ello, hace falta que, quien tenga anillos, se los quite y se enlode con la realidad, codo a codo con la gente. Y quien dice anillos, dice tiempo, energía, entusiasmo… y esto tiene que ver con la Política, pero no solo con los políticos: cada quien en su área, apreciando las diferencias, valorando las distintas visiones pero sin bridas ideológicas.

La próxima persona que lidere el país pasará a la historia no por lo que haga, sino por lo que convoque a hacer.

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