¿HA PASADO DE MODA LA NAVIDAD?




En medio de este mundo que algunos han llamado post-moderno (por no aludir al fin de la historia, que alguno preconizaba), en ese entrecruzamiento entre el resurgimiento de viejas, nuevas y pseudo-espiritualidades, fanatismos, terrorismos, crisis económicas y políticas, hay que preguntarse dónde se nos quedó la Navidad. Para ello pongo en duda que tenga el vigor de antes, sin que cuente con las debidas estadísticas. Así que presumo que está en crisis su institucionalidad.

Evidentemente que la Navidad ha sufrido un declive importante en cuanto a su significado. Hemos pretendido conservar la atmósfera anímica a costillas de reducirla a un ritual costumbrista con altas dosis de consumismo. En efecto, símbolos con carta de ciudadanía cristiana has sido vaciados para suplantar el fondo del asunto: san Nicolás o santa Claus ha dejado de ser el santo obispo de Bari, el arbolito se pone por moda y no porque signifique la vida eterna de Cristo que permanece verde en los más crudos inviernos, y el pesebre puede ponerse sin mayor atención, aunque sea difícil evadir el Misterio que encierra. Y otros símbolos han querido escurrirse en la vida de la gente.

Cuando la euforia de pasarlo bien se resquebraja y cede junto con la burbuja económica, y los políticos no dan seguridad porque parecen divorciados de las bases, como si defendieran otros intereses, la Navidad puede aparentar ser muy costosa e irreal para millones de personas.

Y en esta especie de hecatombe se puede, exactamente, descubrir con fuerza auténtica y original lo que realmente es la Navidad: el nacimiento de Cristo en un lugar apartado y marginal del Imperio romano.

El panorama político no era el mejor para los judíos, aún cuando el mundo occidental había conocido años de una paz desconocida hasta entonces; pero, para los judíos, Tierra santa era una provincia romana dividida y subyugada al poderío de los paganos. Herodes era un rey despiadado y constructor, de descendencia no judía, que había impuesto sus propios sumos sacerdotes, pero que al final era un títere de los romanos. Y la economía era de depredación tanto por parte de Herodes como de parte de los romanos, nada halagüeño para la gente sencilla y trabajadora.

No era una situación exactamente de bonanza.

Y en la noche del nacimiento de Cristo, que ocurrió en Belén y no en Nazareth por caprichos del poder romano (el empadronamiento para calcular los impuestos que podían esperarse de los pueblos dominados), según indica el relato del evangelio de Lucas, no fueron los potentados o los privilegiados los que con asombro reverencial se acercaron al pesebre. Fue la gente sin poder, desestimada por sus contemporáneos, pastores si acaso sino simples asalariados con fama de ladrones, desconocedores de los preceptos religiosos, los que sin tener muchos méritos ni posesiones fueron sus testigos. Ellos fueron testigos de la noche en que el cielo y la tierra se unieron con el nacimiento como hombre del Hijo de Dios.

Esa es la clave de la Navidad. Todo lo demás fue, en algún momento, expresión de alegría y adoración. Los campesinos que asistieron al primer pesebre, que fue viviente, organizado por san Francisco, así lo entendieron.

Dejar que entre en crisis nuestra manera de ver la Navidad, quizás tan vacía, para que recupere su sentido más hondo. Que nos tome de improviso, con las manos vacías, para que no tengamos nada más que ofrecerle que a nosotros mismos. Aceptar, por tanto, que la esperanza es un don que se da gratuito y sin mérito alguno, porque Dios nos ama y está con nosotros, para responderle a su amor con nuestro amor.

Puede que el mundo esté en crisis. Lo que no puede entrar en crisis es el amor. Porque el amor es la fuerza que vence la oscuridad, que se mantiene fiel en las pequeñas cosas, que ve como cierto lo que se aproxima desde la lejanía.

Puede que no tengamos trabajo y que el liderazgo de quienes deban dirigir las sociedades esté en quiebra. Pero siempre podemos hacer algo por alguien. Humanizar nuestro entorno. Proteger la ecología. E inventar, inventar, inventar. Porque el amor es inventor y apasionado. Nada conformista. Porque el Hijo de Dios se hizo hombre.

Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica:
la voluntad”.

Albert Einstein


¡Feliz Navidad!

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