DERECHOS HUMANOS: CARTA ABIERTA AL PRESIDENTE CHÁVEZ




Con sorpresa (tonto que es uno que se deja sorprender), me enteré de su petición ante la Asamblea Nacional de desincorporar a Venezuela de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Todos sabemos que sus peticiones son órdenes en esta Venezuela donde los poderes están tan separados como los haces de la luz.

Y no se si agradecérselo o no, porque usted ha hecho diáfanas las sospechas que se tenían de que su gobierno se reduce al símbolo que encierra una bota militar. No son los argumentos lógicos, razonables, como los derechos a propiedad, libre empresa y mercado, que usted acusa de capitalismo para mermar las mejores conciencias, las que llevan a esa conclusión, sino las banderas pisoteadas de grupos alejados del poder que, en América y el mundo, se oponen contra el uso abusivo del poder, particularmente en el caso de las dictaduras, contra la dignidad humana. Me refiero a los grupos que luchan y defienden los derechos humanos.

Para los más escrupulosos, es retomar esa bandera que usted busca enterrar (por algo será), pero que es razón de existencia y acción de cantidad de grupos cristianos y gente de buena voluntad, así no sean creyentes.

Los argumentos de derechos humanos no son una cuestión neutra y profana del mundo secular, del Derecho y la política: forma parte del corazón de la misma Iglesia, que cree que la dignidad del ser humano tiene tal valor que Dios mismo vertió la sangre de su Hijo por ella. Por tanto, pastores y distintos creyentes, de manera oficial a través de las distintas vicarías de derechos humanos que deben existir en cada diócesis, o a través de organizaciones independientes pero ligadas a la Iglesia, los han asumido de manera intrépida. Famosa fue, en los años ochenta, la Vicaría de Derechos Humanos en tiempos de Pinochet, de la arquidiócesis de Santiago. en Chile.

O sea que, así usted decida la salida de la CIDH, le tocará decir lo que el Quijote dijo a Sancho Panza (con perdón de Cervantes): “Sancho, con la Iglesia nos hemos topado”.

Pero si la maniobra desluce ante lo que contempla la primera parte de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, no por baja que esta sea crea que va a conseguir llevarla a cabo. Servirá para hacer que se resquebraje aún más la imagen del presente régimen, que se ha burlado de las esperanzas y necesidades de los más pobres. Si la que usted llamó Cuarta República se burló por olvido, usted se burló por manipulación. Lo cual no sé ni me interesa saber cuál fue peor.

Ciertamente que la mejor teoría que aprendió en sus años de estudiante fue la teoría del caos, como explicó pedagógicamente en la apoteótica toma de posesión el 2 de febrero de 1999. No solo el caos lo llevó al poder, sino sobre el caos ha navegado hasta el presente y el caos se lo devorará, con terribles consecuencias, sin duda alguna, no para usted sino para quienes le sobrevivan.

Por cierto, no sé si ha caído en cuenta que estos pueden ser los últimos meses de su vida. No le deseo mal, incluso estaré orando por usted antes y después del desenlace, pero no le guardaré el debido luto. No merece mi luto quien pretende profanar la sacralidad de los derechos humanos, de palabra y obra. A mí no se me ha olvidado lo de Brito. Puede que sus manos estén limpias; su conciencia no. Y otras muchas cosas nefatas deben haber, de otra magnitud, que sospecho que se hicieron con todo propósito. Eso le tocará encararlo con el mismo Dios. Y este abuso de poder es lo más repulsivo e intolerable que se le puede permitir a cualquier gobierno, más si este pretende ser absolutista o totalitario a costillas de la gente, como es la costumbre en estos casos.

Pero, de nuevo, estos pueden ser los últimos meses de su vida. No creo que su enfermedad sea una invención. Toda persona en sus cabales repasaría su vida y buscaría enmendar lo que estuviese a su alcance. Pensaría concienzudamente en cuál es el legado que se quisiera dejar, no a su familia sino a su país, y no solo el cubismo abstracto de una realidad sin pies ni cabeza. Usted sabe en lo que se equivocó, pero también sabe aquellas cosas en las que hizo como una opción por el mal.

El emperador Hirohito, en el acto de rendición estando presente el general Mc Arthur, luego del desastre de la guerra en el Pacífico en la II Guerra Mundial, reconoció ante su pueblo una simple y cruda realidad: él no era dios. Fue el mejor legado que pudo dejarle a su pueblo, que se levantó de sus ruinas. Todavía tiene tiempo de hacer algo tan digno como aquello.

Atentamente,

Pbro. Alfonso Maldonado.






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