EL TIEMPO Y LA MEMORIA: DE DONNA SOMMER A LA ESPERANZA PURIFICADORA
Hoy he vivido experiencias contradictorias. Una referida a
una vocalista excepcional, Donna Summer,
y, la otra, la impotencia de acceder a una videoconferencia de espiritualidad
impartido desde la Universidad de la
Mística.

En este su día de fallecimiento se repasaba parte de su
discografía en la radio, pudiendo disfrutar, en su honor, de aquella música de antología.
Y surge entonces el asombro:
esa capacidad del ser humano que suele ser cada vez menos común. Asombro no
solo por las cualidades artísticas de un ser humano, lo que de por sí ya es
grande, sino por la capacidad abierta por la tecnología de conservar el
registro de su voz entre nosotros, aunque haya desaparecido. Hace 100 años
resultaba imposible hacerlo con la fidelidad actual, por no referirnos al mundo
de hace 200 años, y de Caruso tenemos lejanas referencias cuyos registros son de
escasa fidelidad que mezcla el recuerdo con la leyenda.
Actualmente no simplemente podemos conservar la música de los
cantantes de moda del momento, sino también, como en este caso, conservar la
voz de quien ya no está. Ciertamente que no podemos generar diálogos, cosa que
no se nos ocurre, pero tenemos parte de su alma “atrapada” en la música
registrada. El compromiso que mostró en su momento esta cantante con
determinada canción puede seguir tocándonos hoy a nosotros aunque se haya ido.
Y esa riqueza, el poder ascender en esa sensibilidad que nos hace humanos, sigue
siendo una posibilidad actual.
De manera curiosa hay otra experiencia, que no tiene que
vencer la distancia de 40 años, que me atajó hoy. Realmente me atajó, por la
cantidad de tiempo que invertí para permanecer anclado al mismo puerto de
partida. En Ávila, España, se estuvo desarrollando una Semana de Espiritualidad
Teresianosanjuanista, organizada por el P. Francisco Javier Sancho, con quien
compartí momentos inolvidables en Roma, centrándose en el libro de las
Fundaciones. Desde el día lunes, cuando comenzó, he estado pretendiendo ajustar
mis horarios para asistir al evento, vía on–line. Finalmente, cuando lo consigo
y tengo la posibilidad de encontrarme con el P. Maxilimiano Herraiz, quien me
enseñó a leer a santa Teresa, las conexiones fallan y mis horarios se alteran.
Algo que ocurre simultáneamente se me hace inaccesible, mientras que algo que
es pretérito me alcanza.
Dos experiencias bien distintas: la tecnología consigue conectarme
con un evento artístico acontecido en los años 70 gracias a la tecnología y, a
pesar de la tecnología, no lo consigo superar el charco (así se decía del
océano Atlántico en la península) para sincronizar con un evento en presente.
El pasado se me hace cercano pero presente lejano. Soy ausente para el
presente, pero el pasado se me hace presente.
Para no quedarnos con lo anecdótico, me gustaría hacer un
salto a lo que es la memoria. Se ha extendido las posibilidades de conservar
nuestra memoria con infinidad de dispositivos. No solo la memoria personal sino
inclusive la histórica y colectiva. Memoria que nos permite recordar de donde
venimos y proyectar hacia donde vamos. Dos memorias distintas, en el ejemplo
anterior: una ligada al mundo del pop, con su optimismo ante la vida (aunque no
siempre lo avale la vida personal de los cantantes ni el fallecimiento temprano
y lamentable de esta vocalista azabache) y otra ligada a la fe, con el
testimonio de lucha y búsqueda de la santa española del siglo de oro español.
Memoria que nos ayuda a enfrentarnos a cualquier fuerza que desee desintegrar la
propia fe y cultura.
Pero cuando hablamos de memoria, podemos recordar las palabras de san Pablo: “haz memoria de Jesucristo” (2 Tm 2,8), que no es otra cosa que hacerlo presente. Mejor dicho: es caer en cuenta que está presente. Que lo ocurrido en el pasado no solo es vigente sino actual como presencia personal y salvadora. Es lo que pretende indicar la palabra “memorial”, que se usa en las celebraciones cristianas dentro de la Iglesia católica.
Este hacer “memorial” es lo que impregna y preña la vida de
la Iglesia, como exigencia, interpelación y profecía. Es lo que el papa Juan Pablo II (para su familia Lolek,
nacido un 18 de mayo de 1920) quiso dejar como testamento en su libro Identidad
y memoria.
El sentido de la Tradición (con mayúscula) en la Iglesia
tiene que ver con este hacer memorial: es hacer presente la manera de
relacionarnos y ser fiel a Jesucristo o, mejor dicho, es la presencia viva de
Jesucristo que posibilita el relacionarnos y serles fiel. Esa es la presunción
de la Iglesia. Si así lo mantiene, las fuerzas que esgrimen antivalores que
degradan al ser humano, esas fuerzas serán impotentes. Es, la Iglesia, cuerpo
de Cristo que sufre la crucifixión, pero que también irradia resurrección.
Memoria tanto y más vigente y que debe impregnarse de
esperanza virtuosa, que es teologal ya que tiene su origen en Dios, y que contrasta
con las experiencias actuales y los recuerdos dolorosas y deprimentes, que culpabilizan por el pecado e inducen al abandono
del ser humano. Virtud esta de la esperanza, porque requiere el ejercicio,
aunque emane de fuentes divinas y sea por ello un ejercicio gratuito (por la
fuerza de la gracia), para no dejarse arrastrar por el sin sentido. Ejercicio
liberador, que busca sobreponerse a otras memorias, y que acepta la
purificación misma de las memorias y las expectativas.
Ante un mundo en permanente presente y con amnesia, el hacer
memoria/memorial conserve la conciencia de la relación con Quien está presente,
da identidad y se lanza caminante y militante para alcanzar el futuro.
"Y María, por su parte, conservaba todas estas cosas ,
y las meditaba en su corazón"
Alfonso, ¡Muy interesante tu post! ¡Qué decir de Donna Summer si su música formó parte de mi despertar al mundo de los adolescentes!!!!!!!!! Un saludo fraterno desde Tenerife,
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