TRANSFORMACIÓN CRISTIANA Y TRANSFORMACIÓN MARXISTA
Definitivamente que Marx era un ser con una personalidad
compleja y un pensamiento vasto. A su manera y de acuerdo con su tiempo, por
supuesto. No en balde se debe partir del hecho que era al principio un devoto discípulo
de Hegel, en un momento en que se estaba recuperando el sentido de la historia
como ciencia.
Otras disciplinas habían copado el interés intelectual del
tiempo. Puede que fuese la historiografía y de forma peculiar la Revolución
francesa las que atraparon la atención de Hegel. Antes ya Kant se había echado
al pico a la metafísica. Así que Hegel habla a su manera, pues su formación
estaba ligada a la teología protestante, por lo que el espíritu eterno se movía
dialécticamente en el devenir histórico para alcanzar su plenitud, según él en
el Estado prusiano. El espíritu de Hegel no es identificable sin más con
Dios, más bien aglutina en el Absoluto la conjunción de la razón y la libertad.
Marx sentía la fascinación de su tiempo por el maestro, su sistema y su método. Solo que pensó en que debía revertirse, estaba al revés y se le debía dar la vuelta. Consideraba que exactamente ese había sido su error: del idealismo se pasó al materialismo histórico como devenir de la materia (y la historia humana) en camino de la sociedad perfecta.
Marx sentía la fascinación de su tiempo por el maestro, su sistema y su método. Solo que pensó en que debía revertirse, estaba al revés y se le debía dar la vuelta. Consideraba que exactamente ese había sido su error: del idealismo se pasó al materialismo histórico como devenir de la materia (y la historia humana) en camino de la sociedad perfecta.
Pero Marx, por lo menos el joven Marx de la década de los
cuarenta, su preocupación tenía no solo tintes filosóficos o políticos sino antropológicos.
El ser humano, el concreto y no el abstracto, que para él era colectivo, estaba alienado de su esencia, la cual la
debía recuperar. En el proletariado se reunían todas las miserias que al ser
humano enajenaban y debían ser superadas, por lo que su emancipación sería la
emancipación de todo el género humano.
Claro que tal visión no coincide con nuestra percepción. Desde nuestros tiempos, dejando a un lado la aparente
buena intención del joven Marx, es evidente que cae en un franco error que le
resultaba difícil de identificar, justo por ser hijo de su tiempo: confundir lo
general con lo real obviando lo particular. Lo colectivo, en suma, como abstracción. Puede que
fuese el interés político o la llamada preocupación judía o la incomprensión
por lo privado, como si lo privado fuese argumento que justificase cualquier solución
colectivista, tanto en fines como en medios.
El otro error consiste en haber entronizado al proletariado como la
clase redentora de la humanidad. Ciertamente que la explotación que sufrían las clases obreras es
algo inimaginable para nosotros, por muchos datos que recolectemos. Pero considerar al
proletariado como el resumen de las miserias que deben superarse en cualquier
tiempo es, cuanto menos, otra abstracción. Nada más está dejando a un lado el campesinado. Y después de la redención del
proletariado no sigue la sociedad perfecta, el paraíso socialista. Solo asomémonos al mundo actual donde el obrero está mejor posicionado en los países
del primer mundo que el obrero del siglo XIX: ¿significa que otros grupos humanos han dejado de padecer miserias? ¿no padecen miserias indecibles
los inmigrantes, los refugiados, los que solo pueden trabajar en el mercado
negro, los discapacitados, las víctimas de las minas antipersonales, por no
añadir cuestiones de frontera como el congelamiento de embriones, abortos,
ancianidad, eutanasia, experimentos con seres humanos? ¿o los discriminados por
su religión, cultura, raza, sexo u orientación sexual? ¿o el abuso de menores,
esclavización de niños, la esclavitud sexual?
¿y que decir de aquellos atrapados por el tabaco, alcohol, droga o las
redes delictivas? No todo se resume en el proletariado.
Habría que decir, a favor de Marx, que él creía ciegamente en el devenir histórico, el materialismo histórico, en esa lucha de contrarios
(de clases y hasta violenta) que desembocaba en un salto cualitativo (por superación de los contrarios en la síntesis), donde el hombre iba
a ser más y mejor hombre. Donde el hombre superaba una etapa de manera
absoluta, sin que se pudiese regresar al estado anterior.
Para quienes creemos en Jesús, sin los malabarismos de
algunos pensadores, o los que nos inclinamos hacia una concepción personalista
del ser humano, tales tesis no son sustentables. El proletariado no es el
resumen de todas las miserias del ser humano y la lucha de clases y la
explotación económica no son la panacea que explica la totalidad del ser humano
y la clave para avanzar en su historia. Tristemente cualquier avance del ser
humano está permanentemente amenazado por un sinfín de nuevos factores, por lo
que la historia podrá avanzar en el tiempo, pero no siempre en humanidad. La
simple posibilidad de un desastre atómico que dejase fuera de competencia a
cerebros y tecnologías llevaría a sus supervivientes a retrocesos hasta
estadios superados de la historia… o de la prehistoria, si nos referimos
puramente a lo material.
Pero la justa presentada por Marx, pese a todo, no es
despreciable, al menos como pregunta para los que creemos en Cristo: ¿hay
alguna forma, se puede hacer algo como para que el hombre concreto pueda ser
cada día mejor? ¿hay formas en que las sociedades pueden avanzar en calidad de
vida y convivencia? Si no es la superación por el proletariado ¿es simple
quimera o hay algo que pueda intentarse?
Evidentemente que el Evangelio nos invita a estar cerca de los últimos en la sociedad y a poner de nosotros para superar los males que le afligen. Pero esto no se da dentro de un espiral de violencia, aunque se lleven a cabo acciones proféticas y temerarias que busquen sacudir la conciencia social.
Evidentemente que el Evangelio nos invita a estar cerca de los últimos en la sociedad y a poner de nosotros para superar los males que le afligen. Pero esto no se da dentro de un espiral de violencia, aunque se lleven a cabo acciones proféticas y temerarias que busquen sacudir la conciencia social.
Tomando en cuenta la situación de Venezuela,
donde la inseguridad, la crispación política y la polarización se encuentran
exacerbadas, creo que la clave se encuentra en algo relativamente sencillo.
Para decirlo con un refrán popular: no pagar con la misma moneda. O no cobrar
ojo por ojo y diente por diente.
Esto no es una simple contención de nuestros impulsos más
primitivos. Debe ser, para usar un término familiar para Marx, su superación.
Una sociedad mejor no es producto de la lucha de clases, sino de una
solidaridad y preocupación real por los otros, inclusive si esos otros me han
causado daño. No como actitud ingenua, no se trata de reconciliar a quien se
empecina en dañar. Se trata de renunciar a la justicia como revancha para que surja la justicia como
oportunidad para lo nuevo. Tal como ocurrió en Sudáfrica. Se trata de no vivir
desde el resentimiento por el mal recibido o el tiempo perdido. Se trata de
mostrar que se puede estar por encima de las circunstancias, de responder desde
otro plano, de no rebajarse a una lucha cuerpo a cuerpo en un combate
prehistórico. Lo cual no es fácil, si detrás del dolor está la ausencia de seres queridos.
El futuro como posibilidad y no como maldición se la juega en
esto. No se puede cifrar todo en la intervención técnica, por laudable que sea, para revertir indicadores económicos y pretender que alcancen a la mayor parte de la población.
Hay que recuperar la convivencia y la convivencia deberá presionar a las
instituciones y a los gobiernos. Sin esta premisa entonces se interpretará
cualquier cambio como cambio en el dominio de unos sobre los otros, con los
problemas de gobernabilidad y retroceso que puedan acarrear.
Si bien se trata de un desafío común para quienes vivimos en esta "Tierra de Gracia", que diría Colón, los creyentes tenemos
una responsabilidad especial. Pues Cristo no es una idea ni un ideal. No es una
opinión personal u objeto de la libertad de culto. El creyente sabe que Cristo
es una realidad viva, que quema y transforma de manera amorosa, que nos
interpela y nos invita a hacer las cosas de manera diversa. Nos invita a dar la
vida, a ser servidores, a amar a los enemigos, al perdón, a preocuparnos de los
más pobres y olvidados. Que nos impulsa a vivir como Iglesia y a participar en su misión. En resumen, a vivir el Evangelio del Reino, que se
traduce en amor arriesgado y sin barreras.
El creyente conoce la causa de Dios que, si la abraza, le
abre las puertas de la vida eterna. “Quien quiera salvar su vida la perderá, y
quien la pierda por Mí y el Evangelio la salvará”, dice el Señor (Mc. 8,35).
El creyente sabe que la oración no es evasión sino encuentro
con el Dios que ama y es digno de ser amado. Y de aquí brota una fuerza de
gracia que inunda su corazón, su mente, sus decisiones, las relaciones de
Iglesia, pero que deben alcanzar al mundo entero.
La ascensión del Señor es anticipo de Jesús que provoca
cambios cualitativos en la actualidad mundana.
Alfonso, el tema que tratas lo vengo reflexionando para mis adentros desde mis primeros años en la universidad, realmente me ha parecido interesante tu aporte,...un saludo
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