LA HORA DEL ESPÍRITU



Ya son varios años cuando se rompió la ensoñación en que vivíamos. Bueno, en Venezuela un poco antes. En el resto del mundo comenzó con el funesto pero certero ataque al World Trade Center, en Septiembre del 2001. Entrar en fase de guerra con alteración de los mercados ya significaba un duro golpe para las economías capitalistas. Pero no fue hasta el 2008 cuando la burbuja especulativa explotó, salpicando al resto del mundo. Y la serie de infortunios no ha parado, sino que se ha seguido, aparentemente ligado a las picardías de algunos, más que a problemas estrictamente técnicos. Esto sin diferenciar entre nuevas y viejas tecnologías, entre las negociaciones on line y las convencionales, la industria pesada y Silicon valley.

Ya las noticias no pueden ser más desalentadoras. Es cierto que la costumbre nos había habituado a siempre escuchar malas nuevas. Sospechoso parecía, en el primer mundo, tener siempre que referirse a los demás mirándolos por encima del hombro: como si los sacrificios por el propio bienestar solo pudiesen digerirse viendo la desgracia ajena, tratada con exclusividad. Pero en los actuales momentos, en que se tambalea el estamento político tradicional y el ruido puede resquebrajar aún más el frágil piso económico sobre el que se apoyan los medios de comunicación, las noticias parecen más que fidedignas.

Ni las matemáticas ni el recetario tecnocrático parecen servir de mucho. Todo luce muy cuesta arriba y eso va a ser así por varios años. Algunos paisillos se ufanan de sus modelos, más pintorescos que reales, seguros en su delirio de salvar a la humanidad y al mundo entero por ahora, porque luego se expandirán con la salvación del universo (ya alguno expectoraba disparates que rozaban grandilocuencias de este tipo, como si ciertos cancilleres también lo fueran de Marte, como cerquita). Lo mágico de este asunto esconde un negocio ceñido a lo financiero: se compra hoy lo que se adeudará mañana, de muchas formas. Para los más serenos, de nuevo, no parece que haya todavía luz al final del túnel,  y el agujero negro amenaza con devorarlo todo.

Es por eso que me parece que es la hora del espíritu, para el cual no apostaría a decir que estamos preparados. La visual es desoladora (y podría serlo más). Hace unos años se habló de las metas del Milenio y diversas personalidades embistieron para convencer que el flagelo del hambre estaba a nuestro alcance para ser derrotado. Pero lo que captan nuestros sentidos (con la amplitud que brinda la postmodernidad), no puede ser más desilusionante.  Así que es la hora del espíritu.

Entiendo por espíritu 2 niveles, interconectados aunque no siempre nos percatemos. Un primer nivel consiste en aquellos que se obstinan en pensar, reflexionar y proponer alternativas no convencionales, animando solidaridades y valores, apuntando el dedo a las llagas y viendo oportunidades para no repetir errores y ser más respetuosos de la ecología. Aquellos que, no por demagogia o manipulación, son capaces de proponer sacrificios que impliquen auténtico crecimiento, incluso cualitativo, en  las sociedades, siendo los primeros en adosárselos. Aquellos que cuentan con la suficiente lucidez como para no ordenar al populacho que pase por el fuego a todo lo que hieda al “status quo”.
Son estos los hombres de letras, de ciencia, de drama, de arte, de actuación, que influyen en las multitudes, que animan el bien, que son críticos, que permiten también vivir una o dos horas de fantasía antes de volver a la lucha cotidiana, porque de esta forma vale la pena vivir. Aquellos que elevan su voz cuando algún otro pretende engañar o manipular, obviamente que para propio beneficio.

Pero es también la hora del Espíritu, con mayúscula, porque es la hora de la espiritualidad, del encuentro con Dios. Se han vendido muchas imitaciones de esta, que pueden quemarse en la prueba. Pero una espiritualidad solamente es válida si sirve para el encuentro con Dios, y el encuentro con Dios se prueba en las dificultades. Es el caso bíblico de Job. Las hay de muchos tipos, cristianas y no cristianas, ligadas a la oración y meditación, que rompen con los ceñidos horizontes del presente y hace que nos asomemos a lo ilimitado. Aquello que no puede ser detenido ni en las peores circunstancias. Esa terquedad profunda de amar en la adversidad. Como Payá, en Cuba.

La fuerza interior que surge del encuentro con Dios es vital, porque el futuro de la humanidad debe ser un futuro tan humano como divino. Y para ello hay que restrearse (modismo venezolano que significa batirse, luchar, mojarse, ensuciarse sin claudicar, con terquedad, obstinación, por una causa hasta vencer las dificultades o quienes se oponen, de buena forma pero inclusive, si fuera necesario, por agotamiento). Hay mucha basura que se vende en la actualidad porque estimulan los sentidos, y eso, si el ser humano vuelve a colocar a Dios en la cima de la jerarquía de valores, por si mismo se desplomará. Aquello que hace que cada día tenga sentido en sí mismo, y no solo por lo que se conseguirá después de 5, 10 o 15 años. Es la hora de la búsqueda y la propuesta, de la prueba y la reconsideración, renunciando a posturas privilegiadas que cieguen ante la desgracia ajena.

Puede que generalmente pensemos, cuando hablamos de patrimonios, a monumentos del pasado de valor incuestionable para la humanidad. Pero puede que en este momento el mejor legado para el futuro sea ese espíritu de lucha y resistencia, que debe estar presente en cualquier circunstancia.

Es la hora del Espíritu. Y de la lucidez de espirituales que no renuncien a la razón en nombre de la fe, ni a la fe en nombre de la razón.

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