EL PROCESO DE RECONSTRUIR A OCCIDENTE


"Caminad como hijos de la Luz" (Ef. 5,8)



Asistimos a un momento crucial en la historia de Occidente, independientemente de donde situemos las fronteras de aquello que encierra tal término. Más allá de la crisis (o las crisis), hay necesidad de replantear los fundamentos de la convivencia y, por tanto, de las sociedades. No tiene sentido que las instituciones se mantengan al margen del resto de los ciudadanos, así que o se renuevan o se inventan nuevas, so peligro de desintegración de todos los procesos que fraguaron la formación de las naciones. Así que, cuanto menos, luce muy interesante, con el vértigo propio de lo que son las definiciones trascendentales.

La crisis económica ha puesto al descubierto una crisis de legitimidad política, lo que pone en evidencia a su vez la crisis cultural que algunos han llamado epocal. O sea, mientras se mantuviera en pie el andamiaje de la economía, lo otro podía pasar desapercibido. Como ahora la situación económica y política cuestiona los fundamentos culturales y, por lo tanto, de identidad. Y la identidad tiene que ver mucho con las preguntas “de dónde venimos” y “hacia dónde vamos”. Claro que aquí está en juego la identidad histórico y cultural que, en Occidente, indudablemente ha sido hasta ahora marcada por la tradición cristiana, independientemente que sea católica o protestante. Pero también ha habido una riqueza, con antecedentes históricos, de inmigraciones al punto que ciertas ciudades son realmente cosmopolitas. Mas la crisis actual, aunada a las fuertes oleadas migratorias de países con tradiciones distintas, como la musulmana, hace que, cuando se mira hacia atrás, no todos vean el mismo pasado ni le sean evidentes los mismos valores fundamentales y fundacionales.

Así que hay preguntas que en otras décadas podían haber quedado reservadas para expertos, que hoy, sin la formulación académica, tienen que ver con el rumbo que el ciudadano común considere que debe imprimirle a las sociedades, sin darse el lujo de posponer momentos claves por inercias habituales.

Es claro que urge la participación. Porque el ser humano se encuentra tan imbricado que no se puede zafar como algunos idealismos del siglo XIX pudiesen sugerir. Nadie, o muy pocos, añorarían ambientes casi de ermitaños, entre otras cosas porque no se está preparado para tales, o porque implicaría migraciones hacia los confines de Occidente.

En efecto, en medio de la incertidumbre de la variedad de opiniones sobre lo que constituye al ser humano, lo que no podemos negar es su dimensión social. Prácticamente alcanza el selecto elenco de las pocas evidencias que quedan de pie. Por lo que no puede renunciarse a la palestra de lo público.

Por lo que se debe apuntalar, en primer lugar, la capacidad de reflexión y de duda. De comprensión. No solo la duda sobre la verdad e intenciones de los demás, sino sobre mi propia visión de la verdad. Lo cual permite que haya flexibilidad y no simple tolerancia. Porque en la tolerancia las fronteras del propio modo de vida (modus vivendi) actúan casi de forma hermética y se rozan lo menos posible; en la flexibilidad, en cambio, necesito de alguna forma lo que propone el otro, porque me complementa. Añade algo de lo que careciera si no se me da. E imprime dinamismo donde la tentación es la paralización por aislamiento. Claro que esto, cuando se trata de la organización social, tiene consecuencias y urgencias indiscutibles. Saber por qué luchar es tan importante como la lucha. Saber lo que se quiere conseguir es más importante que manifestaciones de catarsis colectiva.

A lo que se debe añadir el valor de la organización. Lo político no puede reducirse a grupos de presión para hacer que se embarren otros con la elaboración práctica. Hay que sacudirse cierto prurito puritano y entrar de lleno en un campo en el que lo ético no debe ser un añadido ni un encargo para la ejecución de otros. Se traten de viejos partidos o nuevos, de la forma tradicional de hacer política o nueva. Sean organizaciones no gubernamentales o ligadas a los Estados. De forma concreta, es el uso del tiempo libre no solo para el entretenimiento individual, sino para proteger y mejorar el legado para los propios hijos.

Ambos aspectos, el reflexivo y la acción organizada que implica un camino y un transmute en la forma usual de asumir la vida. Como dije, no es defender simplemente los propios intereses o puntos de vista. Debe darse todo un camino hacia “la tierra que te mostraré” (Gn. 12,1), como Dios le dijo a Abraham.




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