LA ENCRUCIJADA DEL MUNDO POR TIERRAS NORTEAMERICANAS



Creo que pocas cosas simbolizan la situación que vive en mundo como el proceso electoral norteamericano. Europa sumida en una crisis profunda con el surgimiento de gigantes como China de cuestionable sistema político; con un Brasil pujante que no delimita con claridad sus relaciones de realpolitik  con países como Venezuela; economías emergentes que han mostrado solvencia, pero de tenue peso internacional y de culturas y tradiciones distintísimas a las occidentales. Ahí está la referencia al llamado Gigante del norte, referencia para algunos de todo lo abominable, para otros de todo lo imitable.

Estados Unidos simboliza muy bien toda una trayectoria, con aspectos sin duda muy gloriosos, pero que muestra síntomas de agotamiento. Claro que el reto debe ser reinventarse en fidelidad con sus tradiciones o su historia, no necesariamente en el sentido continuista o repetitivo. De hecho, la parte crítica (y de crítica interna) es fundamental. Todo un modelo que busca renovarse.

No es fácil sintetizar el sentido de prosperidad que ha cultivado el pueblo norteamericano: de los felices años veinte, pasando por el American Way of Life, a la desilusión de Vietnam y Corea, la contracultura, protesta, la droga, el consumismo, el hastío y hasta cierta apatía acicalada con solvencia monetaria y en ocasiones con frívolo entretenimiento. Actualmente, se entrecruza la preocupación ecológica, las diversas ideologías con cuestiones tan controversiales como las de género, el uso de tecnologías reproductivas de forma puramente empresarial, la libertad de experimentación sin mayor freno, con un largo etcétera.

Cuando se recuerdan otras elecciones, en lo que se puede ver desde esta parte del mundo, la confrontación entre los candidatos demócratas y republicanos estuvo centrado en la forma de enfrentar cuestiones que ambos identificaban como problemáticas. Pudiese ser la lucha contra el comunismo, la guerra de Vietnam, los contra de Nicaragua o la revolución islámica de Irán, o la manera de enfrentar la economía y los impuestos o los escándalos como el Water Gate. Pero en este momento se presenta otro tipo de coyuntura.

Por presentarlo de manera breve para entender el giro de que se trata, Occidente cedería su influencia ante otras latitudes, cosa inverosímil en el último medio milenio. Pero esta situación no tiene que ver simplemente con el surgimiento de otras potencias, sino con cierto agotamiento, como dijimos. Como las próximas generaciones norteamericanas, con un componente hispano bien importante, enfrente el reto de renovar la sociedad: la pregunta por lo económico y la posibilidad de progreso dice de esto. Pero el modelo industrial y altamente contaminante no puede repetirse mecánicamente. La pregunta por la ética y el respeto por las minorías, con el ideal de respeto por las libertades individuales queda en el aire.

El candidato demócrata, actual Presidente, llegó a la Casa Blanca abanderando la esperanza de millones de sus conciudadanos. Para el resto del mundo, con él se podía concluir la invasión a Irak, pudiese ser el retiro de Afganistán y el cierre de Guantánamo. Pero dentro de las maniobras internas para esquivar los obstáculos que ponían los republicanos, se consiguió canalizar la cuestión económica; otro tanto podría decirse del sistema de salud, escandaloso para quienes habitamos en otros países. Sin embargo la postura liberal en la que apoya e impulsa programas pro-abortistas, la agenda gay, la experimentación con embriones congelados, células madres o por el estilo, como si fuese el lícito uso de la libertad de opinión donde cada quien no se meto con las opciones de los demás, enredan la parte ética, de sentido de lo real y de los valores objetivos. Hace que se cuestione que tan promisorio y deseable sea el porvenir por este camino.

Pero lo que se consigue saber desde el exterior del candidato republicano, lo que refleja es una ausencia de ideas y liderazgo. Es decir, ante temas tan delicados como los indicados, no se consigue a quien dirigir la mirada. Se evoca, según parece, que en nombre de los valores tradicionales, como la religión y la familia, hay que volver al modelo anterior, a lo que forma parte del genuino espíritu norteamericano, y no esta peligrosa invención, según ellos, de Obama. Hacerlo representaría conseguir la felicidad perdida.

Lo dramático de todo es la disparidad entre los candidatos y sus ofertas, de lenguaje totalmente distinto, porque hablan desde mundos distintos y para mundos distintos, en tiempos distintos. Se tocan para contrastarse en la carrera de conquistar el voto. Pero tiene un olor a rancio que recuerda al vaivén vivido en la Francia decinónica, entre quienes impulsaban monarquías liberales o una vuelta a absolutismos pre-revolucionarios.

Así que no lo tienen nada fácil los votantes. Las razones por las que se debe de dejar de apoyar a Obama no consiguen contrarrestar en la balanza a las razones por las que no hay que votar por Romney. Creo que los republicanos todavía no consiguen un interlocutor adecuado para los actuales momentos, y los demócratas agitan la bandera del liberalismo a ultranza más por las matemáticas de los votos que por consideraciones profundas. Lo que en América Latina se ha llamado el populismo.

Muchas cosas están en juego.

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