LAS PREGUNTAS SOBRE LO HUMANO
Cuando se llega a cierta edad, se cuenta con la evidencia sobre las modas que ha habido en todas las épocas, no solo en cuanto a ropa, intereses, utensilios o arte, sino en cuanto a pensamiento. Si a esto se agrega el que haya acumulado cierta información lo suficientemente organizada, el panorama aumenta. Tiene que ver, lo que pretendo tratar, con la advertencia que se hace sobre las ideologías.
Sin pretender ser exhaustivo pero sí queriendo ser práctico,
no es mi intención pasearme por los distintos puntos de vista sobre la
ideología, ni sobre su legitimidad en algunos casos, ni sobre impertinencia en
otros. Habría solo que admitir que, ante la variedad e inseguridad de las
opiniones humanas, cada quien se fabrica su conglomerado de explicaciones. Los
más agudos percibirán intereses de fondo, más o menos escondidos. Otros verán
en ello una justificación de la organización económica de una sociedad. O
reflejo del subconsciente. Y así por el estilo.
El mismísimo papa Benedicto XVI advierte, en relación con la
teología, sobre este riesgo. Pero lo que pretendo, de manera lejana a lo
académico, es simplemente abordarlo en relación con una pregunta simple, se
formule o no: ¿qué es el ser humano?
Inconscientemente todo ser humano responde, con su vida, a
esta pregunta, aunque lo haga a modo de traición. Se deje guiar por la opinión
común o por una particular, lo piense mucho o lo piense poco, la vida se va en
responder a esta cuestión.
Así hay quien ve en el hombre, al menos en cuanto a su valía,
que vale en cuanto consume, y se realiza consumiendo. El que así lo crea
dedicará tiempo y esfuerzo para aplicarse al consumismo de la mejor manera
posible.
Otros lo ven como un ser para el placer, que varía desde el
gusto por una buena comida hasta lo más libidinoso. Y no siempre pregunta sobre
si la moderación o la fidelidad tendrán importancia, a la hora de pescar la
oportunidad de experimentar alguna nueva, prometedora y embriagante sensación.
No queda atrás el hombre para el trabajo, propio de ciertas
épocas y sociedades, justificativo para el “fast food”, las carreras, el estrés
y los infartos. La versión occidental, parece, de colectivismo de otro tipo,
con aromas de guerra fría y reconstrucciones.
Y podríamos ampliar el elenco.
Al final la pregunta puede resonar con las palabras del salmo
8: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? ¿el ser humano para darle
poder?” Y el problema no es buscar una respuesta hermosamente formulada, o con
sarcasmo, ironía y buen humor. No se contesta con una investigación
bibliográfica o de hemeroteca. La respuesta habría que buscarla en la vida. En
la forma como se experimenta la vida.
Claro que sería un disparate probar todo que la gente puede
ofrecer como salvación o sentido de la vida. No solo no tendríamos tiempo
suficiente en todos nuestros años, sino podría rayar en cuestiones tan bizarras
que nos acercarían a la demencia… o podrían a prueba nuestra salud mental. Y
sería una lamentable pérdida de tiempo.
Una primera indicación consistiría en tener coraje para
conocernos: lo que es la capacidad de introspección. Sin desviarnos ni muy a la
derecha ni muy a la izquierda (no me refiero a la política), ya tenemos un
campo vastísimo que es el propio conocimiento. Incursionamos sin intención en
una buena cantidad de errores, a los que se puede añadir las búsquedas
legítimas que intentan dotar de dirección a la vida. Así que el propio
conocimiento, sin escandalizarnos mucho de lo que podamos descubrir, aún sin
coleccionar aventuras de distinto género, ya es una posibilidad. Y nada
aburrida.
Lo otro es la experiencia de los demás. Dicen los sabios
bíblicos, como Qohelet (Eclesiastés), que se dispuso a examinarlo todo. Los
otros son fuente para indagar el sentido de la vida y, por lo tanto, qué
diantre es el ser humano y la vida.
Esos otros podrán ser amigos y conocidos, aunque también
escritores y hasta puestas en escenas. Ver, indagar, reflexionar… buen método
para no dejarnos llevar por las corrientes de opinión, que tienen suficientes méritos
como para ser sospechosas de pretender manipular.
El recorrido quedaría truncado si, en esta línea, no
dijéramos que la experiencia espiritual (llámese religiosa, si se quiere), es
válida en este camino también. Solo con la advertencia que no se trata de
memorizar preceptos ni cumplir una serie de reglas, por valiosas que sean, o de
la prohibición de mirar hacia los lados o indagar lo que con honestidad hacen
personas distintas a nosotros. Es experimentar la fe, que está tanto en el más
allá como en el más acá, que me conduce a la interiorización, a apropiarme de
la fe que señala, por ejemplo, por medio de una intervención magisterial del
Papa, pero que debe movilizarme internamente.
Me atrevería a predecir que, una vez avanzados en este
camino, podríamos estar de acuerdo con lo hermosa y variadas que son las
culturas, asimismo como con que no toda la realidad humana es cultural. Que así
como el exceso de afirmaciones categóricas es paralizante y nada convincente,
tampoco una gama que alcance una disparidad que raye en la contradicción lo es.
Podemos pensar en aspectos tan sencillos como el mentir,
matar o robar. Pero pudiésemos avanzar en otros como los excesos, el
tabaquismo, el alcoholismo, las adicciones o drogadicción. Tenemos la
expectativa que los derechos humanos, en cualquier situación y rincón del mundo
deben ser respetados. La igual dignidad entre las razas, pese a la ventaja de
algunas en el campo del atletismo, por ejemplo. El respeto por los pueblos. Los
derechos de la mujer y la repugnancia ante abusos y violaciones o asuntos como
la lapidación de las adúlteras o la ablación de genitales. La tolerancia por
las diferencias y el respeto por las minorías. La consideración hacia discapacitados y personas especiales. La
atención por los animales y la ecología en general.
Claro que algunas fronteras no están tan precisas. Otros
pretenden correrlas (como quienes quisieran legitimar la zoofilia y pedofilia).
Hay quienes enarbolando la bandera de los derechos y la diversidad busca el
reconocimiento de facetas que no tienen nada que ver con discriminaciones
retrógradas… O se olvidan que el ser humano es capaz de los sublime, pero
también de lo patológico.
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