LOS GRITOS DEL SILENCIO



Como está lloviendo me puedo dedicar a unos mis quehaceres más queridos, junto con el leer y compartir lo leído, además de mis deberes habituales: el escribir. Ciertamente que es tarde. Y yo sentado frente a esta Remington del siglo XXI que me recuerda a esas imágenes de escritores consagrados tecleando sencillas máquinas mecánicas en cualquier lugar, en un rito casi mágico que se escapa a los linderos del tiempo. Me ha tocado trabajo manual en varias reparaciones que suelen ser bastante irreverentes con los horarios. Pero la lluvia, puesto que esta requiere cierta exposición, me la ha pospuesto para mañana.



Y pensaba, entonces, en un sacramento tan devaluado como la Reconciliación, conocido por muchos como Confesión. Y no centraba tanto mi atención en el ministro como en el penitente, y la llamada crisis que se vive. Todo lo que allí se vive debe ser un acto de Misericordia, signo de la Misericordia, porque no solo Dios tiene misericordia sino es Misericordia y Misericordioso. Se complace en revelarse como tal.



Además de haber decaído la costumbre de confesarse, los momentos se han reducido con la “coletilla” de no extenderse mucho e ir a lo concreto para darle chance a los demás. Más el sacramento debe tener signos evidentes, claros e inteligibles, en lo exterior, además de una adecuación interior que, para que sea espiritual, debe ser teologal: desde la fe, la esperanza y el amor, tanto del Ministro como del penitente. Y eso no puede hacerse a la “carrerita”, si pretende ser un encuentro con Jesús. Claro que hay diversas necesidades, pero lo habitual será encontrarse con personas que reconocen no confesarse desde hace mucho tiempo. Y con perdón de la comparación, puede que algo anacrónica ya que se trata del siglo XIX, pero a Charles De Foucault, cuando se convirtió, se acercó al sacerdote que estaba haciendo guardia en el confesionario y estuvo horas…



Es cierto que vivimos desde la premura de los tiempos… Pero esa premura está quemando auténticos procesos espirituales y estamos delegando en los psicólogos diálogos que deben ser existenciales, más que de psicoterapia, que debe sus aportes y consistencia al método científico.



La psicoterapia tiene su lugar y, si el profesional es creyente o cuenta con la preparación adecuada y respeto, no solo es recomendable sino hasta necesario. Pero el carácter existencial del diálogo espiritual, sea en la dirección o acompañamiento espiritual, sea en el sacramento de la Reconciliación, es ineludible para quien comprometa su vida a seguir a Jesús: porque supone la referencia de fe, la base humana con referencias a la psicología, al camino existencial que implica decisiones morales.



Así que mi primera recomendación es escuchar. Existe necesidad de escuchar. Se han vaciado los confesionarios (o sala de reconciliación o el espacio que sea), y se ha cambiado por la tertulia insignificante, baladí y ocasional, cuando no por la funcionalidad de la terapia. Y se pierde de vista los “gritos del silencio”. Estos se relegan a la lejanía para Occidente de The Killing Fields (película de 1984, que en español se comercializó como Los gritos del silencio, en la que se narra el escape de un reportero nativo de Camboya, con una crudeza meritoria en relación con la problemática humana de los campos de trabajos forzados).



Porque detrás de todo lo que hay es eso: gritos del silencio que nadie oye, pero que surgen de lo más profundo. Personas que se sienten quebradas en el propio centro de sus existencia, que necesitan dejar salir eso que les embarga como un clamor, que los dobla en su vergüenza y necesitan no solo el perdón de Dios, sino el sentirse escuchados… por Dios.



El perdón de Dios es un alivio real con efectos reparadores, pero para muchos hay consecuencias que deberán cargar toda la vida como sufrimiento purificador (cuando no un segmento de la eternidad en lo que se llama el purgatorio): una vida deshecha, un matrimonio arruinado, infancias marcadas de traumas, tiempo perdido, caminos tristemente desviados, existencias moralmente íntegras lesionadas mortalmente…



Realmente hay que escuchar los “gritos del silencio”. De lo contrario el “ego” sacerdotal hará una exhibición del catecismo que tiene muy poco que ver con el encuentro de Jesús con los pecadores…



Y se trata de reconciliar. Y de formar “santos”, aunque lo sean anónimos. Que carguen con la cruz de existencias cruzadas…



Urge.

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