LA PUREZA DEL CORAZÓN
Son 23 versículos los
que componen el pasaje del evangelio de Marcos (Mc. 7,1-23). Lo cual constituye una rareza,
pues fuera de la narración de la Pasión, los evangelistas son bastante rápidos
en las otras. Más tratándose de este encuentro fortuito con los fariseos, es
decir, ni siquiera es una parábola. Para referirnos en concreto a este trozo
del Evangelio, está entre los más largos: la parábola del sembrador son 20 versículos,
incluida la explicación (cf. Mc. 4,1-20), el endemoniado de Gerasa son 20
versículos (cf. Mc. 5,1-20). Sólo el de la hemorroisa y resurrección del hijo
de Jairo son 23 (cf. Mc. 5,21-43), aunque son 2 narraciones entrelazadas.
Además que no conlleva mucha acción. Es decir, Marcos se
detiene en una descripción bastante pulida para que entiendan sus lectores,
ciertamente no semitas y probablemente romanos, según la tradición. Y Jesús
también les explica aparte a los discípulos lo que está diciendo, lo que ocurre
también con la parábola del Sembrador (cf. Mc. 4,13-20) y con la advertencia
sobre la levadura de los fariseos (cf. Mc. 8,14-21).
O sea que no es un pasaje nada despreciable. Y si se tiene en
cuenta que los evangelistas resaltan ciertos eventos buscando la instrucción de
las primeras comunidades (o las comunidades buscando tener por escrito la común
fe en Jesucristo), se debe leer y meditar con particular atención.
El contexto es el de las tradiciones fariseas, de tan mala
prensa. El lector occidental piensa en una gente obsesionada por las
prescripciones ritualistas, cosa que el olfato de un profesional de la conducta
relacionaría con neurosis.
Pero los fariseos, con sus defectos, eran personas
bienintencionadas y devotas. Para comprenderlos hay que retroceder a la manera
como interpretó la tradición judía las causas del exilio en Babilonia, en el
siglo VI a.C., y el impacto que tuvo la rebelión de los Macabeos, a mediados
del siglo II a.C.
La catástrofe nacional por la que se perdió la dinastía
davídica, el reino de Judá, se vio, a partir de los profetas, como consecuencia
de la infidelidad del pueblo. Infidelidad que implica una mezcla de
sincretismo, idolatría y ritualismo sin compromiso moral y menos espiritual.
Por tal razón, una vez que vuelven del exilio, el pueblo busca afianzarse en la
fidelidad religiosa en una espiritualidad centrada en el Templo.
Así pues, cuando Antíoco Epifanes profana el Templo de
Jerusalén y se produce la rebelión macabea, pertenecientes a familia
sacerdotales, la reacción es la opuesta a la frialdad que llevó a la catástrofe
del exilio. Cosa que se vio reforzada con el éxito consecuente.
El ambiente en que vivió Jesús, fuera de grupos como los de
Juan Bautista y los esenios, estaba centrada en la observancia religiosa
relacionada con el culto y el Templo. El celo farisaico, junto con las escuelas
rabínicas, buscaban ser bien meticulosas con la llamada pureza ritual que,
aunque debía obligar solo a los sacerdotes, los fariseos la vivían de manera
ampliada. Y ese celo, que se acompañaba también de oración, ayuno y limosna,
buscaba precipitar el día del Señor, en el que los gentiles serían expulsados
de la tierra sagrada de Israel.
Entre las costumbres para guardar la pureza ritual estaban
las abluciones en diversos momentos del día. Infringir su observancia
conllevaba la segregación de la comunidad de Israel, hasta que no se cumpliera
con los ritos de purificación.
Así que los discípulos de Jesús debía ser un grupo que
escandalizaba, por estos motivos. Debían ser segregados o al menos no ser
tomados en cuenta entre los celosos de la Ley. Y es que la forma particular en
que Jesús se comportaba con ellos y observaban el sábado, el ayuno y estas
cuestiones relativas a la pureza, los hacía gente de poco fiar.
Y así se lo hacen saber a Jesús, quien les responde
llanamente presentando la prioridad de la pureza interior y relativizando y
desechando la meticulosidad farisea: lo hace impuro al hombre es lo que viene
de adentro, porque en su corazón se fragua la mentira, los adulterios, robos,
asesinatos…
¿Qué dice este fragmento del Evangelio a los cristianos de
hoy en día?
Comprendemos el contexto y el sentido de las palabras de
Jesús, pero eso no basta. Hay que descubrir la vigencia de esas palabras.
Es lógico que cada confesión cristiana las interprete a
partir de su propia tradición y vivencia. Ese es un primer criterio que puede
abrir o cerrar una acertada interpretación, pero que debe ser tomada en cuenta
de manera crítica. Como soy católico voy a intentar un acercamiento al texto a
partir de mi propia Tradición, sin por ello ignorar la de otras iglesias. Más
bien por honestidad, ya que las otras no me resultan tan familiares y merecen
el debido respeto.
El concilio Vaticano II marcó un punto de inflexión
trascendental. No solo se recuperó un sentido de la Biblia, la Liturgia y la
Tradición (la de los primeros siglos) que no se tomaba en cuenta, sino que
cambió la misma manera de dar y presentar la catequesis y la vivencia
cristiana. Ya no es aprender memorizando sin comprender y practicar
repetidamente bajo la amenaza del pecado y la condenación.
Pero, sin embargo, la manera repetitiva de vivir la
espiritualidad y la liturgia afectaba hasta a aquellos que se consagraban en
alguna Orden o Congregación. Se consideraba que en ello, la observancia
escrupulosa se hallaba la perfección. Después del Vaticano II todo esto entra
en crisis. Y, erradamente en mi opinión, puede aplicársele el presente
Evangelio, como si Jesús estuviese con el post-concilio y pusiera al
descubierto la hipocresía de la situación preconciliar.
Por otra parte, aunque también en el hinduismo hubo reacción
en un tiempo contra un ritualismo sánscrito, lo cierto que cualquier
espiritualidad medianamente seria propone rutinas o ritmos de oración y otras
acciones que la persona debe cumplir. Podrán ser más o menos meticulosos, pero
pedagógicamente válidos, por lo tanto,
mistagógicos. De oración espontánea a salmos o rosarios o jaculatorias que
recuerden diferencialmente a los mantras hindúes.
Y si nos referimos a la Liturgia católica (podría ser también
la oriental), las rúbricas que deben cumplirse, sin ser una coraza como se
percibían las de antaño, tienen el sentido de proteger lo importante. No solo
para defender de originalidades personalistas y hacer ver que es una
celebración de la comunidad eclesial, que no depende de voluntades privadas. No
solo para testimoniar la trasmisión histórica de ciertos gestos para dicha fe.
Sino para salvaguardar ciertos valores.
Por referirnos a algo concreto, la
Eucaristía (la misa) no es un ritual absurdo que la gente tiene que soportar de
principio a fin. Es el momento en que la comunidad revive la Última Cena y las
palabras que anuncian con estupor: “esto es mi Cuerpo”, “esta es mi Sangre”. No
sobrecogerse es restarle importancia a ese hecho y ser analfabetos para, desde
la palabra, ver lo que acontece más allá de los símbolos.
En el caso del bautismo, no es
simplemente agua que roza la piel del bautizando: es inmersión en la muerte de
Cristo y emersión a la vida nueva de la Resurrección, como dice Rm 6.
Igualmente, o se cree y se toma en serio o no se cree.
Los ejemplos pudieran multiplicarse
¿cómo queda el pasaje de Marcos ante la praxis de la comunidad cristiana?
Que se debe apuntar a la profundidad
de los gestos y acontecimientos, sin despreciar lo que se ve pero sin olvidar
lo que no se ve, poniendo el corazón, desde el amor que purifica, en sintonía
con el Misterio.
Ningún gesto ni misterio cristiano
puede vivirse sin comprometer la pureza del corazón. Todo gesto que en sí mismo
no apunte a la pureza del corazón (corazón como centro de las opciones de la
persona) aparece como desechable.
La atención a lo interior es
fundamental, a Cristo presente como Maestro o como Libro vivo, según expresión
de santa Teresa. La atención de purificar pecado, rastros de pecado y
sentimientos que, no siendo pecaminosos en sí, sin embargo es un contrapeso que
traba el impulso por fusionarse en el Amor divino.
Lo decía santa Teresa: “De devociones
a bovas (bobas), líbranos, Señor”.
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