AÑO DE LA FE, CUESTIONES DE FE



Vivimos en el ámbito celebrativo del año de la Fe. Dista mucho de ser un saludo a la bandera. No es exagerado afirmarr que en la Fe nos lo jugamos todo, y mas ante el retroceso en el número de creyentes.

Ya después del concilio Vaticano II teólogos de la talla de Karl Rahner entreveían que el cristianismo sería posible únicamente desde la experiencia de Dios y como algo privilegio de minorías: “el cristiano del mañana o será místico o no será cristiano”. Sin embargo, otro de los teólogos del Vaticano II, en los años postconciliares, fustigaba a no perder lo propio del cristianismo en una propuesta que siguiese abarcando a la multitud de creyentes, por lo tanto evangelizar la cultura, y a no retroceder ante el avance de una cultura secularista.

Cincuenta años después de la apertura del concilio el panorama no es para nada prometedor. Porque se ha dado retroceso en el cristianismo, pero no ante el ateísmo y agnosticismo, es decir, ante el escepticismo racionalista. El retroceso ha ocurrido ante la incursión de religiones orientales, de cultos de nueva era y el avance del islamismo en Occidente. Ante propuestas de espiritualidades y técnicas de diverso color, que prometen un  encuentro pacificador consigo mismo o con potencialidades escondidas e ignoradas. Y no es que haya ocurrido un alejamiento del Dios cristiano manteniendo la coincidencia sobre una visión compartida de lo que constituye el ser humano. El alejamiento de Dios es simultáneo con la deformación del rostro de lo humano y la conflictualización en las relaciones humanas y sociedades. Hasta en los llamados países desarrollados, que pasan por la crisis del sistema financiero, se hiperinflaciona el rol del Estado en contra de la realidad personal y la legítima protesta, sin la necesaria coincidencia en puntos básicos que permitan comunicación, diálogo, acuerdos y elaboración de estrategias comprendidas y compartidas.

Por tal razón la Iglesia debe rencontrar su garra misionera: no puede contentarse con ser espectador de los procesos que sacuden a la humanidad. Pero el papel de la Iglesia es de anunciar y proponer la Buena Noticia de Jesucristo con la temeridad del testigo, descendiendo incluso a las experiencias infrahumanas que nos agobian. Nunca imponer y menos controlar. De ahí la necesidad de redescubrir la riqueza de la Fe.

Habría que afirmar que la fe, para ser cristiana, siempre es una fe con contenido, no hueca, porque la Fe cristiana es relación y surge del encuentro con Jesús, por quien accedemos a la Trinidad. La causa y fuente de ella es la santísima Trinidad, y permanece viva si se mantiene la comunión con la Trinidad. Nunca es una adquisición humana y definitiva. Perdura desde la conciencia de ser un don que puede atrofiarse sino se cultiva con la oración y actitudes teologales (además de la fe, lo que es la esperanza y el amor), que incluye la oración y el culto pero también la fraternidad y el servicio. La Fe siempre es esperanzada y activamente amorosa, con la conciencia de haber sido amados primeros. La auténtica Fe delata la presencia graciosa (o sea, gratuita) de Dios en la persona del auténtico creyente: su autocomunicación.

Lo propio de la Fe cristiana, que pretende celebrarse en este año de gracia con un dinamismo enriquecedor, es que no se trata simplemente de una actitud, sino una actitud (habitus) con contenido, origen y destino divino, con razones de esperanza: se cree la realidad de Dios, se cree a Dios y se cree en Dios, parafraseando a san Agustín. La Fe es para el creyente lo que el agua para el pez.

Lejos está la Fe en ser una actitud de ingenuo optimismo, que no es consciente del riesgo de la cruz y el pecado, que no asume las consecuencias espirituales o morales que conlleva. No es tampoco un escape supersticioso que recubre inseguridades sospechosas o compensa carencias y fracasos, como señalaba Nietzsche. Tampoco es un abandono en lo absurdo, en la nada, o un arrojarse en le vacío. Y menos puede ser fe esa degradación que atribuye efectos mágicos paliativos a cualquier potinje o comportamiento absurdo, como si se tratase de cuestiones afines a medicina alternativa, cubriéndola con un manto que pone en suspenso el uso del sentido común.

Es importante que le mundo crea. Pero es más importante que el creyente sepa en lo que es realmente creer, para que no corra en vano.


Comentarios

Entradas populares