CUESTIÓN DE LENGUAJE
Venezuela se
divide en dos porciones prácticamente iguales. Mucho se plantea el tema del
diálogo y la reconciliación. La tarea luce titánica: porque es cuestión de
lenguaje…
La oposición
tiene un grupo aparentemente más homogéneo. Puede que tenga que ver con los
acuerdos que posibilitaron la MUD. Pero también con la coincidencia en las
reglas de juego que deben regir: la Constitución.
Igualmente
manejan un lenguaje, sino común, sí comprensible, a la hora de los diagnósticos
y pronósticos. Por decirlo con brevedad, encuestas y estadísticas en cuestiones
no electorales tienen lecturas e interpretaciones cercanas. Y si hay
disparidad, esa disparidad es comprensible verbalmente, aunque no se compartan
posiciones.
Creo que en
la acera oficialista, concretamente la chavista, el lenguaje es bien distinto.
Los códigos semánticos, cosmovisiones, presupuestos… los a priori mismos. El
lenguaje tiende a ser cerrado, emotivo, propio de las sectas, con la impronta
esotérica que se le ha querido dar al marxismo, para mantenerlo en el
respiradero del siglo XXI. No es que Marx no sea un pensador interesante,
siempre y cuando lo ubiquemos en la segunda Revolución industrial del siglo
XIX. Pero para no decir que ni lo entienden, le endilgan el aura propio de una
sesión de espiritismo (me refiero a los que dicen que saben lo que dicen).
Vuelvo y
repito: se le ha endilgado a Marx un poder sobrenatural, propio de la religión
y muy lejano a su materialismo histórico y menos el dialéctico. El lenguaje de
las sectas es cerrado, comprensible para los iniciados. Las organizaciones son
herméticas, sin ánimo de refrescarse con otras opiniones. No en balde filósofos
como Ernest Bloch, inspirador de la filosofía de la esperanza y de las
teologías políticas y liberacionistas, fue un heterodoxo execrado del partido
comunista. Roger Garaudy otro tanto. Así que cobran y se dan el vuelto.
Aun cuando
hay personalidades del oficialismo que no hacen gala de su cultura general
(¡ojo que también en la oposición!), hay los que saben donde le aprieta el
juanete: los sumos sacerdotes del culto al emperador saben que los ídolos son
de arcilla.
Me parece,
sin embargo, que convencer a los líderes es tarea fracasada: no están
interesados. Tienen sus propias preocupaciones, mucho más exclusivas que darle
solución a los problemas del resto de los mortales. Los políticos de profesión
puede que comenzaran por vocación. Solo que lo cotidiano de su tren de vida les
obliga a asegurar su puesto de trabajo. Sigue siendo un error exigirles la
santidad del anacoreta a padres y madres de familia que el pan se les puede
evaporar entre las manos. Y la inestabilidad del sistema (piénsese en la
catajarra de constituciones que ha tenido Venezuela) hace que se cumpla menos
con el trabajo habitual de cualquier político para entonces asumir la pose de
héroes.
Pero la
disparidad del lenguaje no se encuentra tanto entre fautores de los cultos
imperiales, ni los de antes ni los de ahora. La disparidad del lenguaje tiene
proporciones abismales cuando nos referimos a la base.
La oposición
tiene una buena porción de clase media, que maneja una visión y lenguaje
parecido, inclusive resultado de la educación. Pero no así en las bases del
chavismo, de estrato popular.
Conviene
hacer una simple remembranza: luego de la Venezuela saudí del primer gobierno de
CAP sobreviene, como si rompiera una pompa de jabón en el aire, el viernes
negro cuando Luis Herrera Campins. Fuera de las acusaciones de despilfarro y
corrupción, ninguna otra explicación se difunde entre la gente de pueblo. Mientras
las clases adineradas ponen a salvo sus cuentas (cosa obvia si no querían verlas
volatizarse en Venezuela), la clase media se adapta como para no perder su
modus vivendi. Y en este correr para cada quien velar por sus propios
intereses, nadie repara en las clases populares. La cohesión social luce
ilusoria. Y lo que podía esperarse como cosa pasajera, la fractura se asienta
en el tiempo… sin explicación alguna.
Al pasar
lustro y medio la situación camina maquillada. Corren los años de Jaime
Lusinchi. Las clases adineradas y medias se desenvuelven cada una a su aire,
suponiendo ellas que las clases populares estaban resignadas a la situación de
entonces sin los recuerdos de otros bienestares. De nuevo, la necesaria
solidaridad no aparecía y para las nuevas generaciones acomodadas las cosas
simplemente son así. Los obreros gozaban de estabilidad, el pequeño comercio
también pero otros viven del rebusque y del día a día.
El colmo de
la traición y el olvido ocurre cuando la política se transformó en una
profesión indecente, y las personas de bien de los estratos medios y altos se
lo delegan a los incapaces y vividores. El crudo realismo, parecía pensarse,
del olvido para unos y la resignación para los otros.
Pero no se
trata de vivir en los ambientes fúnebres del ultramundo lo que el ser humano no
acepta: lo que no acepta es a vivir sin una explicación, sin clave de
interpretación, sin un por qué se llegó hasta allí. La incomprensión es letal,
porque se necesita comprender para tomar decisiones y se asumir actitudes. La
confusión metal es atroz, a escasos pasos de la demencia. Se siente que una
parte del cerebro queda amputado, exactamente aquella que le ha permitido
sobrevivir a catástrofes, guerras mundiales… inclusive a las bestias
primitivas. Las clases populares no tenían explicación alguna ni nadie se las
dio, fuera de algunas vergonzosas intervenciones de personajes de la televisión
después del caracazo, para sembrar más culpa que reflexión. Fuera de esto las cosas
se dejaron así porque, para muchos, vivimos en un submundo que se llama
Venezuela.
Con el
comandante se rompe la formación de la resignación. No defiendo intereses
altruistas y humanitarios que dudo que haya poseído. Aludo a lo que la gente
interpretó de aquel gesto de Febrero de 1992. Lo curioso que este pueblo tan
desmemoriado para algunas cosas, así como no se olvidó de la bonanza que
hablaban los abuelos, tampoco se olvidó, en 7 años, de la “hazaña” del
comandante (aunque algunos consideren que la hazaña se limitase a la rendición
ante la amenaza de ser bombardeado en el Museo Militar).
Lo que no
hizo nadie lo hizo el comandante de manera simplista: el silencio y la
complicidad de las clases acomodadas ante lo que se entendía por una corrupción,
que consideraba al pueblo carne de cañón, lo explica aludiendo al problema
secular de la lucha de clases, la expoliación y la complicidad de los sectores
acomodados con la intrusión del imperio en el suelo patrio. Hizo uso del
imaginario popular, de los mitos fundacionales puestos a rodar por Guzmán
Blanco y la versión de cátedra de historia de Venezuela, que se da en Educación
básica y media y es sesgada, mediocre y aburrida, que exalta el rol militar y
su misión redentora.
Paulatinamente,
en la medida en que se ha ido polarizando el país, se echó mano del simplismo
del marxismo para explicar los males de la humanidad. Todo esto, claro está,
con una carga emocional más que dialéctica, al mejor estilo de la relación de Mao
Tse Tung con sus campesinos.
Quizás Hollywood
hizo el resto, con sus películas en blanco y negro de buenos y villanos: si nosotros
somos los buenos, quienes se oponen son los villanos. En efecto, el éxito de la
versión comercial del marxismo, esa que consume todo público, es que hace que
la interpretación entre explotadores y explotados explique hasta el tuétano de
los huesos. De un lado los apátricas, los burgueses, los imperialistas… del
otro los patriotas, los héroes,, los bolivarianos. Una visión que se amolda muy
bien a la forma diferenciada de ver las cosas en Occidente, sin que aparezca la
necesaria síntesis, para no alejarnos del lenguaje ni de Marx ni de Hegel, ni
la unión de contrarios de las culturas orientales.
Si a esto se
añade la dinámica sectaria de “solo nos escuchamos entre nosotros”, el caldo de
cultivo lo tenemos preparado. El éxito de los fundamentalismos radica en que la
comunidad de salvados tiene la verdad y que la justifica con razones solo
comprensibles para los elegidos. Todo lo de afuera es tentación del maligno…
perdón, del capital, más si debilita el esquema de comprensión de la realidad.
Ante esta
situación el candidato Capriles reaccionó explicando, razonando y argumentando
hasta el absurdo las contradicciones de la propuesta gubernamental. Mucha gente
lo escuchó. Su semilla no cayó en suelo estéril, independientemente de los
resultados electorales.
Pero ¿cuál es
el público inmediato que compra estas ideas de trasnocho revolucionario?
Principalmente el que no entiende que la ideología enceguece y es, como lo
plantea Ludovico Silva y otros teóricos, digna de sospecha. Porque es interesada,
tanto de allá como de acá, y oculta más que descubre. La sospecha siempre se
pregunta por lo que oculta, para examinarlo en total desnudez y con intrépita curiosidad.
Son los
destinatarios del mensaje aquella gente desinteresada, ganada para el proceso,
que brinda sus fuerzas para que éste avance… o que simplemente se deja utilizar
por los líderes.
El chavismo
duro y esos cuadros medios movilizaron millón y medio de electores a última
hora. Ellos saben que se utilizaron inescrupulosamente recursos del Estado en
función de un solo hombre, que ellos creen que es el salvador de la patria.
Necesitan razones para justificar la arbitrariedad.
En efecto ¿cómo
justificar la fragancia en la utilización de personal y dineros públicos, sino
estuviese desarrollándose la versión mundana del Armagedón? Ante la
apocalíptica visión de la historia, un golpe de audacia de este tipo estaba más
que justificado: ¿no estaban dispuestos los colectivos a defender la Revolución
bajo cualquier costo, si los resultados hubiesen sido adversos? ¿los colectivos
y quiénes más? ¿la Ley de desarme es para proteger a la población del crimen, o
para desarmar a una imaginaria oposición que decida el camino cruento? ¿o para
que la delincuencia le haga doblar la cerviz a la clase media que no puede
emigrar, si sigue con sus pretensiones de combate de pacífica arrogancia?
Así, por lo
tanto, todo se entiende y explica desde la sola lucha de clases: en la vida no
existe razones religiosas, culturales, sociológicas, antropológicas,
psicológicas, psiquiátricas, ideológicas, políticas, económicas, intelectuales,
filosóficas, históricas o de simple amor que muevan a las personas, sino los
intereses de clase, la lucha y las contradicciones explican desde el subconsciente
hasta la historia de las sociedades y la biología. Todo se mueve hacia la mutua
eliminación en aras de la sociedad perfecta, puerto común de llegada de los
fascismos, comunismos y demás radicalismos.
Conectarse
para dialogar con las bases dando claves de comprensión distintas y mejores es
una tarea que no se puede postergar. Pero hay que tener en cuenta que también
las clases medias (y altas), incluyendo los cuadros políticos, tienen que ver
más allá de las palabras para comprender el drama a que han estado expuestas
las gentes. El aprendizaje es mutuo. Y exige de mucha racionalidad, además de
actos de contrición, para que se parta de fundamentos mutuamente reconocidos.
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