Después de las elecciones...SACANDO CUENTAS… DE CONCIENCIA



Soy de los que vivió la frustración de verse defraudado por los resultados de las elecciones venezolanas del domingo. No se trata de apoyar una opción, como en cualquier parte del mundo. Se trata de la unión de desperdiciar un momento estelar de la economía con un empobrecimiento galopante, con una manera megalómana de ver el poder, proyectos bizarros anclados en el mayor populismo de la historia, compra de conciencias, destrucción de la clase media, oportunidades de inversión y trabajo vertidas por el desague, exportación de talentos y, por si fuera poco, en un ambiente de alta impunidad y criminalidad, pisotear y escupir sobre los derechos humanos más fundamentales, dejando morir a uno, encarcelar a otros y amedrentar al resto.

La primera reacción de muchos es dirigir su frustración contra el actual mandatario, que tiene su cuota de responsabilidad. Después se dirige hacia sus adláteres, para trasvasar a los seguidores. Finalmente se dirige hacia los líderes de oposición, los actuales pero sobre todo los de antes (los adecos y copeyanos de la IV república). Pero nadie valora la responsabilidad de la sociedad civil, la propia de cada quien y, en concreto, de las clases medias y alta en todo esto.

Antes de los tiempos actuales la última protesta seria de una universidad en Venezuela, que yo recuerde, fue a principio de los años 80, en relación con la guerra de las Malvinas y, sin mucha trascendencia, la denuncia del gasto que implicaba la compra de los aviones F-16. Los grandes temas nacionales no fueron tomados en cuenta para acciones de calle hasta la llegada del caracazo.

Por el año 92 se volvió a activar por breve tiempo, también por el grado de conflictualidad que se vivía. No pretendo ser exhaustivo, pero quiero aclarar que mi vida ha estado ligada a la universidad dada la profesión y trabajo de mi padre, mi paso por ella y los contactos posteriores con estudiantes y profesores tanto en Mérida como en Barquisimeto. Así que con base puedo decir que las grandes protestas en el intervalo han sido por mejoras salariales, comedor, transporte y, en algún caso inclusive, para apoyar a estudiantes expulsados por violación a las normas de evaluación (vulgar trampa y vulgar complicidad). O sea, pocos temas nacionales, menos intelectuales, muchos gremiales y domésticos. En momentos en los que la universidad debía acompañar al país desde su ámbito, tal cosa no ocurrió porque se estaba buscando alcanzar nuevas mejoras.

La referencia a la universidad se debe a que esta siempre ha sido la más activa en distintas partes del mundo, junto con el movimiento obrero, a la hora de protestar, además de la cuna de la intelectualidad.

Y nada de esto se dio, con evidencia, en los años que siguieron al viernes negro del año 83 y los gobiernos, nefastos a mi parecer,  que le sucedieron (de Luis Herrera Campins y Jaime Lusinchi). O sea, la década de los 80. Era un pésimo síntoma de la sociedad, donde cada quien se preocupaba por sí mismo.

Obvio, los partidos defraudaron al pueblo, al punto que ser político era sinónimo de vividor y sinvergüenza. La anécdota de la madre del candidato, Mónica Radonski, lo ilustra perfectamente: cuando su hijo manifestó de joven su interés por la política, ella le hizo ver lo sucio y bajo que era para una familia prestigiosa y con trayectoria en el ámbito empresarial; Henrique Capriles le dijo que, si todos pensaran así, en manos de quiénes iban a estar los destinos de los países.

Pero después del viernes negro se rompió el sueño venezolano: the venezuelan way of life. Y una sociedad bastante amalgamada comenzó a fracturarse: no solo entre políticos y sociedad civil, sino dentro de la misma sociedad civil.  Cada quien velo por su propio interés, buscando conservar su status y privilegios, o perdiendo los menos posibles.

Quienes realmente se encontraban en desventaja para enfrentar la situación fueron las clases populares. Estas e empobrecieron de manera vertiginosa, y consiguieron poco apoyo en políticos y en sus hermanos de las otras clases. El deterioro fue bestial e indetenible, aunque seguramente se esperaba que fuese por poco tiempo.

No fue de uno o dos años: fue un olvido de 20 años. Hasta acostumbrarse, quienes no padecían el precio del olvido, a considerar que esto tuviese la categoría de “normal”.

Cuando se inició el programa de ajustes del gobierno de Carlos Andrés Pérez, muchas medidas podrían ser consideradas adecuadas y necesarias, pero aplicadas de manera de schock. Sus consecuencias aparecieron de forma prematura con el caracazo y la represión que conllevó. Las clases populares resistieron más, en los años venideros, aún cuando el peso de los cambios recayó principalmente sobre sus hombros. Se les hablaba del sacrificio que debían soportar para conseguir la ansiada recuperación.

En aquel momento en que se desató la primera guerra del golfo. Hubo un excedente importante en el ingreso petrolero. De haber sido acertados los cambios, como yo creo, no se aprovechó el momento para enviar una señal indiscutible a la gente: vas a ver mejorados tus servicios porque vamos por el camino correcto. En vez de esto hubo una reunión de caras felices entre el empresariado y el gobierno, lo que permite sospechar que los beneficiados de los acuerdos fueron ambos. Ni hospitales, ni escuelas, ni seguridad, ni programas sociales, ni infraestructura en barrios, ni salario… ¡cuánta torpeza acumulada!

El domingo 7 de Octubre fue derrotada la oportunidad para el futuro. Puede que haya sido por la billetera del gobierno, lo cual es cierto que influyó. Pero durante 20 años se le estuvo mandando un mensaje a la gente, pese a las advertencias de la Iglesia, que sus problemas no eran importantes. Es difícil que en 3 meses mucha gente lo crea fácilmente. Resulta más simple creer que se quiere volver al antiguo estadio de privilegios y olvidos, en el que los pobres seguirán siendo los tontos útiles.

Somos víctimas de nosotros mismos: no de Chávez o de la IV Republica o el capitalismo o neoliberalismo. Somos víctimas del más puro egoísmo, ese que vemos crecido en tantos personeros del gobierno.

Es cierto que las cosas se pueden hacer mejor. Es cierto que el camino del gobierno conduce al desfiladero. Es cierto que el mejor país será el que incluya a todos, desde la política, la seguridad social o para vender baratijas. Es cierto que se ha avanzado. Pero hay que dar señales auténticas de haber enmendado el rumbo. Mientras tanto habremos arado en el mar (Simón Bolívar).






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