UNA CUARESMA SIN PAPA
De forma sorpresiva, el santo Padre ha anunciado su decisión
de renunciar a la sede de Roma y, por lo tanto, al Pontificado. Las palabras
que prepararon tal anuncio fueron: “Después de
haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia”. Y el tiempo de
gestación de la decisión fue de aproximadamente un año. Un año sopesando que el
carácter espiritual del ministerio debe sobrellevarse desde la oración y el
sufrimiento, pero que también se requiere en la actualidad del vigor tanto del cuerpo
como del espíritu, le llevan a tomar esta decisión.
Ya se lo decía a Peter Seewald, es lícito que
un Papa renuncie en un momento sereno o cuando no se puede más, pero como huída
del peligro. Y, creyendo en conciencia que se dan las condiciones, habiéndolo
meditado ante Dios, el Papa toma su decisión.
Vivimos en un mundo que renuncia a
responsabilidades y más a la conciencia que se sale de los patrones sociales.
En ocasiones se invoca la conciencia para referirse a la supuesta validez del
hedonismo o para esconder trastornos y trasgresiones vergonzosas o patológicas.
El Papa hace uso de su conciencia en función de obrar a favor del bien, y del
bien de la Iglesia.
¿Qué tiene que ver todo esto con la cuaresma y
las lecturas dominicales? Mucho.
Además de este aspecto, quisiera resaltar otro:
la perplejidad con que mucha gente ha recibido dicho anuncio. La ausencia de
Papa es un momento de especial incertidumbre en la vida de la Iglesia, más
cuando el Papa anterior ha renunciado en vez de ausentarse por razones de
muerte. Y creo que esta es una gran oportunidad también.
Quisiera resaltar dos aspectos: el primero es
que la sede romana puede estar temporalmente vacante, pero el colegio episcopal
(la comunión de obispos en la caridad y la misión) siempre permanece.
Evidentemente que permanece de manera anómala, pues aquel que está al servicio
de la comunión y para confirmar en la fe no está presente. Así que esta
dimensión se puede rescatar, pues en los últimos siglos, especialmente desde
mediados del siglo XIX, la figura del Papa eclipsaba a la del colegio
episcopal. Conceptualmente se reacomodaron las cosas en el concilio Vaticano
II, pero experiencias como esta (y otras menos evidentes), fortalecen ese
aspecto de comunión que nos acerca a los hermanos cristianos del oriente, los
ortodoxos.
Y el segundo aspecto, que tiene vigencia
también en Venezuela por la situación que se vive entre crisis políticas y
económicas, es que esa incertidumbre se
supera invocando la Tradición. No me refiero al costumbrismo, a la manera
tediosa de repetir las cosas o los ritos. Me refiero a la Tradición en cuanto
experiencia de la permanente fidelidad de Dios con la Iglesia. Por Iglesia
entiendo la comunidad de creyentes, desde la jerarquía hasta la humilde mujer
campesina que se pone en manos de Dios tras la muerte, por ejemplo, de su
esposo. Esa trasmisión de la fidelidad en otros tiempos y otras circunstancias,
que animan la confianza en la actualidad.
Efectivamente, el pasaje del Deuteronomio nos
recuerda la celebración de la Pascua judía, con aquello que Von Rad consideró
una especie de credo: “Mi padre era un arameo errante…”, para recordar después que,
el Dios de Israel, es que lo liberó de la esclavitud de Egipto.
El valor de confesar que Jesús es el Señor, y
de creer que Dios lo resucitó de entre los muertos, tiene peso en cuanto se
hace aún en las circunstancias adversas, porque Dios está con nosotros.
Dios bendiga a su Iglesia y a Joseph Ratzinger,
y nos conceda a alguien que tenga el vigor para enfrentar los nuevos tiempos,
con la pasión de Juan Pablo II y la sabiduría de Benedicto XVI.
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