EL DERECHO A LA ESPERANZA



En este último mes he sido testigo del desperazamiento de los venezolanos en cuanto al letargo insípido en que vivían. Evidentemente que tiene que ver con el proceso electoral donde, de todos los candidatos, es obvio que ganará uno.

Más allá del aspecto político, lo que pueda hacer de bien o de mal, de su preparación e intenciones quien gane, lo que debe rescatarse es la participación popular.

Por limitaciones humanas y por responsabilidades personales no estoy en muchos sitios a la vez, como en otras oportunidades, así que la impresión siempre es parcial. De uno de los lados, y se supondría que también del otro, hay una toma de la calle desde la esperanza de que todo puede ser mejor. Y esto no es poca cosa en esta sociedad tan golpeada.

Sin adentrarnos en el modelo político y económico, nadie puede dudar de la crisis de la sociedad venezolana. Puede que las explicaciones oscilen de acuerdo a los niveles de responsabilidad política en esta problemática, pero lo cierto es que no puede disimularse: la inseguridad, la escasez, la inflación, el desempleo formal son elementos que cuestionan con tenacidad el legítimo anhelo de tranquilidad de cualquier persona. Esto sin tocar el derecho a que exista o no la empresa privada o la vialidad de los experimentos de propiedad colectiva o estatalizaciones. En ambos casos los resultados validan su presencia. Lo inaceptable es mantener el sangrado de importaciones, que tampoco se compran a empresas socialistas extranjeras, sino a rancios empresarios de otros países.

Lo importante, regresando al hilo temático, es que la sociedad no se sepa condenada a repetir o arrastrar como un karma su destino. La alegría auténtica, que se sabe protagonista y se adueña del futuro, legitima el derecho a la esperanza. A que algo bueno puede ocurrir si lo intentamos.

Las cornetas, consignas, familias aupando a uno u otro candidato, hablan de esa posibilidad. Y no es poca cosa ante este monstruo de mil cabezas que, como en los cuentos de los caballeros andantes, cortaban una y aparecían mil más.

Si algo vale la pena rescatar de los momentos actuales y dejando aparte quién gane, es el protagonismo de la gente. Es un activo que no puede perderse.

Como funcione el nuevo gobierno es otra cosa: pero solo una sociedad lúcida y activa podrá parar sus desmanes o defender sus logros. En parte una sociedad activa es la que define la agenda de los gobiernos.

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