EL ELOGIO A LA LOCURA
En mi último
año de seminario pude leer, concluidos los exámenes, con especial deleite un opúsculo renacentista cuyo
autor era Erasmo de Rotterdam: El elogio a la locura. Constituía una crítica
atinada, menos virulenta que las de su amigo Lutero, con un estilo elegante, sobre
la situación religiosa del tiempo anterior a la Contrarreforma. Al púlpito
subía una especie de bufón a decir desatinos que eran el hazmerreir de todos
los escuchas. Pero, en la medida en que iba avanzando en el discurso, las risas
fueron callando hasta acabar en el silencio propio de los que se saben
descubiertos, cuando ya la locura no tiene más que decir y se retira.
Aprovecho el
título no para elaborar un comentario, sino porque no encuentro otro más
apropiado para el momento en que vivimos. Posiblemente, en la actualidad, no se
le llame locura, sino ser conservador, por lo menos en ciertos temas, pero la
desconfianza es la misma. Y esto sin endilgar el mote de izquierda o derecha
arbitrariamente como banda de concurso de belleza, evitando híbridos legítimos
como la fe en el matrimonio tradicional, la defensa de la ecología y la
libertad de organización sindical y el cooperativismo. O el todo o la nada.
Resultado: un mundo formado por islas que miran con suspicacia a todo el que
disiente, o por pervertido o por puritano.
Lo cierto es
que la crisis de racionalidad (de proponer racionalmente y no solo votar por
propuestas a mano alzada) tiene anillos que van de la globalidad hasta lo
doméstico de la vida cotidiana. El no razonar apolilla la que debería ser la
lubricada máquina de la lucidez humana.
Así
encontramos con la crisis misma económica mundial, porque unos mangantes se
empeñaron en quebrar el sistema para el propio beneficio, lo cual tiene muy
poco de sensata ¿a quién vender si no hay quien tenga para trabajar? No porque
el capitalismo sea la octava maravilla del mundo, sino porque colapsa
demostrando la fragilidad de su equilibrio cuando se saltan las reglas básicas
de convivencia. O sea, nada de las contradicciones internas que lo acusaba el
marxismo. Simplemente los aprovechadores que siempre, que los hay desde las monarquías
absolutas hasta las democracias liberales, hay a quienes no importa desollar al prójimo.
No me refiero solo a Corea del Norte.
De la crisis
económica a la crisis política, hay un paso. Un Napolitano en Italia tiene que
repetir en la presidencia a falta de opciones. Algo así que si Bill Gates
inventa un artilugio para que tome decisiones para los colectivos, los
italianos compran el invento y le dan al “start”.
Y del
malestar de los indignados a la primavera árabe con una tierra de
experimentación llamada Siria. Y esto sin mencionar a las Coreas, Irán, el
patuque de las drogas o los movimientos de liberación con causas sublimes o tan
grotescas, como los que se mueven dentro de matices tan espeluznantes como la
legalización de la zoofilia en la sexualidad.
Pero si
aterrizamos en la amada Venezuela, “la razón de la sin razón que a mi razón se
hace”, que diría Cervantes del caballero Don Alonso Quijano, conocido como Don
Quijote, está por doquier. Y no porque esté cabalgando sobre Rocinante.
Un país
sostenido por el petróleo pero al borde de la banca rota. Deudas con capital
extranjero, que abjura del imperialismo yanqui pero se cobija del chino, que no
tiene la menor intención de revisarse internamente pese a todos los índices que
levantan desveladas sospechas de inviabilidad del modelo.
Una porción
que gobierna, y no va a dejar de hacerlo, aunque signifique la desgracia de la
mayoría (incluida la más pobre), solo porque las barbas habaneras no repiten lo
que dijo en los años noventa: de economía no sé nada.
La triste
consecuencia es la de abrigar demasiadas esperanzas en una opción que puede ser
también vulnerable, porque los desaciertos han sido muchos además de la inercia
social de años, pero que representa a lo que se ha llamado como oposición. De este
vivir entre islas, lo que dicen unos solo alcanzan a oírlo los cocoteros de la
propia playa… sin que nadie ponga sobre el tapete el mar de leva que hay en
medio.
Lo que vemos
unos no lo ven otros. O no lo quieren ver. Esto también es traición a la
patria. El silencio cómplice confunde a los más incautos. Además de “patria,
socialismo o muerte” hay otros eslóganes que se pueden corear.
Hablar no
cuesta nada. Tampoco escuchar. Solo necesitamos no interrumpir y darle tiempo
para que el otro se exprese.
Solo la
Verdad nos hará libres. Nada nuevo, pues. Son palabras de Jesús.
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