LOS HUMANISMOS DEL SIGLO XXI
En Venezuela
vivimos la permanente desacreditación de todos aquellos que divergen de nuestra
opinión. En algunos casos esa desconfiada reputación se la han ganado
merecidamente. Porque así como algunos creen a pie juntillas lo que dicen y les
dicen, otros saben muy que lo que dicen no es verdad, en el sentido que ellos
mismos se contradicen.
Claro que la
pregunta es si ellos militan, además de en la profesión del socialismo clásico
(entiéndase comunismo), en la sociedad secreta del escepticismo y cinismo.
Pasando al
tema que nos compete, la Revolución se adueñó del llamado “hombre nuevo”, del “humanismo”
y de cualquier consigna nacionalista, lo que le trajo buenos réditos en
relación al apoyo que contagiaría a las masas.
Pero unido a esto, se sacrificó
cualquier profundidad filosófica (si la tuvo) por una superficialidad
propagandística, a merced de la manera como los westers americanos han moldeado
la mente: de un lado los buenos y por el otro los malos.
Humanismo es
un término muy lejano a ser unívoco, por lo que la pretensión de señalar como
demoníacamente degradante cualquier posición contraria es tendenciosa. El ardid
político es que evidentemente todo lo contrario son cantos de sirena que
amenazan a las naves de terminar contra los farallones. Así que hay que navegar
sin escuchar… a otros.
Ya en la baja
Edad Media comienza a darse cierto humanismo, sea por los estudios de la antigüedad
clásica, sea por el clima político y religioso de entonces y cuestiones
existenciales como la misma peste negra, el leitmotiv del Decamerón.
Propiamente
el humanismo, con este término, aparecerá con el Renacimiento: el centro de
atención es el ser humano. Esta centralidad va a acompañar la Edad Moderna
hasta nuestros días. Solo que el humanismo renacimental va a diferir notablemente
del humanismo marxista y, por supuesto, de su versión caribeña.
Dentro de las
posturas serias, por poner un ejemplo, ya el cardenal Alfonso López Trujillo de
lucidez mental aunque intransigente en otras áreas, publicó un libro llamado Humanismo cristiano y humanismo marxista,
que cayó en mis manos en aquellos tiempos en que pisaba los jardines de la
Universidad Simón Bolívar. Si a esto le añadimos el humanismo subyacente al
psicoanálisis o el humanismo liberal, por dar algunos nombres, las
discrepancias no pueden ser mayores.
Así que ese
asunto de “yo soy humanista” no deja de ser un vistoso prendedor sin gran
contenido, si antes no pasa por una discusión de lo que es y de sus
implicaciones éticas. Si humanista es el que está a favor del ser humano,
habría todo un abanico de posibilidades, desde las más altruistas a las más
interesadas (se podría querer salvar al ser humano como homo consumericus u
homo faber). Más fácil es decir que Mandela, Gandhi, Martin Luther King o la
madre Teresa eran humanistas, aunque esta última preferiría admitir que es
simplemente cristiana.
El problema
del humanismo es, tan simple, como la pregunta de qué es el ser humano Dejando
la teoría aparte, de importancia insoslayable pero no cortoplacista, el dudar
de la propia verdad y escuchar la del otro nos puede hacer más humanos y…
humanistas. De las dudas dogmáticas saldrían acuerdos de práctica convivencia.
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