LA PRIMERA ENCÍCLICA DE FRANCISCO: LA LUZ DE LA FE...


Una encíclica escrita “a cuatro manos”: con esta metáfora musical anunció el papa Francisco que iba a darle continuidad a lo desarrollado por Benedicto XVI, papa, teólogo, escritor, músico y pianista.

Ante tal novedad la primera tentación de sus lectores pudiese ser identificar las partes originales y las añadidas por el actual Pontífice, buscando inclusive puntos de sutura, si tal cosa fuese posible. Pero dicha labor resultaría temeraria, puesto que, por un lado, a Benedicto lo conocemos como escritor, pero a Francisco muchos todavía no; y, por el otro, para la mirada creyente el punto de atención está en el Espíritu Santo que guía a su Iglesia de distintas formas, y en esta ocasión a través del ministerio petrino “a cuatro manos”.

En efecto, la fuerza del documento lo tiene el que, con más o menos añadidos, haya sido promulgado por el Papa en funciones, Francisco, lo que le imprime un carácter magisterial especial y no un escrito de mayor o menor profundidad que hubiese publicado el papa en retiro. Tal documento merece “el obsequio religioso de la voluntad y el entendimiento”, como indica el concilio Vaticano II (LG 25,1), pues tal atributo corresponde al único Papa, no al obispo emérito de Roma, de “confirmar en la fe a los hermanos”, como le dijo Jesús a Pedro (Lc.22,31-32; LF 7,1) y esto en fuerza del Espíritu Santo que guía a la Iglesia hacia la verdad plena (cf. Jn. 16,13).

Si bien es cierto que, en la introducción,  se señala el año de la Fe convocado en ocasión del 50° aniversario de la apertura del concilio Vaticano II como motivo, la necesidad de la Encíclica viene planteada en el contexto de la situación contemporánea marcada por el escepticismo y relativismo y la necesidad de prestar un servicio a la Verdad (cf. LF 3-4; 25).

Para los padres de la Iglesia (escritores de los primeros siglos del cristianismo), la Fe es luz. Al poner la frase entresacada de la carta de Nietzche a su hermana para caracterizar el momento de actual desconfianza para quien quiere encontrar la Verdad, se crea un contraste antagónico de situaciones (cf. LF 2). Se podría añadir al documento que la acusación que califica de oscurantismo a la Edad Media y a la fe proviene de la Ilustración: la palabra alemana “aufklärung” , usada por Kant en alemán para “Ilustración”, indica el acto de dirigir la luz sobre un objeto, aclarando, por tanto, sus partes oscuras. La claridad, para el siglo XVIII, proviene de la luz de la razón, que rechaza todo lo que no puede procesarse a través de ella. Al aplicar la razón se deja de creer para razonar, según este planteamiento. La fe queda como oscuridad y no como luz, que da felicidad y tranquilidad pero desprestigiada por la contemporaneidad para encontrar la verdad.

Más la experiencia señala cuál falaz es la razón autónoma, que se contenta con pequeñas luces decadentes que no alcanzan a iluminar la existencia entera.

Recuperar la luminosidad de la Fe, que nace del encuentro amoroso con Dios,  es tarea de la Iglesia a la que quiere colaborar dicha carta encíclica, puesto que la Fe  faculta a mirar la realidad con nuevos ojos.

La encíclica presenta 4 capítulos con títulos bíblicos: uno dedicado a la parte bíblica (“Hemos creído en el Amor”); otro a las relaciones entre Fe y Verdad (“Sino creéis, no comprenderéis”); el dedicado a la transmisión de la fe, que incluye la proclamación, la estructura sacramental; la dimensión moral y oración (“Transmito lo que he recibido”);  y las consecuencias existenciales y testimoniales de la fe, en medio de las adversidades (“Dios prepara una ciudad para ellos”).

Si bien el texto del evangelio de Juan es el más citado (en 24 ocasiones); el que le sigue es la carta a los Hebreos (17 veces). Solo que resulta llamativo que en 15 oportunidades se menciona el capítulo 11 de esta última carta: los modelos bíblicos de la fe. Ya el desarrollo del primer capítulo se hace en clave de teología narrativa, que permite conectarse (no solo aquí) a la dimensión existencial de la fe, que es anterior a su conceptualización y que lo sigue.


1.   HEMOS CREÍDO EN EL AMOR

La selección del título de 1 Jn. 4,16 ya recuerda a la primera encíclica de Benedicto: Dios es amor (Deus est caritas); que al mismo tiempo recuerda el opúsculo de su amigo Von Balthasar, Sólo el amor es solo digno de fe.

El primer  modelo de la fe es Abraham, como recuerda la carta a los Romanos y el Catecismo de la Iglesia Católica. Dios llama a caminar y Abraham es creyente en la medida en que camina y se fía de la Palabra de Dios, que se revelará como el Dios de la vida y el Dios que da la vida, fuente de todo Bien. Se va viendo en el acto de caminar, que se inicia por la confianza en la Palabra.

En la historia de Israel el pueblo es liberado para adorar a Dios. El recuerdo ilumina el presente. Dios se manifiesta en los acontecimientos, como en las catedrales góticas los pasajes de la historia de la salvación en los vitrales adquieren su esplendor por la luz que los atraviesa. La tentación de la idolatría en el camino del desierto consiste en adorar la obra de las propias manos, cuyo origen se conoce y es proyección del ser humano, y que no habla y pide caminar en post de nuevos horizontes (cf. LF 13).

En Moisés se ve el tipo del mediador, que se encuentra con Dios cara a cara, no por un privilegio individualista sino haciendo presente a toda la comunidad, a todo el pueblo.

Pero todo el camino del Antiguo Testamento converge en Jesús, en su muerte y resurrección, cumplimiento de todas las promesas. Jesús es el amén del Padre, la transformación, la salvación. Para la fe la muerte de Cristo es la prueba del Amor con que nos ama Dios. Creer en el amor de Dios es creer en su capacidad de intervenir en la historia presente y no solo en el más allá. Creer en Jesús es también mirar la vida con los ojos de Jesús: creer a Jesús y creer en Jesús (envueltos por Jesús, o sea, por su gracia).

La fe siempre es eclesial, pues nos incorpora a un cuerpo donde cada quien aporta, nadie es anónimo.


2.   SI NO CREEIS, NO COMPRENDEREIS

La fe misma no es una ilusión falaz sino apertura a la Verdad. De ahí su fuerza salvífica. La fe está vinculada al amor, es apertura de amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Y la fe consiste en responderle amorosamente.

El amor necesita de la verdad. No tendría sentido amar lo que es falso, efímero o engañoso. De la relación entre fe y  amor se entiende el compromiso de fidelidad y por qué a los creyentes se les llama “fieles”.

La fe como tal afecta a la unidad de la persona: la expresión “creer con el corazón” implica esto: la totalidad y la unidad de la persona.

Por otra parte, para la filosofía griega el ver es importante. Esto no se aleja de la fe bíblica, puesto que en el evangelio de san Juan la visión está unida también a la fe. Dice la encíclica:

Gracias a la unión con la escucha, el ver también forma parte del seguimiento de Jesús, y la fe se presenta como un camino de la mirada, en el que los ojos se acostumbran a ver en profundidad(LF 30)

Igualmente se presenta la fe como un tocar, que puede remitir a la experiencia de los sacramentos: el ser tocados sacramentalmente. La lógica sacramental de la fe, añadiría yo, es experiencial y sensorial: implica los sentidos como recuerda Von Balthasar en su teología estética.

De la unión entre la importancia de la luz y la visión del mundo griego y el Evangelio surge toda una filosofía de la luz en san Agustín, que, en su contacto previo con el neoplatonismo, le permite percibir la bondad del mundo material y desprenderse de la visión maniquea de la vida. Ello le prepara para recibir la fe.

La fe se propone, nunca se impone:

El creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que le abraza y le posee. (LF 34)

La fe, por tanto, tiene una dimensión totalizante que abarca el universo material y, por tanto, invita al científico a ir más allá del dato concreto empírico o de la verdad comprobable experimentalmente.

La misma fe tiene una dimensión de servicio dialogante con las demás religiones, puesto que testimonia la posibilidad del encuentro con Dios, pero también con los no creyentes, ya que plantea la validez de los valores que estos buscan,   valores perennes de alguna manera se encaminan hacia Él.

La teología supone la fe y pretende reconocer y profundizar en lo implicado en ella.

3.   TRANSMITO LO QUE HE RECIBIDO

La Iglesia es madre de la fe, que transmite la Fe, según expresión antigua. Lo que se recibe, se transmite, pues forma parte de la dinámica de la fe.
En el evangelio de san Juan, fe y memoria van unidos. La fe nunca es individual ni comienza con la existencia del individuo. Es comunitaria y presupone una historia y cadena de testimonio. La realidad humana es siempre relacional y siempre es un nosotros el que cree, como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica y la misma “Introducción a la fe”, de Joseph Ratzinger.

La fe tiene una estructura sacramental. Como antecedente lo había escrito Ratzinger en su libro Teoría de los principios teológicos. De alguna manera resalta en la manera misma como se celebra el bautismo, con todos sus ritos, y especialmente la Eucaristía. Dios se da y transforma. No es simple conocimiento teórico que se podría obtener de los libros o de conferencias. Es inmersión en la experiencia de Dios. No es algo individual, puesto que el ser bautizados es que otro nos bautiza.

Esta inmersión en la divinidad que implica la Fe y los sacramentos, conlleva a un sentir como Cristo. Esto se nota en el mismo acto de rezar el Padrenuestro: ver las cosas desde Jesús y como Jesús y, por tanto, a actuar en fidelidad al decálogo. Los mandamientos no son prohibiciones sino posibilidades de vivir el amor.

El papa recuerda que, en este capítulo, se ha repasado la confesión, celebración, decálogo y oración, que son las partes en que está dividido el Catecismo de la Iglesia Católica. Termina recordando que la unidad e integridad de la fe, que nadie puede mutilar cortar o callar.

4.   DIOS PREPARA UNA CIUDAD PARA ELLOS

En el capítulo final indica que la es camino pero también tener fe puede verse bíblicamente como participar en una edificación. No simplemente la ciudad eterna sino la ciudad temporal debe beneficiarse de la fe auténtica, que apuntala la justicia, derecho y la paz. Si la modernidad propone una fraternidad sin padre, la fe propone un Padre que posibilita la fraternidad. Las relaciones sociales no están basadas en la conveniencia o el miedo, sino en la bondad y el amor.

La dinámica de la familia muestra un espacio particularmente fructífero para la fe en la unión fundada en el amor entre un hombre y una mujer. La dimensión gozosa de la fe aparece en la juventud, especialmente en las Jornadas mundiales.

La fe ayuda a comprender la importancia y responsabilidad del hombre en la creación, tan necesario para entender que no todo comportamiento ante ésta es válido o legítimo.

La fe, además, revelándonos el amor de Dios, nos hace respetar más la naturaleza, pues nos hace reconocer en ella una gramática escrita por él y una morada que nos ha confiado para cultivarla y salvaguardarla; nos invita a buscar modelos de desarrollo que no se basen sólo en la utilidad y el provecho, sino que consideren la creación como un don del que todos somos deudores; nos enseña a identificar formas de gobierno justas, reconociendo que la autoridad viene de Dios para estar al servicio del bien común (LF 55)

Igualmente posibilita el perdón y recuerda que la bondad es  más fuerte que la maldad. Es también fuerza que conforta en el sufrimiento y nunca lleva al olvido de los que sufren:
La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. (LF 57)

El capítulo 13 de la primera carta a los Corintios recuerda las virtudes llamadas teologales: la fe y el amor necesitan de la esperanza, se proyecta ante el futuro y permite ver la vida como totalidad.

Finalmente el Papa recuerda la bienaventuranza de los que escuchan la Palabra y, por tanto, a la Virgen María, quien es el otro gran modelo de fe que recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica.

Una hermosísima oración a la Virgen cierra este primer documento del papa Francisco… “escrito duro” “escrito a cuatro manos”.

Así se completa la trilogía temática iniciada por Benedicto sobre  las virtudes teologales, cruciales en el magisterio de Juan de la Cruz en el camino de la unión con Dios y presentes en el mismo concilio Vaticano II: sobre el amor (Dios es amor), la esperanza (Salvados en la esperanza) y la presente… que tiene toques para la que seguirá, según el Papa: Bienaventurados los pobres (Beati pauperi).

Ya hacía la invitación el beato Juan Pablo II: Remen mar adentro…


Comentarios

Entradas populares