UN MUNDO SIN PRISAS



Hay dos activos que están infravalorados en ese rincón del mundo que se llama Venezuela: uno es la gente y el otro el tiempo.

Del primero hay mucho que decir y todos suelen opinar. Es el segundo el que pasa desapercibido, en un país de rentas petroleras y de políticas peripatéticas.

En Venezuela cualquier idea bizarra es celebrada como una genialidad. Claro que lo común es que esto ocurra cuando el homenajeado está revestido de poder. Y el poder, para que pretenda ser tal, debe ser contante y sonante.

Mas, sin embargo, el estrangulamiento de la economía ha pronunciado la deformación del ya deformado sistema. Si poco contaban los privados, ahora se ha agudizado aún más la dependencia petrolera,  la cual, obvio,  controlan los políticos… todavía… mientras sus torpezas no sobrepasen ciertos límites… perdón… genialidades quise decir.

El colosal ingreso del viscoso recurso, con goteras enormes hacia bancos chinos, ridiculiza cualquier otra iniciativa. Y más si se descalifican de antemano, como se hace cuando se señala que las iniciativas de corte particular, que son las que suelen tomar la iniciativa de emprender, son unos apátridas, clavel del ramillete literario en uso.

Así que, sin iniciativas, el tiempo no cuenta. No hace falta apurarse mucho porque no hay que llegar a ningún lado. Por mucho que corra alguien eso no va a hacer la diferencia. La vida de los mortales es insignificante para los ojos de los dioses de las esferas del poder.

Como no hay que correr mucho, porque no hay mucho que hacer o porque lo que hay que hacer no es importante, al final resulta que todo es postergable. Cualquier trámite puede ser lo suficiente engorroso como para hacerlo en semanas o meses y no en horas. O la demostración de poder viene dada por la obligación de recaudos que de antemano se saben inútiles, pero a los que se debe someter incluyendo las demoras. Un policía puede detener a un ciudadano para pedirle exactamente el documento que no tiene ni hace falta, por ambiguas razones. En cuestión de operaciones, las prisas las tienen los difuntos. Una señal de tránsito puede estar en un lugar razonablemente equivocado, con el único objetivo de fastidiar, no de organizar el flujo automotor, y demostrar quien manda aquí.

Es importante quebrar empresas, y no que las empresas, privadas o públicas, sean productivas. No es la productividad de la población la que genera impuestos que le permiten al Estado lograr sus objetivos. El chorro petrolero debe llegar salpiqueadito a todos los municipios. Así que el reclamo ciudadano tiene poca importancia, pues más que aportar lo que hace es usufructuar la bonanza, según parecieran pensar.

Socialmente el objetivo es dejar las cosas como están, lo que quiere decir no meterse con los que están mandando. Los desafíos reales no existen ¿para qué afanarse?

La marca de la desesperanza hace que uno, en la vía, se consiga cada vez más a choferes arrastrando cansinamente su vehículo por la vida ¡Toda una metáfora! Y lo hacen con una atravesada convicción que hace difícil ignorarlos.

Puede que los que excepcionalmente hay que van con mucha prisa tampoco vayan a ningún sitio. Porque todo va a estar igual el día de mañana.

El problema de despreciar al tiempo es que se claudica a la esperanza, que ya es una forma de entreguismo.

Mientras hay quienes en los países nórdicos proponen como sano la slow life, aquí ni siquiera sabemos cuál life es la que existe. Comenzamos desacelerados con ufanes postmodernistas: cuando el sistema funciona y se están cubriendo todos los huecos (es sentido simbólico, sin negar el valor metafórico de que padecen los cauchos), es muy válido desacelerar el ritmo. Si no fuera así, Alemania sería todavía hoy en día un depósito de chatarra bélica.

No hay prisa porque no se va a ningún lado: cuando languidecen las expectativas, la esperanza entra en estado de coma. Tanto la esperanza terrenal como la ultraterrena. La vida va perdiendo motivaciones y nos hacemos autómatas del sistema que se llama… ¿socialismo del siglo XXI?


Resistir es de por sí cultivar el huerto de las esperanzas, me refiero a las reales. Es arar el terreno de las motivaciones y capacidades. Porque a esta revolución, con poca capacidad, se le derrota a fuerza de capacitarse.


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