EVANGELIZAR COMO LAS VÍRGENES CON LAS LÁMPARAS ENCENDIDAS




Se planteaban los marxistas, en la fábula del materialismo histórico, que la historia iba “pa´lante”. O sea que tarde o temprano devenía el paraíso comunista sobre las ruinas del capitalismo. De esta forma los estrategas, los que se consideraban elegidos por la vida para cumplir estos designios, diferenciaban las condiciones objetivas de las condiciones subjetivas, como para iniciar la Revolución. Las condiciones objetivas tenían que ver con las contradicciones del sistema que acumularan tensiones que lo explosionaran. Las condiciones subjetivas era el grado de conciencia o inconformidad que había en las masas, llámese pueblo, proletariado o campesinado. Ambas debían existir para pasar a la acción armada.

Esto hacía que el marxista viviese en estado de perenne vigilia, infiltrándose, conspirando, concientizando, poniendo zancadillas y peines, provocando, enfrentando a autoridades y cuerpos represivos.

Casualmente el Evangelio del domingo XXV, del día 22 de Septiembre, trae la figura del “administrador astuto” (cf. Lc. 16,1-8), que ciertamente no es ejemplo de virtudes cristianas. Jesús, sin embargo, invita a admirar su astucia para el mal (o para salir del atolladero en que se encuentra) y la contrapone a la actitud de los hijos de la luz, menos proactivos y más ingenuos y conformistas.

Me sea permitido, por tanto, resaltar la astucia de quienes por décadas se han empeñado en la revolución proletaria para, mutati mutandi, hacer una aplicación a quienes esperamos el cielo nuevo y tierra nueva, ligado a las promesas de Dios y no a la evolución de la materia o al voluntarismo humano.

Comencemos diciendo que hace ya tiempo que se recuperó el valor de lo temporal, la secularización. De manera oficial lo podemos ver en la constitución Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, a la vez con la valoración misma de los laicos. Pero también se entreveía en la doctrina social de la Iglesia, cuyo precursor fue el papa León XIII por el 1891. Y con anterioridad, desde otras circunstancias y mentalidad, los santos dedicados a obras de misericordia, como la atención al enfermo o la instrucción del ignorante. Pero quizás el culmen de este proceso tenga que ver con la categoría “Reino de Dios”, tan querida para Jesús, que comienza en esta vida y  se consuma en la otra, y que se refiere a Dios pero no excluye ni la dimensión material y ni la temporal.

Ciertamente que la visión de Jesús es mucho más lúcida de los que buscan en la fe motivos para pacíficos retiros de la mundanidad de la vida. Jesús no es el que lleva a sus discípulos, ni siquiera a los más contemplativos, a una sumisión y conformismo ante los acontecimientos cotidianos. No es que no se de la experiencia espiritual con capacidad dialógica ante otras religiones marcadas por la contemplación. Es que el contexto es otro: el del Reino de Dios.

La pasión de Jesús es hacer presente el Reino de Dios, el cual sufre violencia, y que es de una dimensión muy distinta a totalitarismos teocráticos e intolerancias. Estar con Jesús es participar de esta labor que se da, de modo privilegiado, a través de la Evangelización. Evangelizar es anunciar el Reino de Dios a la manera de Jesús y de acuerdo con Jesús, lo cual busca remover los obstáculos en los corazones de quienes reciben el anuncio. La dinámica de la nueva vida debería propiciar cambios en las relaciones humanas junto con instituciones y estructuras. Así que evangelizar se vuelve una tarea urgente y necesaria, sea en relación con lo crítico de la situación actual, sea como Buena Noticia que la Iglesia sabe que tiene que dar.

Ante la aparente esterilidad de la labor de la Iglesia (me refiero a la totalidad de la Iglesia y no solo a la de sus representantes oficiales), sea por el hermetismo de la gente en el primer mundo o por el desplazamiento general hacia otras religiones y sectas, la actitud es de vigilante y activa espera. Lo decía Benedicto XVI, de cara al retroceso del cristianismo en Europa. La mirada puesta en el Señor.

Y mientras nos dejamos sorprender por el Señor, a la espera de su kairós (el momento oportuno y pleno), no queda otra que esperanzados seguir viviendo y anunciando la buena Noticia del Reino de Dios, aún en medio de incomprensiones y persecuciones. Ya se presentará el momento oportuno. Y, llegado ese momento, habrá que preguntarse si hemos esperado al Señor con las lámparas encendidas y con buena reserva de aceite… o si hemos vivido de manera necia.



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