SE SOLICITAN CULPABLES
Uno de los supuestos logros de la modernidad ha
sido exorcizar la culpa o, mejor dicho, el complejo de culpabilidad: eso que
descubrió Freud y que creyó a la base de la histeria y lo que llamaban
neurosis.
Reproducir el esquema, lo que llamaron
topografía de la mente, no viene al caso: pero como moda de la época (quizás
con suficientes razones), el superyó (principios inculcados por la sociedad)
actúan como represores del id o ello (el fondo subconsciente y pulsional del
ser humano). La tarea a la que se dedicaron un buen grupo de terapeutas
consistió en remover la culpa patológica (es patológica) para liberar al ser
humano.
Ciertamente que en otras corrientes se
introdujo, no sé si con suficiente fuerza, el término “responsabilidad” para
las decisiones que deba tomar la persona en favor de su salud o crecimiento,
quizás sin el debido marco de referencia ético, como en la psicoterapia Gestalt.
Pero las revistas de alto consumo y de dudoso
contenido se encargaron de difundir tips con los cuales, en la actualidad, la
culpabilidad la viven solo, aparentemente, las féminas quienes se salen del régimen
estricto luego de varias semanas de haber comenzado cualquier dieta. Si esto es
así, quizás de algo nos hemos estado perdiendo.
Porque, por otra parte, se acusa a la sociedad
actual de pérdida de valores. Es todo un cliché, un tópico, que va de boca en
boca. Frase inquisitorial a la que habría que añadirle la intuición de Nietzsche:
los hombres hace de su propio comportamiento el criterio de virtud y, del
comportamiento de los otros, el criterio del vicio, sin discreción sobre el
bien o el mal. Es virtuoso lo que para mí es fácil de realizar, mientras que
vicio no es lo que yo hago sino lo que hacen los demás que yo señalo, no mis
propias debilidades.
Así que una forma tan particular de referirse a
lo valioso… hace que nos quedemos empobrecidos. Porque la intuición obvia es
que el valor tiene que ver con valioso: algo que vale la pena, que vale en sí
misma. Max Scheler lo anclaba a lo que la emoción (la dimensión afectiva del
ser humano) identificaba como importante. Sea como fuera valdría la pena
preguntarse por el valor, si es que hay algo valioso en la vida del ser humano.
Lo valioso tiene que ver con aquello por lo que
vale la pena pagar una cuota de sacrificios, para no considerarlo simplemente
como un asunto económico. Me decían que Mikel De Viana, el moralista jesuita, decía que un criterio para identificar los
valores en nuestra vida sería preguntarse en qué invertimos el tiempo y el
dinero. Lo evidente es que se considera que, por algo valioso, hacemos los
sacrificios que sean.
O sea ¿qué identifica la sociedad actual como
valioso, por lo que es capaz de prácticamente cualquier sacrificio para
conseguirlo? Puede que responda elencando antivalores (el dinero, el placer, el
poder), no siempre valores. En el lenguaje común podría referirse pensando en
positivo, al amor, la honestidad, la fidelidad, la pareja, los hijos, la
estabilidad económica, la justicia… y tantas otras cosas. Incluso puedan
considerarse, de forma un poco más sofisticada, los derechos humanos.
Ante cuestiones tales como la familia, sea la
pareja o los hijos, para no ir más allá, queda la pregunta por los valores que
puedan guiar la vida de las personas. Lo que mueve su comportamiento.
Y así diríamos que lo realmente valioso amerita
caer cuenta del esfuerzo y trayecto que
se debe recorrer hasta alcanzar lo que se anhela. Y lo valioso implica una
disposición, pero no siempre se cuenta con la habilidad: lo que la escolástica
quiso decir cuando se refería a la virtud. Es una disposición que se adquiere
con la constante repetición de la acción virtuosa y que crea una facilidad en
la persona.
Así como un joven deportista puede pretender
tener un desempeño profesional o mundialista, el camino es empedrado, implica
sacrificios y caer y levantarse, así ocurre con lo valioso. Por lo que es
natural, también, que quien tiene claro sus valores puede enfrentarse a caídas
y fallas. Dependiendo de qué esté en juego, el fracaso, aunque sea momentáneo,
acarree el dolor y hasta la culpa: pude hacerlo bien y, sin embargo, hice las
cosas mal con las debidas consecuencias.
La culpa patológica implica un derrumbe
psicológico paralizante que afecta la autoestima y que cambia el autoconcepto:
no valgo y no soy capaz de cosas grandes o valiosas. Evidentemente que tal
culpa debe ser removida cuanto antes.
Pero está la culpa que tiene que ver con el
dolor de haber fallado y las consecuencias que haya traído. Se supone que debe
tratarse de algo con importancia reconocida y no como una herida al ego narcisista.
Esta culpa delata que la persona va en busca de un valor. Y la caída debe
ponerse en función de ese valor. Decía Sta. Teresa en el libro de las
Fundaciones: “Y tengo yo por mayor merced del Señor un día de humilde y propio
conocimiento, aunque nos haya costado muchas aflicciones y trabajos, que muchos
de oración” (F 5,16). Sirve para saber quiénes somos, dónde estamos parados y
cómo proceder.
La culpa puede ser un desafío, una especie de
situación que desencadene un mayor compromiso y posibilite el acceso a fuerzas
y recursos internos insospechados. Además de la oportunidad de poner nuestra
vida y confianza en el Señor.
Puede que este mundo no sufra de culpas… por
falta de valores. Lo cual habla que se ha rebanado y estirpado la conciencia, o
alguna de sus partes, a placer.
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