EL SUEÑO DEL MOTORIZADO


Pasaba en mis correrías por una calle, cuando me adelantó prudentemente (eso ya era sorprendente) un motorizado acompañado de quien parecía su mujer y una bebé en brazos de la misma. Obvio que todo transcurrió a bordo de una misma moto.

Si fuese garante de la seguridad o con cargo en la administración pública, quizás el cuadro me hubiese parecido, de antemano, un desacato al orden público: 3 personas, una de ellas un lactante en brazos, sobre una moto en marcha y la totalidad sin casco.

Claro que están violando la normativa legal. Claro que es totalmente imprudente el circular sin casco... Pero no fue eso lo primero que vi y quedó palpitando en mi interior.

Lo primero que vi fue, simplemente, una familia. Una como otras más. Alguien que había querido sacar a pasear a su pareja y a su hija, como lo desearía cualquier mortal en este mundo en su situación un sábado por la tarde. Uno que quería comportarse como padre y pareja con los medios que dispone a su alcance. Salir de la rutina con aquellos seres que ama y que le aman. Poder llegar a su hogar, al anochecer, sintiéndose orgulloso de haber cumplido como padre y pareja, consiguiendo como recompensa la mirada satisfactoria de la chica y la distraída presencia de la bebe.

Cualquiera que se hubiese acercado, en el supuesto caso, para aplicar ceñidamente la ley, no estaría, en Venezuela, puniendo un hecho irregular sino una aspiración legítima, vivida dentro de las posibilidades que se tienen.

Y confieso que se me mezcló un profundo sentimiento de indignidad con un sentimiento ligado a la compasión y reconocimiento: ¿por qué en Venezuela se le han mutilado las aspiraciones de superación a la gente? ¿por qué hay que vivir en este laberinto? ¿no podría esta persona tener un mejor porvenir en el cercano plazo? ¿por qué alguien que se esfuerce no puede adquirir una forma segura de trasladar a su familia? ¿por qué no tiene alternativas dignas al alcance de su bolsillo?

Recuerdo las palabras de Benedicto XVI ante los jóvenes, creo que en un encuentro en Italia, en las que deslizó una confidencia señalando su propia juventud truncada por el sueño hegemónico de la Alemania de entonces, en bizarra carrera bélica.

Salvando las distancias ¿por qué se debe renunciar al presente para satisfacer las pueriles aspiraciones de una élite política? ¿por qué se debe recorrer este absurdo camino como si se tratase de la inmolación a los dioses del mañana que solo unos cegatos vislumbran? ¿por qué una persona tiene que realizar sus sueño de padre y pareja violando la ley, arriesgando la seguridad propia y de su familia, pudiendo perder la vida, porque no tiene mayor alternativa que ofrecerles sino lo que alcance el tanque y la cilindrada de su moto, con la cual quizás también se gane la vida?

Vienen a mi mente aquellos otros que solo tiene la alternativa de buscar a través de los aeropuertos horizontes en otros países que en el suyo se les niega ciudadanía. Que parten con vuelo sin retorno hacia destinos desconocidos... Pero pienso también en esa buena parte de los venezolanos que los sueños de aeropuerto se realizan sobre una moto, porque las posibilidades de emigrar simplemente no existen.

Y llegado aquí no puedo evitar entresacar una frase, dicha sin pensar, como es su estilo, pronunciada por el presidente Maduro ante un grupo de habitantes de barrios, en el inicio de una nueva misión (¿”Barrio tricolor”?): “A ver: ¿quién de ustedes saben hacer puertas, que levanten la mano?... Ni que para hacer puertas se deba ir a la Nasa”…

¿Quién es este hombre capaz de ofender la habilidad de un artesano o un maestro carpintero o ebanista? ¿acaso sabe él cómo se hace una puerta, que de paso quede bien terminada? ¿conoce el uso de las máquinas o el procedimiento artesanal, la manera de tratar la madera, pulirla, etc.? ¿cree que un ingeniero de la Nasa sabe hacer puertas? Ni siquiera debe saber doblar las láminas, porque el procedimiento calculado y diseñado por ingenieros, lo realizan técnicos especializados, y no exactamente especializados en maderería.

Pues este hombre ignora lo que el Che Guevara aprendió hacia el 1961: que las naciones hermanas del bloque socialista no podían comprarle zapatos a Cuba, para apoyarla económicamente, porque los procedimientos y la confección no reunía los requisitos de sus sociedades.

Lecciones también da la historia: una de las tragedias de la Guerra de Independencia (pues no todo fueron glorias), es que la mano de obra especializada (formada en talleres y gremios), había perdido la vida (una tercera parte de la población murió a consecuencia de la guerra) o había  quedado lisiada en combate ¿cómo se podía transmitir la sabiduría adquirida en los talleres durante décadas, si los hombres que quedaban eran más expertos en “artes” militares (ironía de la vida que la habilidad y sagacidad militar se le llame “arte”) que en los oficios que hacen prósperas las sociedades? La iniciativa de Páez de traer irlandeses (que no vinieron) y alemanes buscaba adiestrar a los criollos en el olvidado arte de progresar en la paz y los talleres, creando industrias.

Mas si quiere buscar referencias entre las filas que acompañan al Sr.  Maduro, lo que buenamente se pretende en estas líneas, puede pedir que le lean el libro de Noam Chomski, Hegemonía o supervivencia, en el que cuenta la tragedia en Colombia de que compañías norteamericanas monopolizan el comercio de la semilla de la papa (pues es una variedad de papa técnicamente más resistente a las plagas, pero igualmente diseñada para no producir semilla) y de los desplazamientos hacia las ciudades de campesinos, que ponen en riesgo la sabiduría ancestral de cultivo, a punto que puede perderse de manera definitiva.


Los motorizados no son solo aquellos que hacen imposible la vida a los demás ciudadanos: son también aquellos que por unos minutos cabalgan sobre sus máquinas con alas de libertad llevando a sus familias a conocer las veredas de los sueños.

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