TIEMPOS DE ABSURDOS




Se dice que la esperanza en la razón se quebró después de la II Guerra mundial. Esta semana me he preguntado si no fue después de los tumultuosos años 60, o los años 60 representaron su funeral.

Porque la humanidad se vio investida por una serie de acontecimientos fatídicos, en medio de esperanzas de varios colores y matices. Si por un lado la Iglesia vivía una renovación importante con el concilio Vaticano II y en la carrera espacial se consiguió alunizar, occidente se vistió de sombras con los asesinatos de John F. Kennedy, Robert Kennedy y Martin Luther King, además de la reacción ante lo que se llamó el Mayo Francés (1968).

Si, por un lado, se quería mostrar al comunismo como la encarnación del mal (piénsese la edificación misma del muro de Berlín para impedir que se huyera de un rincón del mundo a otro), que podía contagiar a los pueblos en sus luchas de liberación del colonialismo, extraños y ocultos intereses se encargaron de eliminar 3 figuras icónicas… ¿sería el capital? ¿los privilegios? ¿el status quo? ¿una conspiración? ¿un complot? ¿potencias extranjeras?

Sin ánimo de interpretar a priori lo que requeriría una mayor información y estudio, pero si el Mayo francés (con sus diversas versiones en el mundo) pecó de extremista (¿el rostro del Che Guevara era un uso comercial, manipulación ingenua o indicaba la dirección hacia la que se pretendía ir?)… ¿no sería porque habían sacado del camino a quienes representaban un cambio firme, moderado y razonable (que consigue razonarse)?

Queda en el aire de cuánto se torció el camino de la historia después de los años 60. Queda la pregunta si quedó vía franca para manejos economicistas de la vida de los hombres, manipulación de trasnacionales, de control de los partidos. Queda la pregunta si el ser humano se volvió más vulnerable luego que su esperanza se resquebrajara en mil pedazos.

Flota la duda de si las izquierdas fueron entonces el refugio a idealistas que, ingenuamente, creyeron si no era falaz propaganda lo que se decía de la Unión Soviética. De si la libertad terminaba siendo un cuento del que se aprovechaba el mejor postor. Si la justicia era un juego de letras para defender intereses.

En esta semana he sentido el vértigo de la historia, pues siento que estoy parado con todo un país al filo de la cornisa. Se siente que dar un paso en falso conlleva consecuencias irreversibles. En este país que está despertando de una borrachera de palabrería, absurdo escenario que renunció a lo mejor para aventurarse a participar en epopeyas de utilería.

En los últimos días un comentario de un familiar me llevó al horror de la década española de los años 30. Sin la completa información pero si sabiendo de que se trataba (por donde venían los tiros), respondí desde un sesgo poco acertado. Hablando desde fuera de la situación, craso error para acercarse a la historia, banalicé su comentario en base a las reflexiones que me estuvieron arrastrando: el genocidio español.

Me acordé el adagio, con raíces bíblicas pero que se encuentra, si mal no recuerdo, en el Kempis, “en el mucho hablar no faltará el error”. Por falta de silencio interior y empatía pasé por alto el horror que enlutaron familias enteras de España y el conflicto que dividió dicho país en vencedores y vencidos. Entiendo que estaban en guerra, que se respiraba la pólvora de la II guerra mundial, lo que justifica algunas acciones, pero otras no. Entiendo que se vivía desde la paranoia del comunismo, que si se mezcla con creencias religiosas puede tomar visos de monstruosa patología. Considero los excesos también del lado republicano, de la real amenaza comunista (lo señala Manuel Caballero, historiador venezolano y comunista, en su tesis doctoral ante la Universidad de Cambridge luego de indagar por recónditos archivos que tuviesen que ver con la Tercera Internacional Comunista) aunque confíe en la buena intención que dicen que guió al presidente español Juan Negrín López. Pero me queda la sensación de profundo irracionalismo en los fanatismos religiosos e ideológicos.

Mas, luego de todo esto, no me queda claro si el haber desembarcado en el arracionalismo postmodernista haya sido un acierto. Capaz que simplemente forma parte de los síntomas epocales. Poco sano resulta desligar la cabeza del corazón como el corazón de la cabeza. Cuando nos decidamos a ver, a lo mejor encontramos, en medio del ruinoso paisaje,  el sendero que conduzca a la humanidad de vuelta a casa. 

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