EL VALOR DEL TRABAJO
Uno de los episodios más llamativos de la era revolucionaria
cubana fue la conciencia, utópica por lo demás, de que igual trabajo debía
tener igual salario. El desafío se lo fijó el icono de la Revolución, en sus
alocuciones radiales, como ministro de economía: el Che Guevara.
Claro que la realidad le alcanzó a la vuelta de la esquina:
¿cómo iba a ganar igual quien cumplía diligentemente su trabajo, en comparación
con quien no lo cumplía? ¿cómo iba a ganar igual quien era más eficiente en
relación con quien no lo era? Así que de “igual salario por igual trabajo”, tuvo
que pasar a una escala de 4 tipos de
salarios.
Por supuesto que en Cuba, con perdón de los cubanos, el
Estado era el patrono. O sea, independientemente de todas las ideas y ovillos
que se le cruzaran al Che por su mente, no es lo mismo el salario según
empresas privadas, mixtas o cooperativas que cuando el patrono es el Estado.
¿Por cuál razón? Ponle que por la plusvalía o la distribución
de las utilidades: será distinto en una empresa, como Polar, que una que sea un
fiasco. Por otro lado, resultaría justo que una empresa como PDVSA pague mejor
a sus empleados que el empleador que regenta un estacionamiento… ¿o no?
Y pueden haber complicaciones: ¿es igual el mantenimiento que
debe hacer el personal del aseo en una morgue u hospital al de una lunchería
(venta de sandwichs y por el estilo)?
Sé que el viejo de Marx, bienintencionado, me parece, y muy
sesudo, quiso conseguir la medida para medir el trabajo y, por lo tanto, el costo
que debía tener un producto: y se le ocurrió que la unidad de medida era el
tiempo. El tiempo que se necesita para elaborar algo. Definitivamente Marx era
un hombre de biblioteca, no sé si fuera de trinchera: medir el tiempo de elaboración de algo parece complejo. Una
persona puede hacer algo rápido, porque tiene experiencia (tiene mucho tiempo
haciendo lo mismo y lo hace cada vez mejor) ¿y va a ganar menos que quien es
aprendiz? ¿o cómo se miden las horas de vuelo que influyen en la elaboración de
este objeto concreto? Y esto sin considerar la automatización: una persona
termina antes la construcción determinado producto, gracias a la tecnología,
pero va a ganar menos (?). Y no pretendo entrar en sutilezas de mercado.
Así que el ideal de “igual trabajo, igual salario”, no es
fácil de llevar a cabo.
Lo que sí resulta paradójico es que el trabajo que hago aquí
solo es valioso aquí y en ningún otro lado. O sea, los profesores
universitarios deberían ganar cercano a sus pares norteamericanos, lo cual
sería ideal. Pero, por lo que se
mencionó antes, quizás no sea posible. Lo que sí resulta desquiciante es que el
trabajo que yo hago aquí sea solo valioso aquí y no en otra parte. Quiero
decir, si yo gano Bs. 3000, solo los puedo gastar en la República Bolivariana
de Venezuela, es decir, dentro del territorio nacional, porque afuera mi
trabajo no tiene tabla de equivalencias.
Pensemos de manera real, como le gustaba a Marx, y no de
manera ideal: no es lo que una cuenta en un papel dice que puedo hacer con mi
dinero. Es lo que realmente vale: si yo cruzo la frontera y no puedo comprar lo
que compro en Venezuela, algo está pasando.
A finales de los 80 se habló de un índice con nombre
gastronómicamente cómico: el índice Big Mac. Un Big Mac, de la cadena Mc
Donald, debía costar igual en cualquier parte del mundo. Parafreseando, habría
que decir que yo, con mi dinero, debería poder comprarme un Big Mac en Caracas
o en Manhattan. O una Reina Pepeada, me da igual.
Pero no es así. Mi dinero vale menos, por lo que también el
reconocimiento de lo que hago vale menos. No es lo mismo mi trabajo, por
ejemplo, de analista de mercado, bioanalista, albañil en Caracas que en Europa
o Estados Unidos. Quiero decir que no solo que varían las circunstancias, sino
que el trabajo que yo hago aquí tendría mayor reconocimiento en metálico si lo
hiciera en otro país cumpliendo con sus estándares.
Esto lleva a varias conclusiones: la primera sería la
iniquidad del modelo en que se vive en Venezuela, independientemente de los
estándares en que se quiera calcular el tipo de cambio. Si yo no puedo
convertir mi dinero libremente, significa que el Ingreso per cápita no me
pertenece: el “per capita” se refiere a otra cabeza distinta de la mía,
con su respectivo estómago.
Lo segundo es que una empresa, o una universidad, con
idénticos estándares de producción, paga distinto a sus empleados aquí que en
el extranjero, aunque sean igual de valiosas para la sociedad. No que paga
distinto, sino escandalosamente distinto teniendo en ocasiones la empresa, como
las del sector público, pudiesen ser solventes de toda traza.
Tercero: si mi dinero no vale, hay una parte de mi trabajo
que no es reconocida y que estoy obligado a entregarlo gratis. Por lo que la
revolución no hace hombres libres sino nuevos esclavos. La revolución se
apropia de algo que, desde Marx, pertenece al trabajador.
Por último, si se llegara al disparate de la unidad monetaria
comunal, ello significaría que el dinero perdería punto de referencia y,
definitivamente, mi trabajo deberá ser empleado dentro de límites insorteables:
toda una cárcel que asume el modelo de las antiguas haciendas, que bonificaban
el trabajo para que compraran productos en la bodega del patrono y no en la del
vecino. La revolución cambia el Estado en lugar del hacendado privado, pero la
explotación es la misma.
En Venezuela sobran los revolucionarios que alardean de
palabra y pistola y hace falta quienes lo hagan con sustancia gris, lápiz y
papel. Fallan los matemáticos bajo la excusa de humanismos, que terminan
haciendo disparates en el terreno virgen, para ellos, de la economía. Unos
cuantos números y Che hubiese pasado a la historia sin la ignominia de ser
retratado en el dinero que él vaticinó que iba a desaparecer.
Comentarios
Publicar un comentario