LA JUSTICIA SECUESTRADA: EL ÚLTIMO SECUESTRO


El día sábado pude ser testigo de una singular entrevista: se trataba de alguien que se definía a sí mismo como un revolucionario, que conocía el sistema de la democracia burguesa (el puntofijismo), que había sido perseguido en los tiempos de la IV República y, ahora, por supuesto, estaba comprometido con el proceso, dentro de los cuadros de formación ideológica y movilización de la juventud de su partido de gobierno.

Por supuesto, su ideología es marxista, superviviente a la hecatombe de la Unión Soviética del año 90 y que le tocó digerirse la bobada aquella de Francis Fukuyama “El fin de la historia o el último hombre”, libro no leído por mí pero cuyo postulado básico me produce arcadas, puesto que pretendía una legitimación del mercado como futuro, en la versión en moda entonces: la del neoliberalismo salvaje. Lo leyó para comprender y rebatir tamaña patraña.

Su formación marxista comienza con un comics de un mejicano, Rius, “Marx para principiantes”, que lo introducirán en dicha forma de ver la vida, cuando tenía 9 años, y desde entonces no ha dejado de formarse.

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De antemano, antes de seguir adelante, hay que advertir que la palabra “ideología”, tanto para Marx como para seguidores y detractores, implica una visión parcial de la realidad, ligada a lo que se llama conciencia de clase, que postula la toma del poder, el llamado proyecto histórico de Dieterich. Para Marx la ideología justifica las relaciones de producción existentes en un momento dado y, por supuesto, si éstas cambian, cambia también la explicación que se brinda de la realidad. Así que queda flotando la duda de si todo lo que dijo Marx que debía ocurrir con la historia no es simplemente un alegato ideológico destinado a esfumarse con el correr del tiempo con el cambio de las relaciones de producción.

Una segunda advertencia, si se hace caso omiso al parágrafo anterior, es la “metafísica” de la historia según Marx. Para los marxistas, incluido el entrevistado, los postulados de Marx son… científicos. Lo que nadie aclara es en cuál sentido. Porque para un matemático son científicas las operaciones que demuestra con exactitud en su pizarrón: la igualdad o desigualdad. Claro en ciertas cosas reina la probabilidad, como cuando la matemática salta del pizarrón al laboratorio, como en el caso de la física o la química. 

Aquí la fórmula acompaña la explicación de un fenómeno que se repite vía experimentación. Y cuando nos vamos alejando de la matemática a otras ciencias, como la historia, el método de acceso va variando. El método es la forma de acercarse para examinar, en el caso de la historia, un evento ocurrido en el tiempo. Marx usa el método dialéctico porque cree, a pie juntillas, que la historia, en su estructura interna, en su fluir, es dialéctica, y pone a la sombra problemas que no son de su tiempo, como el problema del género, religión, cultura, tecnología, etc., pues la dialéctica es el corsé donde entra todo esto y más ¿y cómo lo sabe Marx? Hegel, su maestro, se lo dijo.

Hegel participa de un momento en el tiempo en que se está redescubriendo la historia: la filosofía de la historia. Por un lado está la Revolución Francesa pero por otro lado está ¡oh, sorpresa! el sentido de la historia en la tradición judeocristiana y, por lo tanto, en la teología protestante. La historia no es un ciclo, un eterno retorno, o una serie de eventos que ocurren de manera caótica, sino es el avance en el tiempo del Espíritu. Es decir, la historia tiene direccionalidad y esa direccionalidad se la da el Absoluto, que es el Espíritu, que se traduciría en cultura y libertad. O sea, hay una transmutación del sentido de Dios pero que en el fondo sustenta el movimiento dialéctico de la historia, que consigue su culmen en el Estado prusiano. Hegel incluye feudalismo, esclavitud y esas cosas para que ocurra este movimiento idealista, que sacrifica personas para el avance de la Historia.

Marx va a absorber a sorbetones las aguas del hegelianismo, dándole el viraje de los hegelianos de izquierda y, de manera radical, volteando el mundo de Hegel: no es el Espíritu sino la materia la que avanza en el tiempo. Nace el materialismo histórico que siempre necesitará, como los mitos necesitan de los cuentos de camino, de un materialismo dialéctico que nunca terminan de conseguir. Pues para que la historia se mueva dialécticamente sin el Espíritu, se requiere que la naturaleza se comporte de manera dialéctica hasta en su genética y estructuras moleculares: el eslabón perdido del marxismo. Es decir, que la historia y la materia (y la materia viva) se comporten siguiendo las leyes de la dialéctica con identidad precisión una piedra cae si se la suelta a cualquier altura.

Tal postulado hace que, en su etapa de madurez, el Che Guevara diga, en cierto encuentro internacional, que el comunismo de influencia soviética sea dogmático, lo que quiere decir que inclusive se espere que se comporte según un patrón fijo, determinado por el dogma marxista. Cuba había desmentido (¡oh, descubrimiento!) esa idea, para asombro de los revolucionarios latinoamericanos: no es que las dictaduras, actor sustituto y mediocre del feudalismo latinoamericano, deban ser sustituidas por el Estado burgués para que luego advenga la revolución, sino que este paso intermedio puede saltarse sin complejos de culpa: de la dictadura de Fulgencio Batista a la dictadura del proletariado, que es un eufemismo para referirse a la de Fidel Castro. El Che postula una justificación ética para el advenimiento de la Revolución (que va perdiendo fundamentos por el camino), siendo él, hasta cierto punto, coherente, cuando parte para África y luego Bolivia por el llamado a la liberación de los pueblos.

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El entrevistado del programa funde la justificación histórica del marxismo clásico con algo mucho más experiencial, como lo es la justificación ética. La revolución, con sus luchas y sociedad sin clases, métodos de producción comunales y por el estilo, tiene como justificación que la etapa anterior ha quedado superada por sus contracciones éticas internas. En una simplificación acrobática reduce toda la ética, no como campo aparte, no como espacio especial para el estudio antropológico y sociológico, a la máxima de la sociedad capitalista de la buscar siempre la mayor ganancia: esta es la ley del mercado que lo explica todo, por lo que un capitalista es capaz de vender, si pudiera, a su mismísima madre. En el capitalismo no existen los sinvergüenzas, pues todos son víctimas del sistema, que es quien crea la conciencia. Y en la revolución deberían existir los hombres probos, por no decir santos, si mantienen el ateísmo original.

Vuelvo y repito: vivencialmente su experiencia le da la razón, le paga y le da el vuelto. 

Su padre pertenecía a un partido político que se creía capataz de la nación, por lo que toda clase de corruptelas se fraguaban en sus narices, en detrimento de su padre, a quien sobornaban, pues trabajaba en el sector construcción. A eso se añaden persecuciones, torturas y pare usted de contar. Es decir, él entiende que por buscar algo mejor, en contra de las miserias del capitalismo, le tocó forjarse como revolucionario y pasar por todas esas vicisitudes.

Lo cual se traduce en que la ética del revolucionario le hace entregarse por una sociedad mejor, a diferencia de la ética capitalista. Todo el que trabaja por esta utopía es, ipso facto, revolucionario y socialista, pues la única sociedad solidaria, a su manera de ver, es la socialista. Todo el que es capitalista es un hijo de su madre, aunque la Hacienda Santa Teresa demuestre lo contrario, o los empleados de Empresas Polar defienda a la empresa como suya.

Sin ánimo de extenderme, en el momento en que justicia y socialismo se identifican, en ese momento la justicia queda secuestrada. Y los líderes históricos (para usar una expresión aduladora en su terminología marxista), no lo aclaran. Es decir, Chávez se confesó socialista, pero le escabulló el bulto a explicar por qué eso equivalía a ser comunista. Su mentor Fidel lo identificó: socialista y comunista es lo mismo. Chávez se refirió a la ideología prácticamente como a la organización de las ideas, cosa que él sabía que era alejada tanto de Marx como de Ludovico Silva. Y cuando va a referirse al comunismo, da un mareo para que sea equivalente a comunidad. Y eso sin ese arroz con mango, que no sé si se creía, entre cristianismo y socialismo.

De tal forma que hay que personas que considero que deben sentirse escrupulosamente atadas al “proceso”, porque ser de derechas y capitalista significaría renunciar a ayudar a los demás y buscar el propio beneficio únicamente, a costillas del otro, sirviendo a un Imperio extranjero cuando la postura revolucionaria deja penetrar la influencia política y militar cubana y los intereses comerciales chinos (en política exterior con todos los países funciona la máxima que sirve de conseja a las señoritas: no le abras las piernas a nadie). No tienen la suficiente claridad como para entender que la organización de la sociedad de manera comunista no solo no es la única forma de organizar mejor la sociedad, sino que es un engaño. Yo puedo luchar por la justicia, por los pobres y necesitados, sin tener que adherirme a las ideas de Marx, y menos a la dialéctica de su método. La lucha de clases, como él la entendía, puede llevar a la desaparición del planeta, más que a un estadio superior en la humanidad. La violencia no es la partera de la historia, sino la comadrona que provoca los abortos.

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Pero hagamos un aterrizaje a lo marxista (Marx buscó ser muy aterrizado en su tiempo): ¿el dominio del Estado necesariamente es el reparto equitativo de todos los bienes? ¿no se estaría haciendo del Estado un dios secular, en el lugar del Dios vivo? Pero, supongamos que Dios no existe (yo soy creyente) ¿debo suplir el vacío con el Estado o simplemente dejar su pedestal vacío, ya que no existe?

Pero Estado es una abstracción (Marx criticaba el Estado judío por abstracción): el Estado es una entelequia que funciona no con autonomía propia, sino porque tiene seres humanos que lo mueven (con sus intereses). Se parece como a las máquinas de guerra de las películas sobre la antigüedad, que en ocasiones eran como colosos movidos internamente por regimientos de soldados y una serie de artilugios. El Estado lo mueven personas que, si se dejan llevar por sus tendencias más bajas, van a favorecerles: se lo dijo el Che a una pareja que laboraba en el Kremlin, en una cena de agasajo: “¿ahora los proletarios cenan en vajillas francesas?” Y los ejemplos pudieran multiplicarse.

Por otra parte (seamos concretos): si los obreros que entran a dirigir el sindicato suelen ser otro tipo, “clase”, de obrero ¿qué mantiene unido a un presidente con el proletariado, cuando sus experiencias de vida ya transitan por caminos bien diversos?
En Venezuela hay una base que desea ardientemente construir un país mejor y trabajar por los más necesitados. Pero también hay una dirigencia, como la de antes pero peor, que busca simplemente saborear las mieles del poder y están utilizando a esa base.

No se trata de renunciar a la lucha social: se trata de superar un esquema falso que favorece a unos privilegiados, porque les da todo el poder, bajo la excusa que están combatiendo al capitalismo internacional y salvando a la humanidad.

Para el cristiano, el ser humano opta por el mal seducido por el pecado. Y eso puede ocurrir en cualquier sistema social. Por lo que el primer reto debe ser la conversión y comunión con Dios, que hace que el amor de caridad se mantenga vivo (amor de caridad es el amor que se da, contrario al amor eros, que es que espera gratificación; no quiere referirse a lo que se da como limosna). El papa Benedicto lo recordaba, así como decía que, sin esta premisa, todo cuerpo legal era insuficiente. Y el papa Pablo VI recordaba algo elemental: “No habrá continente nuevo sin hombres nuevos”… Y el hombre nuevo no llega por vía de la Revolución, lo reconoce Dieterich, él que es escéptico también de que llegue por vía religiosa.


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